Horror. No existe otro nombre para catalogar los atroces, sistemáticos y cruentos crímenes que ocurren a diario contra el pueblo humilde mexicano. Parece un cuento de terror, pero las desapariciones y asesinatos son una cotidianidad que ahora se han hecho públicas, debido al repudio mundial causado por el ataque inclemente y despiadado contra los 43 estudiantes normalistas (maestros de escuela) de Ayotzinapa, en Iguala estado de Guerrero, ocurrido en septiembre del año 2014.
Con vil saña y sin ningún vestigio de humanidad, hordas de crueles asesinos, provenientes de los viciados cuerpos policiales y de las mafias organizadas, bajo las ordenes de despreciables funcionarios locales, “cazaron” por las calles a los estudiantes, para luego torturarlos y asesinarlos sin contemplación. No contentos con esto (según la versión de los supuestos autores materiales), desmembraron sus cuerpos y los incineraron en la falsa creencia de poder ocultar su atroz crimen. Una autentica masacre barbárica en pleno siglo XXI.
Este horroroso crimen y la frenética búsqueda de los estudiantes ha develado el sistemático accionar de las bandas criminales y paraestatales en México, aplicando invariablemente el método del secuestro, tortura, asesinato y entierro clandestino, denominado por las autoridades y organismos internacionales como desaparición forzada.
En el caso de los estudiantes, la comunidad de Guerrero empezó a alertar sobre la existencia de un sinfín de fosas comunes. A cada lugar donde han llegado las comisiones de peritos y forenses extranjeros (ante la evidente desconfianza sobre los cuerpos policiales y autoridades públicas locales), han efectuado las respectivas exhumaciones, verificando que los cuerpos no pertenecen a los estudiantes desaparecidos.
La pregunta evidente y que incrementa la indignación es ¿Quiénes son estas personas? ¿Quiénes están en estas fosas clandestinas? Pues, forman parte de los más de 23.000 desaparecidos registrados en México desde el año 2007. Hay que repetirlo, son 23.000 seres humanos que han sido arrebatados de sus hogares y familias por parte de las mafias delincuenciales. Solamente durante el gobierno de Enrique Peña Nieto (Presidente desde el año 2012) se contabilizan más de 9.000 desaparecidos. Según los reportes, 40% de estos desaparecidos son jóvenes de entre 15 y 19 años, habitantes principalmente de la frontera noreste con Estados Unidos, frente al Golfo de México. De nada le ha servido a México tener de vecino y “socio” al imperio militar más poderoso del planeta. Sus crímenes son indignantemente cruentos y la inmensa mayoría quedan impunes.
Desde México, Michael Chamberlin, del Centro Diocesano de Derecho Humanos señaló que las desapariciones forzadas “tiene que ver con una profunda corrupción, donde ya no se puede distinguir entre autoridades y grupos criminales. No hay investigaciones, no hay registros claros de desaparecidos, hay una práctica sistemática de ocultar la situación”.
El impacto mundial no ha puesto bajo escarmiento ni a los criminales ni a las instituciones encargadas de velar por la seguridad pública. En febrero del año 2015, las autoridades de Acapulco (también en el estado de Guerrero), descubrieron alertados por la comunidad 61 nuevos cadáveres en estado de descomposición, todos apilados en un crematorio abandonado. Esto es evidencia de que no existe voluntad para imponer el orden en este territorio.
Mientras estos atroces hechos ocurren en la mismísima frontera de Estados Unidos, su presidente, el “premio Nobel de la Paz” Barack Obama volvió a amenazar a Venezuela vociferando inverosímiles e insólitos epítetos como que nuestra “democracia está en riesgo”, o que tenemos “instituciones frágiles”, sumándose a otras extravagantes frases utilizadas frecuentemente contra el país, como el “deterioro de la democracia” o la más graciosa de las jergas fraseológicas inventadas por Estados Unidos y sus “tarifados analistas”, el término “opacidad”.
Pues le informamos a Obama que en México, en la frontera pegado con Estados Unidos (in your face) no se encuentran ni se consiguen por ningún lado estas frases “opacas”. Allá hay “claridad” de que quien manda es el narcotráfico y el crimen organizado. Y habla a través del terror, las torturas, los asesinatos. Todo ejecutado con total libertad e impunidad.
Pero como la doble moral norteamericana es utilizada a discreción y conveniencia, el imperio ni se da por enterado (ni toma nota) de los atroces crímenes violatorios de los más elementales derechos humanos. Con sus socios y aliados mexicanos, parte integrante de la rancia derecha neoliberal Latinoamericana, ni con el pétalo de una rosa. Sin son narcos y asesinos, pues serán nuestros narcos y asesinos, esgrimirá de seguro con total desparpajo el vocero de turno del Departamento de Estado. Es decir, con nuestros narcos no te metas, dirán los gringos con impudicia. Total, es un deber patriótico y profiláctico, para el gobierno de Estados Unidos, proveer y saciar el vicio de sus más de 30 millones de drogodependientes. La Organización de las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud deberían preparar una misión humanitaria en Estados Unidos para salvarlos del vicio de las drogas. Esta es una tarea urgente.
En el caso de las desapariciones y asesinatos en México ¿Dónde están los organismos internacionales de Derechos Humanos? Esta es una buena pregunta. La ONU, la OEA, la siempre discrecional Corte Interamericana de los Derechos Humanos, los berrincheros de las ONGs tarifadas, todos guardan un estruendoso y vergonzoso silencio. Ellos saben que contra uno de los suyos no es políticamente correcto actuar. Pondrían en evidencia la decadencia y las perversiones que las prácticas neoliberales han dejado inoculadas en los pueblos de Latinoamérica y el mundo.
Dónde está la derecha reaccionaria mundial que solo ve y se concentra en las “opacidades” de los países que piensan diferente, pero ni una palabra sobre las atrocidades que cometen sus socios y aliados. Es la misma complicidad que con el oprobioso campo de Concentración de Guantanamo, el bloqueo a Cuba o las invasiones, bombardeos y ataques militares sobre Irak, Afganistán, Siria y Libia. Los lacayos imperiales no se atreven a decir ni pio, ni a levantar la voz contra sus propios aliados, por más cruentos y despiadados que sean sus crímenes.
Esta es la aplicación del fascismo como política imperial. “Ajustar” la moral, con total discrecionalidad, para permitir la ejecución de crímenes contra los pueblos. El método imperial norteamericano se basa en la coacción, sumisión y control sobre los pueblos del mundo, utilizando a su antojo la fuerza militar, política o económica.
En el terrible caso de México pocas voces se han levantado. Solo el Comité para las Desapariciones Forzadas de la ONU ha manifestado que “la información recibida ilustra un contexto de desapariciones generalizadas en gran parte del territorio de México, muchas de las cuales podrían calificarse como desapariciones forzadas”. Por mucho menos que esto, el imperio Norteamericano ya habría ordenado y coordinado la invasión militar de cualquiera de sus “adversarios” políticos.
Este es un panorama para nada alentador. Está al descubierto un Estado que promulga, tolera y ejecuta acciones violatorias a los Derechos Humanos utilizando a discreción bandas criminales y policiales para cometer sus crímenes con la más absoluta impunidad. Más grave aún es la total tolerancia y consentimiento de los organismos internacionales y del imperio Norteamericano. Horrores e inmoralidades de un sistema en decadencia.
Richard Canan
Sociólogo
@richardcanan
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