Ernesto Cazal
(Nota inicial del autor: se toma como base para este texto la sentencia que da nombre al artículo, extraído del texto El arañero y los mitos, contenido en elCayapo 42, tesis que suscribe el autor y que será aludida a lo largo del escrito. Asimismo, la mayoría de las referencias devienen del mismo Comandante Chávez debido a una postura ética que será resumida en el texto a continuación.)
Mucho se ha escrito, dicho, documentado y vuelto a esgrimir sobre el llamado Caracazo. Tanto que realmente se ha dicho poco de lo que realmente fue. O mejor: siempre ha habido lecturas interesadas del 27F por tal o cual bando ideológico, sin hacer profunda investigación con una justa visión de clase que competería hacer a la misma clase que parió la mentada rebelión. Es decir, a los pobres nos tocaría minar de sentido lo que parimos desde aquella vez: una fractura que tasajeó la historia venezolana, nuestra historia como pueblo, para empezar un ciclo que aún no se ha resuelto (por esta razón no podría volver a ocurrir, como muchos querrían hacer creer en la actualidad) y que desde hace poco más de dos décadas se le llama revolución.
Nuestro interés debería enfocarse no sólo en el evento en sí, que fue un masivo grito contra la propiedad, sino en sus consecuencias. Un análisis anecdótico, por ejemplo (y es la más difundida; digamos, la versión oficial), se quedaría estancado en el hecho del saqueo popular y en la posterior represión, brutalísima, por parte del Estado, cuya respuesta fue lógica si nos ponemos a pensar que es obligación de las instituciones burguesas el preservar y proteger la propiedad privada en beneficio del comercio interno, el PIB producido y tantos etcéteras económicos que redundan acá. Según este mero análisis sólo podríamos rescatar que el pacto de Punto Fijo estaba en crisis y que era mejor una curita (o dos) dentro del marco del capitalismo que un abandono frontal del sistema.
Otros análisis que pretenden ser más sesudos no le dan la vuelta de tuercahistórica y se ideologiza el tema revolucionario del 27F; se cosifica y bienvenida la academia. Parte de la izquierda dice que la nunca diestra rebelión popular no tuvo dirección “revolucionaria” alguna, y que por esto perdió eficacia política, fue un rotundo fracaso (palabrita pa’ majunche). La derecha arguye que, incluso, la revuelta fue azuzada por militantes de la zómbica izquierda venezolana del momento, una muestra más del foquismo sesentoso y qué vaina con esos trasnochados.
Algunos llegan a criminalizar el saqueo por parte del pueblo venezolano de aquel 27F, pero los de arriba y sus jala-jala no dicen ni pío sobre el saqueo de 500 años que se ha ejercido sobre nuestro territorio. La plusvalía saqueada ha sido ejercida, hecha mazo, contra el mismo pueblo que la produce. Fatídica paradoja.
Y ni seguir hablando sobre el espontaneísmo y sus beneficios: el Meridazo, “la noche de los tanques”, e incluso el Viernes Negro y las masacres de Yumare y de El Amparo fueron sólo pequeños focos de escándalo, terremoticos en medio del gran sueño terciopelo de Blanca Ibáñez.
Los antecedentes del 27F, por otro lado, merecen una extensa investigación e interpretación aparte, muchísimo más allá de lo que (poco) se conoce: Carlos Andrés Pérez asume, con el país en vértigo, su segundo mandato adeco el 4 de febrero de 1989. El 16 de febrero declara que su gobierno aplicaría inmediatamente una “terapia de choque” exigida por el Fondo Monetario Internacional, ya que no les bastó experimentar con el Chile pinochetista, Bolivia, Argentina, Polonia, Yugoslavia, y pare de sufrir. Moisés Naím, entonces ministro de Fomento, se encargó de agenciar el llamado paquetazo neoliberal a mediados de febrero de 1989, asesorado por el mismísimo gestor de la terapia económica, Jeffrey Sachs. La supuesta varita mágica del aumento de precios de la gasolina y del transporte privado (de público tiene el nombre, ya que es controlado por cooperativas mafiosas) fueron los fantásticos detonantes para que un pueblo se alzara contra la saudita figura de CAP.
Entonces, ¿dónde está la aguja dentro del pajar? No pretendemos ponderar. Nuestra lectura se basaría en los testimonios de la gente que vivió el Sacudón en carne propia (que también merecen nota aparte), pero nadie como un hijo declarado del ‘89 para hablar con real sustento.
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Nosotros, como clase históricamente constituida, creamos el Sacudón. Y no podía ser de otra forma: desde la Guara Teresa hasta el compa Orlando Chacín dicen que aquello del saqueo no fue ninguna tragedia sino una gran fiesta, convite desprendido. Si la causa del 27 de febrero de 1989 fue el capitalismo, con sus fiebres y temores, con la tragedia heredada de siglos de explotación, entonces aquel 27F devino en alegría, voluntad, éxtasis.
Y toda la conceptualidad burguesa de la vida empezaría a ser cuestionada: la propiedad, para comenzar, se puso en entredicho, se repartió sin pena. Una res entera, ya en brasas, era compartida entre la gente del barrio junto al partido de truco y la caja de güiski (todo saqueado).
A partir de 1989 nacemos como historia: hasta ese momento vivíamos la historia de Europa, primero, y de Estados Unidos después, porque la historia del capitalismo, obvio, forma parte de la civilización occidental. Las reglas del juego las imponen los poderosos, los que controlan los hilos que políticos, economistas, sociólogos, obviólogos, etcétera, balbucean y ponen en práctica. Pero desde el 27F esto empezó a cambiar, la gente había salido a la calle y no regresaría más nunca al sofá de la sala.
La historia de los pueblos empieza a ser la que los pueblos mismos deciden, no la que otros imponen. Esta bisagra se abre a partir del Sacudón. Sin el ’89 no se podría explicar el 4F, ni la victoria bolivariana de 1998, ni el proceso constituyente posterior, ni siquiera abril de 2002. Tampoco sugerimos que la historia es una línea cronológica y sujeta a una aburrida sistematización; nuestra historia es la sangre, el hambre, el barro que somos, es nuestra energía en constante implosión. Por eso no puede hacerse garabato de enciclopedia: permea en cada poro de nuestra piel, y ello se manifiesta a veces como hitos colectivos, en los que dejamos de ser esos tristes carapachos llamados egos o individualidades y somos un nosotros.
Y ese nosotros tiene su mejor definición en la figura de Hugo Rafael Chávez Frías porque, como clase, parimos al hombre que fundó este huracán encauzado que llamamos Revolución Bolivariana.
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Es en la inmensidad del paisaje llanero barinés que se constituye como gente el arañero de Sabaneta. Lo cría su abuela Rosa Inés, descendiente de indios y campesinos: ella será su estrella, junto a ella modela su horizonte ético. El muchacho tuvo sueños personales y todos fueron fracasos, como le sucede a cualquiera que va a pie. De ahí en adelante no había nada que perder, y esa es la historia del común. No era un tipo hiper-extraordinario-lavergadetriana, o como dice Armando Rodríguez: cuando nació no se armó un mariquerón ni se abrieron las aguas del Boconó. Sencillamente era un hombre que caminaba.
La infancia, juventud y madurez de Chávez están contados de diferentes formas, sea en formato libro, audios, videos, a través de testimonios, investigaciones y, por supuesto, de su propia voz. Se podrá percibir que la vida de Hugo Rafael es la vida de cualquiera, en la medida en que el tipo vive lo que, en capitalismo, cualquier pelabola experimenta y piensa. Pero el tipo tenía un fuego interior: conspiraba, estudiaba y viajaba que jode. En Elorza estuvo tres años que le hizo reflexionar sobre la situación del país y del continente en su conjunto. Pero fue el 27 de febrero de 1989 lo que más le impactó al Comandante.
Cuenta que estaba enfermo de lechina, y que debido a la alta fiebre no pudo ser partícipe, ni como pueblo insurrecto ni menos como militar, de la gran fiesta cimarrona. No vivió el evento, mas entendió su naturalidad. En diálogo con Ignacio Ramonet:
-¿No lo habían previsto [el Sacudón]?
-Por supuesto. No teníamos [como MBR-200] ningún plan. Fue desesperante. Llegaba por fin el momento y la oportunidad que tanto habíamos esperado, y fuimos incapaces de entrar en acción. Recuerdo que hablé por teléfono con Arias Cárdenas y le dije: “El pueblo se nos adelantó. Salió primero”. Ese despertar del pueblo nos pilló dispersos. (…)
Las cursivas anteriores, que vienen integradas al texto original, son un dato que el mismo Chávez identifica: la revolución se haría cuando la clase pobre decidiera, fuera por intuición o conciencia histórica de su fuerza, y no porque a unos revolucionarios de cafetín se les ocurriera entre sus ociosidades. El candado que nos une con el enclave poderoso, entonces, saldría fracturado de la contienda, y eso no lo perdonaría el gran Capital: devino la degollina militar y policial, y con ello una señal de alarma que sobrevino en el otrora Mayor de Sabaneta.
La conspiración resurgió con pilas recargadas, y como diría el mismo Chávez al intelectual francés: todo el pueblo reclamaba una rebelión.
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Un pueblo con el rumbo sarataco entre el abismo del mito fundador reconocido huérfano e inerte (recordemos que Bolívar murió traicionado y empobrecido por la clase que lo parió) y la realidad que el mismo pueblo conmocionó de manera definitiva, no podía quedar indiferente. La clave de nuestra revolución es que no se parece a ninguna receta exógena preconcebida y por eso nosotros parimos una consecuencia: un veguero de Barinas que se erigió como Comandante, pero no por sus propios medios, aunque fuera lo suficientemente audaz y valiente para ponerse en el frente de la batalla, sino porque nosotros como clase le endilgamos aquella fuerza colectiva. No se esculpió un héroe o mártir, alguna especie de gendarme necesario, como muchos quieren hacer ver; sino que hubo un endoso insólito sobre un individuo que hizo paso al frente. O como lo resumiría José Martí, hablando del Libertador: “No es que los hombres hacen los pueblos, sino que los pueblos, en su hora de génesis, suelen ponerse, vibrantes y triunfantes, en un hombre”. Y aclaraba que “a veces está el hombre y no lo está el pueblo, a veces está listo el pueblo y no aparece el hombre”. En el caso venezolano, luego del 27F, y a pesar de la coñamentazón que nos dieron como pueblo, como para que no saliéramos más nunca a la calle, estamos los dos.
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Hay algo que ha pasado desapercibido, y que el viejo Ramón Mendoza ha notado con claridad: Chávez cuando sale de Yare en 1994 empieza un proceso de clandestinización, se adentra en la noche plena de la sabana, para formar parte del pueblo, ese amasijo de notoria complejidad. Entendió, dice que estudiando a Gramsci, que no había que ir hacia el pueblo sino ser pueblo. Entonces otro movimiento telúrico en el seno de la clase surgía: estábamos juntos pariendo el nosotros. Ese nosotros que se hace fuego y no ceniza sino que crea. Crea política, crea sensibilidad, crea conciencia en medio del maremoto.
El nosotros que aporcamos hasta la visibilidad del mundo en 1998, el que en plena constituyente (año 2000) metió la mano para crear un marco legal que nos respaldara la cancha para crear una nueva política, el que tomó las calles nuevamente en 2002 para garantizar lo que era nuestro y para resistir el embate empresarial e imperial, el que dijo sí al socialismo y que gritó que había que inventarlo, “sin calco ni copia”; el nosotros que decidimos nombrarnos nuevamente en 2012 en plenas elecciones presidenciales. Aún tenemos tarea pendiente como pueblo: tomar conciencia, como cuerpo social, de ese nosotros, de esa fuerza para ser una clase para sí; que no necesitemos otro Chávez por más bonito que surja otro, porque, históricamente, querría decir que aún sería el tiempo de los individuos y no del colectivo, del nosotros más palpable.
Marx y Engels en su famoso Manifiesto comunista otorgan una clave ante todo esto: “la burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros”, nunca hablan de asesinos. Nosotros no estamos para matar al capitalismo, sino para separarnos de él y enterrarlo en su característica santidad (y que por santo se inmola en su regocijo). O como lo expresara claramente el Comandante Chávez en conversación con José Vicente Rangel (página 121): “hemos vivido en las fronteras de un tiempo, un tiempo que se liquida, una era que se liquida y una era que —dice Chateaubriand— con los dolores de un parto se revela como verdad.
Entonces, creo que se ha revelado esa gran verdad de una nueva era, no estábamos equivocados, José Vicente, cuando citábamos también a Gramsci, desde los años 80. Estamos recordando el Caracazo anteayer en el “Aló Presidente” y en las calles y todos los recordamos.
No hay que olvidar eso, una crisis histórica que no tenía solución en el marco anterior, eso se ha demostrado, ha quedado evidenciado. Sólo la convocatoria al poder constituyente pudo darle salida pacífica a aquella encerrona de una era vieja que se negaba a irse. Creo que esa es una de las más grandes verdades, absoluta verdad”.
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