“La escasez artificial de harina precocida y otros comestibles es apenas un efecto, un dato insignificante de un gigantesco crimen secular: el que nos arrebató la posibilidad de que todos produzcamos bienes y alimentos y le dejemos la tarea a masas esclavizadas”. Así comienza el texto de José Roberto Duque Alguna vez fuimos de maíz, escrito en el año 2013 y que aparece en la compilación No aculturados de la editorial El perro y la rana.
Allí, el “periodista de facto” nacido en Carora en 1965, es muy claro: “El actual es una muestra microscópica, una maqueta muy pequeña, de cómo nos anuló el capitalismo como pueblo y como cultura, hasta llegar al momento inaceptable, triste y miserable en que un hijo de la gran puta, el segundo hombre más multimillonario de Venezuela, genera pánico y desasosiego con solo dar la orden de no distribuir en los puntos de venta la harina pan. Un sujeto que en su perra vida habrá tocado una maldita mazorca de maíz, nos ha hecho creer a nosotros, los inventores de la arepa, que sin la harina inorgánica esa que mientan ‘precocida’ nos moriremos de hambre. El disparate tiene su origen en un crimen originario, que fue separarnos del país que estábamos a punto de ser, y empujarnos a la imitación forzosa de un país industrial, urbano y cosmopolita que nunca seremos”.
Es poco lo que puedo o debo agregar a las palabras del gran Duque, como a ratos le dicen cariñosamente, pero sí quiero subrayar lo de la anulación, que es el punto que me empuja a hacerme de sus palabras. Ya lo había leído en Paulo Freire y es cierto, el capitalismo busca anularnos como colectivo, como sujetos, como memorias vivas, como culturas, como pueblos. Porque, como dice Duque, “puede que echándole mucha bola y sacrificando mucha dignidad a ratos parezcamos neoyorkinos o parisienses, pero nosotros no somos parisienses ni neoyorkinos sino una caricatura de esas ciudadanías”.
Desaparecen la arepa para convencernos de que estamos en un país en crisis, para luego monopilizar a los medios de comunicación con ese mismo discurso de que son ellos y solo ellos los que pueden salvarnos de dicha crisis.
En medio de esa anulación silenciosa y sostenida, a la par de que nos van llenando de faranduleo noticioso e inútil para “distraernos”, se van apropiando de lo que somos, para meterlo en una gran máquina, licuarnos, aglutinarnos, desdibujarnos, digerirnos y escupirnos en una misma figura: los zombies, el rebaño. ¿Por qué les incomoda tanto la Revolución Bolivariana? Porque precisamente gracias a ella, y a Hugo Chávez y a Nicolás Maduro, es que dejamos de ser los zombies de la IV. Ahora buscan devolvernos a ese papel de idiotas. Quieren meternos por los ojos la imagen de que ellos y solo ellos tienen en sus manos el poder de llevarnos la arepa a la boca. Así, se convierten en una especie de héroes luego de haber interpretado a la perfeccción su papel de villanos: desaparecen la arepa para convencernos de que estamos en un país en crisis, para luego monopilizar a los medios de comunicación con ese mismo discurso de que son ellos y solo ellos los que pueden salvarnos de dicha crisis. Es un vulgar pagarse y darse el vuelto mientras nosotros corremos de cola en cola, cundidos en pánico, dejándonos imponer la valorización de nuestra moneda a través de una cuenta de Twitter manejada desde Miami que provoca a su antojo la fluctuación virtual del dólar ilegal.
Que sea esta guerra económica que busca doblegarnos el pretexto perfecto para repensarnos y reculturizarnos. Para valorar quiénes somos, cómo somos y qué somos. Para mirarnos más allá de las marcas de harina precocida y más allá del marketing capitalista que sólo busca perdernos en medio de una polvareda de necesidades artificiales e inducidas.
Porque, como dice Duque, “muchos venezolanos, más ingenuos que desinformados, creen que comiéndose una arepa en una arepera en lugar de una hamburguesa en cualquier hamburguesería les están siendo fieles de alguna manera a lo venezolano. Pero el éxito de la harina precocida de maíz es de la misma índole que el de la hamburguesa: ambas son fórmulas que no le sirven a la gente sino al capitalismo. (…) La arepa pelá y la arepa de maíz pilado sí fueron el bocado nacional por antonomasia y sí puede comerse sin relleno alguno, porque son de maíz y saben a maíz. Pero la arepa de harina de precocida no sabe a nada, así que hay que rellenarla con algo que le dé gusto y sentido. Contra lo que dice Empresas Polar, la arepa de harina precocida no es el plato nacional, la vedette de nuestra mesa, la novia esplendorosa, sino de vaina la muchachita que va atrás sosteniéndole el velo”.
Salgamos de una buena vez del estado de hipnosis. Es ahora o nunca. De lo contrario, no podremos vencer en esta batalla decisoria por nuestra emancipación definitiva. Acompañemos a Nicolás, contra viento y marea.
@GipsyGastello
Siete a la carga
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