El 10 de octubre de 1990, una muchachita de 15 años dio un testimonio espantoso ante la Comisión de Derechos Humanos del Congreso de los Estados Unidos. Según contó la casi niña, bañada en lágrimas, ella misma había visto, con sus propios ojitos, cómo los soldados de Saddam Hussein saquearon el reten de un hospital con tanta maldad que sacaron a los bebés de las incubadoras y los dejaron morir tirados en el suelo. ¡Cómo no iba a conmocionarse el mundo con semejante imagen de la maldad frente a la más pura indefensión!
Iraq fue invadida, esa vez, por órdenes de George Bush. Muchos muertos después supo el mundo que el testimonio de la inocente quinceañera era falso; que Nariyah no era Nariyah, una muchachita cualquiera de Kuwait, sino que era la hija del embajador kuwaití, perrito en la alfombrita, en Washington. Que todo fue un invento, una puesta en escena coordinada por una agencia de relaciones públicas y una organización civil llamada ”Ciudadanos por una Kuwait libre”. Todo fue un show, todo menos la guerra que la mentira ayudó a fabricar.
Años después los mismos hacedores de mentiras le vendieron al mundo que Iraq era peligrosísimo, que tenía armes de destrucción masiva, que había que hacer algo antes de que lo hiciera Saddam contra nosotros. Los medios de comunicación se orquestaron en una campaña de difamación como nunca se había visto. Presidentes del mundo se prestaron para impulsar lo que luego se supo era otra mentira. José María Aznar, entonces presidente de España, clavó sus ojos puyudos en la pantalla de todas las teles como intentando mirar a cada español a los ojos, y así, fijando la vista de buitre dijo: “Créanme, Iraq tiene armas de destrucción masiva”. No había cómo creerle, pero si sale en la tele, si en todos los los telediario te lo confirman a cada minuto, pues, debe ser verdad, ¿no?
No. Los españoles entonces eran más listos que ahora y no se lo creyeron. Nadie podía creerle a un personaje tan funesto como José María Aznar. Marcharon millones de españoles por todas las ciudades con el grito de “No a la guerra” como consigna. En la democracia española la voz de los españoles no cuenta. Fue así como España se involucró en una guerra que se armó sobre una mentira y el resto de la historia ya la sabemos.
Después vino Libia, y otra vez las mentiras: una masacre en la Plaza Verde que ni fue masacre, ni fue en la plaza, sino en una replica escenográfica que se construyó en Qatar. Además de la masacre, el escándalo del Viagra como arma de guerra: El malvado Gadafi, decían los grandes medios todos, repartía Viagra a sus soldados para que salieran a violar mujeres y niñas. Otra vez los niños para tocar fibras de indignación y pánico. Sabemos también lo que pasó con Libia, así como sabemos que Barack Obama, el promotor del infierno que mando a desatar en Libia, se lavó la manos, diciendo, años más tarde, que aquello había sido un error. Listo, un error y todo el petróleo y las riquezas libias en sus bolsillos.
Y luego vino Siria, con la mismo método de la mentira orquestada, globalizada, con el silencio de la voz de los sirios. Miles de muertos, millones de desplazados, heridas tan profundas que la vida no alcanzará para curarlas. Los mismos de siempre alimentando la hoguera de la falsedad, cantantes, actores de cine y de tele, estrellas pop respaldando la mentira a cambio de prórrogas en sus contratos. La mentira tan gastada que ya no es creíble. Sociedades tan gastadas que ya no les importa que les mientan y se las creen.
Ahora el show es Venezuela: “Maduro“ es una palabra de uso cotidiano en países que no saben ubicar al nuestro en el mapa. Maduro es malo, es un dictador, repitan conmigo… y repiten. Es más fácil así. En nada los afecta, o eso creen los muy tontos repetidores.
Y como el cuento de Nariyah, como el Viagra de Gadaffi, hoy lanzan, los niños secuestrados de Maduro. Cientos de niños, algunos con cáncer y todo, porque la maldad de Maduro de para eso y más, son secuestrados por el “régimen” para reclutarlos o para llevarlos a los cuarteles, no está muy claro, lo único claro es que son niños y están siendo secuestrados. Que lo sepa el mundo. Conviértelo en tendencia tuitera. Vamos Luz Mely que tú puedes darla oscuridad a este asunto.
Luz Mely Reyes, nuestra Nariyah autóctona, usando su nombre propio y su medio digital financiado desde los EEUU, se sube a la campaña de la atroz mentira que sirva para justificar cualquier atrocidad. Ella se presta para tender la alfombra de indignidad por donde espera ansiosa que marchen los Marines para pisotear nuestra tierra.
Ella, enferma de endorracismo, se cuadra con los mismos locos que hace dos años casi le linchan a su hijo en una guarimba porque el chamo es negro. Ella, que cree que sirviendo al amo blanco se blanquea se esmera el ayudar a abrir la puerta de un infierno del que no se va a salvar.
Y así están las mentiras, así está nuestra Nariyah criolla, que cree que a ella no le alcanzaría el infierno que invoca. Pero se olvida de que no es hija de un embajador millonario, sino una mujer con cara de pueblo, que se niega a verse en un espejo.
Por ella, por su hijo casi linchado, por los nuestros, por los de todos, no vamos a permitir que las mentiras que Luz Mely teje para sus amos nos arrebaten la paz.
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