jueves, 7 de febrero de 2019

Guiadó y los caimanes


Por Marco Teruggi 


“Vivo en Venezuela desde el 2013. De esa fecha hasta la actualidad asistí a cinco intentos de toma del poder por la fuerza”, escribe Marco Teruggi. El experimento Guaidó y el entramado de partidos opositores a Maduro y al chavismo. Referéndums revocatorios, paros petroleros, militares en el poder y paramilitares en las calles: elementos lejanos al idioma político argentino contemporáneo. Un mapa de conflictos que muestra a un país desacoplado de la región y el continente.
Juan Guaidó no existe y sin embargo es tan real. Se inició públicamente en política en el 2007, con protestas violentas lideradas por una nueva camada de jóvenes, sobre los cuales se fundó Voluntad Popular (VP) en el 2009. Continuó como dirigente de segunda línea, diputado en el 2015, parte de las violencias callejeras del 2014 y 2017, hasta que el 5 de enero de este año nos enteramos que sería presidente de la Asamblea Nacional por un acuerdo de rotación entre partidos de derecha y un plan trabajado fuera del país. De ahí al 23 de enero pasaron días: de cuadro medio a autojuramentado presidente de la República Bolivariana de Venezuela a diez estaciones de metro del palacio presidencial y reconocido por un twitt de Donald Trump. Un recorrido estelar.
Podría parecer un cuento con varios chistes de por medio, y a veces lo es, en días donde la tormenta baja de intensidad, vivimos la tensa calma que puede quebrarse en cualquier momento. El punto nunca fue Guaidó, sino la historia que lo rodea, sus jefes, el plan del cual forma parte y lo conduce. Guaidó no existe y sin embargo es tan real.
Detrás del nuevo experimento de héroe 2.0 se esconde la historia de uno de los partidos creados para enfrentar al chavismo luego de la serie de derrotas opositoras entre las que se cuentan: el golpe de Estado del 2002, el paro petrolero, el referéndum revocatorio, las elecciones legislativas donde la derecha inauguró su serie de suicidios políticos al no presentarse, y la reelección de Hugo Chávez en el 2006. Era necesario crear nuevos instrumentos para nuevas estrategias, entonces nació VP con los jóvenes de la “generación 2007”, de los cuales una célula se había formado en Serbia en el 2005 en la estrategia de revoluciones de colores. A la cabeza quedó Leopoldo López, proveniente de Primero Justicia (PJ), de familia aristocrática, quien en el 2002 era alcalde de Chacao y fue parte activa del Golpe de Estado de 72 horas. No solamente él, sino la casi totalidad de los dirigentes actuales protagonizaron esos días: Julio Borges, Capriles Radonsky (ambos de PJ), y Ramos Allup del partido Acción Democrática (AD), por ejemplo.
Si alguien les pregunta sobre el 2002 harán lo que siempre han hecho: fingir demencia.
Caimanes del mismo charco, diría un compañero llanero.

Resulta evidente que el gobierno, el chavismo, tiene parte de responsabilidades en, por ejemplo, la situación económica que desgasta en particular en los sectores populares. Es parte de las tensiones internas. La revolución que inició Chávez es un inmenso terreno de disputas y contradicciones dentro de un país determinado, con una cultura política, una derecha que tiene estas características y no otras, y una intervención inédita de Estados Unidos. ¿Cómo se le responde? En el 2017 el freno fue la Asamblea Nacional Constituyente: votos contra balas. Maduro asomó la posibilidad de nuevas elecciones legislativas: ¿gasolina al fuego? ¿Se puede dejar avanzar el plan –ilegal- de Guaidó? ¿Cuál es el rol de la legalidad en un escenario como este? Resulta difícil acertar en una respuesta justa en este momento.
¿Quién pensaba que un intento de gobierno paralelo montado desde la Casa Blanca era posible en América Latina? Si ese límite ha sido quebrado, por qué pensar que los demás no lo serán también.

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