sábado, 2 de mayo de 2015

En Venezuela no hay empresarios

Acumulación delictiva de capital

El rasgo delictivo del modelo de acumulación rentística en Venezuela recae en la mafiosa utilización del Estado con fines de enriquecimiento personal. Las oligarquías tradicionales (los Mendoza, los Zuloaga, los Vollmer, los Boulton, los Delfino, los Branger y los Domínguez) se sirvieron de la renta petrolera para apalancar la industrialización trasnacional del país, enarbolando como estandarte la dependencia y el lucro desbordado que le otorgaba el hecho de ser gestores y dirigentes de la inversión norteamericana (directa e indirecta) en los sectores primarios de la economía desvenezolanizada. Parásitos de cuna.
El apoyo económico que las oligarquías tradicionales le brindaron a Rómulo Betancourt fue el punto de partida para que la inversión extranjera (en su mayoría norteamericana) perpetrara el saqueo definitivo alucinado desde principios del siglo XX. El Pacto de New York propició reuniones de políticos y parásitos de cuna con el magnate Rockefeller, fue la oportunidad de oro para que Eugenio Mendoza consiguiera instalar, con apoyo financiero y tecnológico made in USA, su oligopólica industria agroalimentaria, cementera y financiera en Venezuela.
Las empresas: Alimentos Remavenca, Venepal, Cementera Vencemos, Proagro, Protinal, Hierros Guayana, Banco La Guaira, Banco Venezolano de Crédito, Cavani Sociedad Financiera, Concretera Lock Joint, Venezolana de Acciones Industriales y Productos EFE, nacen a la luz de estos pactos con el capital extranjero gringo.
Cuando Lorenzo Mendoza habla de apoyar al “sector privado”, se está refiriendo al círculo vicioso en el cual participaron sus progenitores. La acumulación delictiva de capital no sólo generó una espiritualidad parasitaria, sino que también fue vertebrando sus apetencias genéticas signadas por el afán de lucro desmedido.
Y aunque Eugenio Mendoza fue el que mayores beneficios obtuvo, los demás parásitos de cuna también consiguieron su respectiva tajada. Los Boulton fueron los promotores de Viasa, Avensa, Mavesa, Seguros La Seguridad y Consolidada de Cementos. Los Vollmerdel Central Azucarero El Palmar y Yaritagua, además de jugosas acciones en el Chase Manhattan Bank, hoy Banco Mercantil. Los Domínguez beneficiados con maquinarias para la elaboración de empaques e insumos de plástico. Los Branger promotores de Aceites Branca y la libre importación de equipamiento agrícola marca Monsanto. Los Zuloaga principales acciones del sector minero y metalmecánico gringo, y dueños de la Electricidad de Caracas. Los Delfino fabricantes de papel, chicle y envases.
Estos “emprendimientos” industriales y financieros tienen como contexto la acumulación delictiva de capital. Pues fue con dinero del Estado que se financió este nuevo ciclo de colonización económica. Ese mismo Estado también sería el responsable de subsidiar las ganancias al país acreedor, a saber, Estados Unidos. ¿El resultado? Cero generación de riquezas para el país y enriquecimiento parasitario a partir del tráfico de influencias. El dinero de la nación defraudado para favorecer sus delictivos negocios en todos los sectores de la economía.
Empresaslocalesquedependendelextranjero

Años más tarde

Esta nueva oleada neocolonial inauguró definitivamente la era de las “inversiones extranjeras directas” en Venezuela. Consolidación del saqueo trasnacional como política de Estado.
El sector primario de la economía (hidrocarburos y minerales), el secundario (encadenamiento industrial e importaciones) y el terciario (sistema financiero) fue monopolizado por el capital extranjero en su totalidad. Cada dólar que entraba desde el capital extranjero en cada uno de estos sectores sería exportado con jugosos márgenes de ganancias gracias a la intermediación fraudulenta del parasitaje local.
Dice Federico Brito Figueroa que durante el año 1979 y el año 1983 las inversiones directas ascendieron a 720 millones de dólares. Los usureros rendimientos para la exportación de ese capital invertido supusieron un margen de ganancia superior al 500%, es decir, más de 4 mil millones de dólares salieron de las arcas de la nación para pagar los rendimientos de la especulación financiera del capital transnacional en los tres sectores económicos descritos con anterioridad.
En esta exportación especulativa también entran la repatriación de las ganancias de las principales transnacionales asentadas en el país: Procter, General Mills, Nestlé, Kimberly-Clark, Bayer, Pfizer, Colgate-Palmolive, Johnson & Johnson, entre otras.
El daño económico durante esa década y la siguiente escandalizan por su gravedad. El capital extranjero presta dinero (con altísimas tasas de intereses) al parasitismo local para que pueda ampliar la producción e innovar en términos tecnológicos (deuda externa privada). Condena al país a la fuga de capitales vía repatriación de las ganancias. Es decir, todos los “emprendimientos”, “iniciativas” y “proyectos empresariales” tienen como fundamento el endeudamiento privado y saqueo sistemático de los petrodólares.
Así que cuando se altera la variable petrolera como sucedió durante los años 1981-1983, el castillo de naipes pegado con moco se vino abajo. Los parásitos de la mano con el capital extranjero endeudaron al país fantaseando con que las arcas del mismo seguirían expendiendo petrodólares como aquel torbellino envasado del Kino Táchira. Sólo bastó que el ingreso petrolero cayera en un 30% para que el capital extranjero en su paranoia bursátil fugara 8 mil millones de dólares de las reservas internacionales. ¿El resultado? Devaluación y un mayor endeudamiento privado que asumiría más tarde el “Estado apátrida”.

Lusinchi al rescate

-En el año 1985, Jaime Lusinchi pagó 5 mil millones de dólares al capital extranjero reconociendo la fraudulenta deuda externa privada generada por la avaricia desmedida del parasitaje (anti)venezolano.
-Cuatro mil millones de dólares más para incentivar nuevamente el saqueo de las inversiones directas.
-50 mil millones de bolívares para que las empresas (nacionales y extranjeras) pudieran palear la importación en medio de la escalada inflacionaria generada por ellos mismos.
Cuando Lorenzo Mendoza habla de apoyar al “sector privado”, se está refiriendo exactamente a este círculo vicioso en el cual participaron sus progenitores. La acumulación delictiva de capital no sólo generó una espiritualidad parasitaria bien definida, sino que también fue vertebrando sus apetencias genéticas signadas por el afán de lucro desmedido, hipotecando vorazmente a la nación.
La apertura petrolera y la privatización de los sectores estratégicos describen a la perfección este proceso psicosocial de los ricos en Venezuela. Traficar y delinquir con el dinero de la nación con el único objetivo de sostener sus parasitarias y acomodaticias riquezas en el extranjero. Y después quieren mostrarse como una “alternativa”.
Que se digan tantas veces a sí mismos “empresarios”, forma parte de ese proceso de autoconvencerse de aquello de lo que no han sido nunca pero que en el fondo siempre anhelaron. Los deseos y las cuentas en Suiza no empreñan.

Culebrón financiero y el parasitaje venido a menos

Los Cisneros, Pedro Tinoco y José Álvarez Stelling no forman parte de los parásitos de cuna. Su puesto en el clan se lo tuvieron que ganar a punta de relaciones serviles y rastreras.
Rompieron la liga emulando a los “Amos del Valle” y en el marco de la ola neocolonial del año 1958 en adelante lograron construir su propio castillo de naipes pegado con moco. El Banco Latino fue uno de los bancos nacionales más importantes del país. Con el dinero de los ahorristas y los mafiosos manejos financieros de Stelling y Tinoco, los Cisneros lograron multinacionalizar sus estafas económicas.
Con el dinero de la población y saqueando los petrodólares compraron la empresa Spalding, internacionalizaron la disquera Rodven, compraron importantes acciones de Televisa y Univisión, obtuvieron la licencia de Burger King y Pizza Hut, expandieron Automercados Cada, compraron las plantas de Yukery, invirtieron en la importación de productos cosméticos, entre otros negocios. Endeudando al país velozmente.
No existe planificación posible en el ámbito empresarial más allá de la exigencia de divisas, de ampliar el mercado promoviendo la importación, de comprometer el dinero de todos los venezolanos a la aventura especulativa, usurera y ambiciosa.
Al otro lado de la cancha, los parásitos de cuna. Los Mendoza poseían la mitad del Banco Provincial e importantes acciones en el Banco de Venezuela. Dueños del Venezolano de Crédito y del Banco La Guaira. Vollmer principal accionista del Banco Mercantil. Boulton y Mendoza en la cima del negocio asegurador e hipotecario y, en consecuencia, inmobiliario. Sin el “estatus internacional” del oponente, los parásitos de cuna cumplían la misma tarea: hipotecar a Venezuela.
La lucha intestina por ver quién dominaba el flujo de los petródolares (el “Estado apátrida”) se asemeja a los narcoculebrones colombianos en el que la traición, la hipocresía y el chisme ocupan el 99% de la trama. Marcel Granier y Gustavo Roosen montaban parapetos mediáticos buscando generar corridas en el Latino, mientras que desde el otro lado de la cancha se hacían reuniones relámpago con el Secretario de Gobierno de Ramón J. Velázquez, Ramón Espinosa, intentando malponer los balances financieros del Banco Provincial.
Pero más allá del jaleo financiero, las cuentas nacionales del país no soportaban más la deuda externa privada y la rentabilidad especulativa de la inversión extranjera. No fue una crisis bancaria: fue una crisis sistémica.
Las inversiones extranjeras y la internacionalización de los negocios en un contexto en el cual la restricción de la demanda era una política de Estado fue lo que terminó de hacer implosionar el sistema económico. Es decir, los parásitos permitieron que la inversión extranjera desarrollara sus nichos especulativos sin ninguna garantía de retorno, pues cada vez la población consumía menos. La locura del capital ficticio y de la ambición financiera ilimitada.
La realidad les explotó en la cara. Los Boulton vieron quebradas sus empresas aseguradoras. Los Vollmer tuvieron que vender apresuradamente parte del parque industrial azucarero. Los Mendoza vendieron la Cementera Vencemos a Lafarge y otra parte a Cemex. Hierros Guayana desapareció. Automercados Cada fue subastada. Cisneros tuvo que vender Spalding y Rodven. Yukery se fue a la quiebra. Papeles Maracay también. Venepal, Protinal y Proagro la misma historia. La Electricidad de Caracas tuvo que vender sus acciones a precios bajísimos para medio salvarse. El Banco de Venezuela y el Banco Provincial revendidos en el extranjero. Las acciones en Sidor, Cantv, Pdvsa, Viasa y otras empresas mixtas subastadas a precio de gallina con osteoporosis.
Pero el “Estado apátrida” estuvo ahí para generar los auxilios que fueran necesarios. Ninguno de estos parásitos vio sus riquezas comprometidas, como tampoco el capital extranjero.

Final (infeliz)

Esa cicatriz suturada con petróleo no sólo expresa la memoria del desangre nacional, sino que también plantea una limitación histórica. En Venezuela nunca habrá empresarios serios, responsables, bolivarianos y productivos. El espíritu económico está signado por la intermediación extranjera, por la búsqueda incesante de ganancia fácil, rápida, sin esfuerzo alguno. No existe planificación posible en el ámbito empresarial más allá de la exigencia de divisas, de ampliar el mercado promoviendo la importación, de comprometer el dinero de todos los venezolanos a la aventura especulativa, usurera y ambiciosa que tiene 100 años haciendo estragos.
No existe un “proyecto empresarial venezolano” por el mismo hecho de que los que ostentan el título (y uno que otro aspirante) no piensan de aquí a 20 años. La motricidad de esa historia desangrada les fija la mirada en el próximo container que habrá de llegar a Puerto Cabello, en el 80% de ganancia, en el alquiler de varias tiendas en el nuevo centro comercial que se va a inaugurar, en la concentración de riquezas para mostrarse atractivos ante las compañías extranjeras.
Aquel que se llame a sí mismo empresario, sea del lado de la cancha que sea, nuevo, viejo, aspirante o recién llegado, viene con esa orfandad instalada en las venas. Y actuará en correspondencia.
Purgar la economía es una tarea histórica y de clase, y no es casualidad que un autobusero la esté llevando a cabo. Pues él refleja esa mayoría nacional que vivió la saña del saqueo perpetrado por los parásitos.
Por William Serafino
Misión Veradad

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