HÉCTOR AGÜERO / OPINIÓN
5.OCT.2014 / 09:28 AM
Con el asesinato del dirigente popular y juvenil Robert Serra, militante del PSUV, de nuevo el fantasma de la Unión Popular colombiana se cierne en el horizonte de la política venezolana. En mayo y a propósito del asesinato vil e impune de Eliécer Otaiza escribimos estas notas que reproducimos hoy. Ahora el nombre del colega Serra, combatiente íntegro y leal a la Revolución, se suma a los asesinatos impunes y olvidados de Danilo Anderson, Jesús Aguilarte y Eliécer Otaiza, revolucionarios ejemplares y con notoriedad pública.
Esta cadena de asesinatos selectivos va de la mano con las muertes de decenas de militantes campesinos, obreros e indígenas, victimas del sicariato y transcurridos en estos últimos diez años en el territorio nacional, Esta conducta habla de métodos y prácticas que vienen de la otra ribera del rio Arauca y que alcanzaron allá su categoría de genocidio que en su primera fase culminó con el exterminio de la Union Patriótica un partido político de hondo significado social, conocido por sus siglas, UP.
Fue la respuesta destemplada de la oligarquía cachaca, del bipartidismo, del aparato militar y de fuerzas foráneas, ante la movilización y organización de las agrupaciones progresistas y revolucionarias que en distintos campos, como el de la rebelión campesina o la organización política en las ciudades en donde dieron la pelea a las fuerzas reaccionarias y recibieron el apoyo y el sentir del pueblo colombiano.
Esta solidaridad del pueblo neogranadino manifestada en los resultados electorales fue lo que aterró a las clases dominantes y explica entonces la dimensión desmesurada de su brutal respuesta. Simple y llanamente veían en peligro sus intereses. Entre 1986 y 1990 la UP se vio desmantelada y reducida a nada. Fueron eliminados físicamente dos de sus candidatos presidenciales, 13 de sus 14 diputados nacionales, 70 concejales, 11 alcaldes y un estimado de tres mil militantes de base que conocieron la muerte por violencia
En un comienzo los grupos narcotraficantes acólitos de la godarria, iniciaron el asesinato selectivo de los cuadros políticos de la UP y más adelante los ganaderos y finqueros de las zonas más ricas de Colombia, como el Urabá, contando con el apoyo del ejercito formaron lo que más tarde se conoció como las AUC o autodefensas armadas de Colombia liderizados por Carlos Cestaño y los grupos armados como los Convivir, tan estrechamente ligados con el señor Uribe, uno de los financista de la derecha vernácula.
Una de las primeras tareas de los Paracos fue declarar objetivo militar a la UP. Se dedicaron entonces a los asesinatos múltiples de los miembros de esta agrupación de izquierda para obligarlos a renunciar a sus aspiraciones civiles.
No en vano vivió y combatió Robert Serra al lado del pueblo. Este crimen no puede quedar sin respuesta. Nuestros cuadros son demasiados valiosos para perderlos y la lenidad no puede ser tomada como patrón de conducta. La realidad colombiana nos golpea con descarada insolencia. Es el momento para un análisis frio, para una respuesta adecuada y oportuna
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