Con el trajín que significa la llegada de los aguinaldos viene también la búsqueda obsesiva por adquirir aquellos consumos (suntuarios en su gran mayoría) que sacien las expectativas de vivir en un país petrolero, buchón, rico e importador masivo del lujo foráneo de último momento.
Esa ilusión macroeconómica se esparció en todas las capas de la sociedad venezolana, integrándonos a cada uno de nosotros en la comparsa rutinaria de fin de año que encuentra en las tiendas (de ropa, calzado y telefonía celular) su feliz llegada.
Las mismas pueden estar en el Centro Comercial Los Naranjos o en el Mercado de La Hormiguita del Cementerio.
La discriminación está dada por la circulación importadora, en su falla de origen. Nike es Nike, no importa si viene de una maquila paraguaya o desde China. Entre el zapato original y el genérico no hay mayor diferenciación: la marca simboliza el progreso individual sin mediar consideraciones sobre el tipo de costura, el tamaño de las trenzas y lo aerodinámico de la suela.
La celebración (final épico de la comparsa consumista) la vivimos en las entrañas cuando vamos de regreso a nuestras casas con la deuda del año que viene en el lomo y las bolsas que resguardan los estrenos en los brazos. En ellas están depositadas las miradas del 24 y el 31 y las foticos que subiremos desde el Ipod o el Huaweii a las redes sociales echando el resto de los aguinaldos en el viaje playero de fin de año.
Estés donde estés, tomando cerveza o whisky, escuchando bachata o el último éxito de Yordano, la etiqueta #EsperandoASantaClós estará a tu disposición para que no quedes por fuera de la comparsa virtual. El gordo farsante aquel nunca llega, dado que la inexistencia de casitas con chimenea lo impele a subir por el ducto de la basura o por las cañerías, donde se ve anualmente seducido por el crack y la pasta base.
Gastarlo todo y endeudarse para conseguir el resto es un ritual nacional que venimos ejercitando desde hace rato. Allí exorcizamos las angustias, las tensiones, la intranquilidad, la inflación, la guerra económica y demás coyunturas anímicas.
Desde el raspacupo, el trabajador, el empresario fraudulento, pasando por el aspirante clase media hasta llegar al albañil, la tensión del caos capitalista se hace una realidad innegable. En la comparsa, entre gritos, curda, estrenos y foforitos, sobrellevamos los carajazos de la guerra.
Es el alma del consumo palpitando a ritmo acelerado dentro de cada uno de nosotros, sin ponderar la posición social desde donde la taquicardia (económica, política y cultural) ejerce su presión.
Gastar todo y nunca sentirnos complacidos, ahí está la trampa mortífera del capitalismo
Si analizamos brevemente los estratos sociales que componen económicamente la sociedad venezolana observamos que los sectores C y D (pobres que devengan un poco más que el salario mínimo oficial) se mantienen en la siguiente banda: 12.000 Bs como mucho y 8.000 Bs por lo bajito. Sobre la base de este cálculo, una familia en diciembre tiene para gastar aproximadamente 100.000 Bs (con horas extra y bonificación por buena conducta incluidas).
Esto alcanza para consumir vorazmente ropa, películas en Cinex, comelonas en las ferias de los centros comerciales, viajar a la playa, y una vez allí hacer lo mismo pero moviendo el esqueleto. Quedar endeudado y sin un bolívar en la cuenta es el objetivo a cumplir, incluso si el repele debe ser incendiado comprando toblerones en el aeropuerto, pues se hará sin contemplación.
Desde el empresario importador, el ejecutivo de Empresas Polar, el funcionario público, el trabajador asalariado que trabaja en una tienda de ropa, pasando por el que empaca la comida en el supermercado, el buhonero, el albañil, el carajo que vende repuestos para neveras, la señora que vende Herbalife hasta el mototaxista desean el mismo teléfono de la reconocida marca manzanita, la marca tal de zapatos deportivos y las franelas/camisas/suéteres/pantalones de las franquicias europeas asentadas en el país.
Y no sólo deseamos lo necesario. La satisfacción empieza cuando se nos acaban los dedos para contar la cantidad de peretos que acumulamos (y debemos).
Como decíamos más arriba, la discriminación económica la realizará la circulación del capital importador y sus puntos de llegada. De seguro el chamo que empaca bolsas de supermercado no puede (ni le interesa tampoco) comprarse unas botas Adidas en un centro comercial de Prados del Este, pero sí tiene los recursos para comprarse los mismos (a diferencia de los primeros, estos llegaron a Colombia y no a Panamá) en el Bulevar César Rengifo.
La piratería global y la distorsionada dinámica importadora de nuestra economía abrieron las puertas para que todo aquel pudiese adquirir el combo navideño. Yo también tengo mis Nike, mis botas para la nieve, mi suéter danés y mi pantalón caucásico.
Gastar todo y nunca sentirnos complacidos, ahí está la trampa mortífera del capitalismo. Las aspiraciones/expectativas crecen a una mayor velocidad que las posibilidades de sostenerlas con producción interna.
La "originalidad" del producto se volvió un elemento accesorio, sin importancia: lo fundamental es la marca, el sello y la impresión del símbolo que homogeiniza el acceso a los bienes y servicios. Los mismos que personifican el trillado bienestar global. Unos botines Lacoste cerca del Cementerio donde el caimán tenía una contractura brutal en su cuello, es decir, estaba viendo hacia atrás a diferencia del original, costaban 3.750 Bs y sólo quedaban dos pares en color amarillo.
Los agoreros del caos vaticinan mayores y más grandes colas en el año por venir. Ahí nos veremos quejándonos desde nuestros Huaweii Android recién comprados, modelando los Nike, observando cómo transcurre la ineficiencia desde las agujas de nuestro Technomarine, sudando el Perfume Factory que huele a Hugo Boss cuando no se baña durante tres días y deseando el cambio de régimen mientras se forman las arepas en el sobaco de la camisa Zara que me compré luego de dos días de cola.
Las aspiraciones económicas del venezolano son más grandes que la capacidad de la economía venezolana para subsanarlas. De ahí el dato macroimportador a superar.
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