27.FEB.2015
El neoliberalismo económico no era una mala palabra en los 80. Era, de hecho, la doctrina que se asumía como la tabla de salvación para un sistema capitalista que hacía aguas.
Los postulados del economista británico John Maynard Keynes (1883-1946), que se centraban en valorar el poder del Estado en la economía y su capacidad de estimularla en épocas de crisis, eran dejados de lado poco a poco desde los 70.
En su Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, de 1936, Keynes planteaba como respuesta a la Gran Depresión de 1929 la importancia de la intervención del Estado, para producir crecimiento económico con base en el pleno empleo.
Aunque respalda el capitalismo, consideraba necesaria la intervención estatal para “corregir las disfunciones del mercado”, así como el uso de la política fiscal y monetaria y la inversión pública, lo que, además, se reflejaría en paz social y aumento de la productividad, tal como señala el analista Augusto Lapp Murga en un artículo publicado en 2012 en el portal web Rebelión.
En su obra cúspide, Keynes critica la teoría liberal clásica, y señala que esas ideas del libre mercado “no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales”, lo cita José de Jesús Rodríguez Vargas en su tesis doctoral en Economía de la Universidad Autónoma de México, de 2005.
“Los principales inconvenientes de la sociedad económica en que vivimos son su incapacidad para procurar la ocupación plena, y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos”, añade Keynes sobre el sistema liberal.
Además, considera de “importancia vital establecer ciertos controles centrales en asuntos que actualmente se dejan casi por completo en manos de la iniciativa privada”.
Sus ideas sustentaron el llamado Estado de bienestar que caracterizó a la socialdemocracia y que luego, con la caída de sus postulados en los 70 y 80, derivó en el neoliberalismo.
Dice Rodríguez Vargas que la cúspide del keynesianismo fue en los años 60. “Cumplió con sacar al sistema capitalista de su crisis más profunda, de la deflación y del desempleo; reformó al sistema y lo desarrolló a niveles extraordinarios. Había desplazado y arrinconado en las universidades a la teoría del liberalismo, a la teoría clásica, neoclásica y microeconómica”, señala.
El giro neoliberal
El giro económico neoliberal que vivió el mundo desde los años 70 le dio la espalda a esas ideas keynesianas, las mismas que le habían ayudado a superar la gran depresión y alcanzar una etapa de crecimiento económico y estabilidad.
El economista austriaco Friedrich von Hayek (1899-1992) fue uno de los promotores de esa tesis del libre mercado. Fue ideólogo del esquema derechista que caracterizó al Chile de Augusto Pinochet.
Lapp Murga recuerda que para Hayek los keynesianos hacen del Estado un “dictador económico”, y, por ello, es partidario de un Estado mínimo. “Su programa básico es: desreglamentar, privatizar, disminuir los programas contra el desempleo, eliminar las subvenciones a la vivienda y el control de los alquileres, reducir los gastos de la seguridad social y, finalmente, limitar el poder sindical”, dice el intelectual.
Las ideas de Hayek fueron apoyadas por Margaret Thatcher, en Reino Unido, y Ronald Reagan, en Estados Unidos. La tesis de la austeridad está en la base de estas propuestas, en contraposición al fortalecimiento de la inversión que sostenía Keynes.
En América Latina, a mediados de los 80 comienza la implementación de políticas de “ajuste estructural y estabilización económica” para frenar los efectos de la crisis de la deuda externa, lo que creó las condiciones para la instauración del proyecto neoliberal, tal como refiere Fermín Eudis, en un artículo publicado en 2010 en la revista de Ciencias Sociales del Instituto de Investigación de la Universidad del Zulia.
Era el Consenso de Washington en su apogeo. Con este nombre se designó en 1989 un conjunto de fórmulas que constituían el paquete de reformas estándar promovido para los países en desarrollo azotados por la crisis, según instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Representaban la liberación económica y la expansión de las fuerzas del mercado.
Eudis indica que la implementación de este modelo en la región se dio en dos fases: la de reducción funcional del Estado en la economía y la redimensión de las políticas económicas para cumplir las normas impuestas por los órganos financieros multilaterales.
En el primer período, se introdujeron políticas de choque para recortar el gasto público social y elevar las tasas de interés, recuerda Claudio Katz en una publicación de septiembre 2014 en el portal web Rebelión.
En la segunda etapa, añade, “las supersticiones en la mano invisible (del mercado) fueron complementadas con propuestas de darwinismo social competitivo. Se incentivó el remate de las propiedades del Estado y la apertura masiva a las importaciones. Con el pretexto de restaurar patrones de riesgo, esfuerzo y productividad, se propició la reducción de los ingresos populares y el aumento de la desigualdad”.
“El establishment transformó estos principios en un libreto de toda la sociedad. El mismo relato fue expuesto por los gobernantes, transmitido en las escuelas, enaltecido en las universidades y popularizado por los medios de comunicación”, prosigue Katz.
La glorificación
El capitalismo liberal fue glorificado para que se considerara como el único modelo económico posible y deseable, cuando la verdad es que crea grandes desigualdades. Así lo ha señalado el ensayista e intelectual canadiense John Ralston Saul, nacido en Ottawa en 1947 y quien ha llegado a sostener que la economía se ha colocado como un dios que dirige el mundo actual.
“Se hace creer al ciudadano que el rumbo de todo lo humano depende de unos parámetros económicos cuyo manejo está mas allá del alcance de la mayor parte de los hombres, de modo que se les aboca a la pasividad y al individualismo”, dijo en una entrevista al portal español El Diario en octubre de 2012.
Aunque no es anticapitalista, Ralston Saul sí cuestiona planteamientos como la globalización y la adoración liberal y del mercado de los 90. Culpa a economistas, directivos, consultores y periodistas de economía por difundir “la idea de que el comercio libre, la globalización y la búsqueda del crecimiento eran el único camino a la prosperidad”.
Caracas se levanta
En el caso de Venezuela, el ajuste estructural de la economía toca sus puertas en 1983, después de la crisis del llamado Viernes Negro (abrupta devaluación bajo el gobierno de Luis Herrera Campins).
La segunda etapa de esta expansión neoliberal llega al país en 1989, cuando Carlos Andrés Pérez, a semanas de haber sido electo para su segundo mandato, anuncia el paquete económico que le recetó el FMI a cambio de un crédito de 3.000 millones de dólares.
Liberación de tasas de interés (lo que elevaba los costos de los créditos y daba el máximo rendimiento a los bancos), unificación cambiaria y eliminación de tasa de cambio preferencial, mercado libre de divisas, liberación de precios, eliminación de aranceles a la importación e incremento en tarifas de servicios, de la gasolina y del transporte público forman parte de ese grupo de medidas.
Junto a la creciente pobreza, el descontento popular se extendió. En pueblo tomó las calles en rechazo a este recetario, y la respuesta fue una feroz represión gubernamental. El Caracazo quebró entonces la historia del país.
Como señaló Katz: “El neoliberalismo contrajo los ingresos populares, afectó la capacidad de consumo, incrementó la sobreproducción de mercancías y agravó varias modalidades de sobre-acumulación de capital”.
Eudis agrega que una corriente explica que esta crisis del modelo neoliberal en América Latina obedeció a que esas políticas “no lograron alcanzar grados de eficacia favorables a la población, sino a los sectores económicos productores e industriales (…) no lograron corregir las brechas de desigualdad y marginalización; por el contrario, aumentaron los niveles de pobreza, exclusión, concentración de la riqueza, precarización del empleo e inseguridad social”.
En Venezuela, mientras en los años 60 el nivel de pobreza fue de 20%, cuando terminan las décadas de los 80 y 90, época en que el neoliberalismo fue hegemónico en la región, ese indicador estaba en 57%.
Katz sostiene que el neoliberalismo mantuvo un bajo nivel de actividad económica y que el recorte de los salarios y del gasto social no incentivó la inversión. “Estuvo ausente el esperado derrame de bienestar desde los acaudalados hacia el resto de la población”.
AVN
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