por Carlos Aznárez
El Presidente y a su vez primer secretario del Partido Comunista de Cuba, brilló por todo lo alto en la inauguración del VII Congreso de esa organización de la política cubana. Hablando a los mil delegados del Partido, Raúl dio una lección magistral de lo que significa un político revolucionario, es decir, una persona sensible a los problemas de su pueblo y severo en cuanto a mostrar la realidad que atraviesa la Isla tal cual es, sin caer en consignismos exagerados ni en la omisión de datos vitales para entender el proceso revolucionario que ya ha cumplido 57 años de existencia.
Refiriéndose al “reconocimiento del mercado” en el funcionamiento de la economía socialista, Raúl dejó claro que eso no implica que el Partido, el Gobierno y las organizaciones de masas “dejen de cumplir su papel en la sociedad de enfrentar cualquier situación que dañe a la población”. A diferencia de lo que ocurre habitualmente en otros países del continente, incluso en algunos que dicen tener una visión “progresista” a nivel de los temas económicos, el legendario guerrillero se identificó plenamente con lo que siempre ha sido el pensamiento de su hermano Fidel, y les recomendó a los congresistas que frente a esas circunstancias que pudieran afectar a los cubanos y cubanas de a pie, nadie, absolutamente nadie, puede mirar a un costado y decir “eso es una cuestión del gobierno” o “yo no me puedo meter”. Alzando la voz, dentro de su habitual tono moderado, expresó: “Yo Partido, yo Gobierno de cualquier nivel, yo miembro de una organización de masas, me metería en cualquiera de esos problemas injustos que afectan a nuestra población”. Si eso hubiera sido dicho en Venezuela Bolivariana, la multitud hubiera estallado en un “así, así es que se gobierna”, pero en Cuba irredenta no se quedaron atrás y una ovación saludó la recomendación de su dirigente.
Aún quedaba mucho por decir, y Raúl tocó otro tema vital para desentumecer las rutinas, que es el de tener en cuenta la no improvisación ante temas vitales. Citando al héroe nacional cubano, José Martí, señaló que “gobernar es prever”, y enseguida puntualizó, como lo hizo varias veces a lo largo de su alocución, una autocrítica de lo actuado, reconociendo que en general, durante la implementación de los lineamientos de gobierno “no hemos sido suficientemente previsores ni ágiles para actuar en la corrección de las deficiencias”. En síntesis, abogó por aunar previsión, disciplina y rapidez para enfrentarse a los problemas que vayan surgiendo en el accionar.
Aplicando a lo largo de su discurso el método de mencionar errores pero también valorar los aciertos, no dudó en denunciar algunas “manifestaciones de corrupción e ilegalidades”, que a la luz de lo que viene ocurriendo en cada punto del planeta son más que mínimas, pero desde la coherencia ideológica cubana, no se pueden dejar pasar ciertos deslices, centrados en la evasión del pago de tributos, o el ejercicio ilegal de actividades no permitidas.
A su vez valoró positivamente el proceso de ampliación del sector no estatal de la economía, y explicó que “se ha ido conformando una atmósfera que no discrimina ni estigmatiza el trabajo por cuenta propia debidamente autorizado”.
Para que nadie tenga dudas por donde seguirá marchando la Revolución, Raúl ratificó que “la propiedad de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción es y continuará siendo la forma principal de la economía nacional, y por lo tanto, constituye la base del poder real de los trabajadores”. De esta manera se respondía a quienes dentro de las propias bases cubanas y mucho más aún fuera de la Isla, señalaban que al reconocerse la existencia de la propiedad privada se estarían sentando las bases de la restauración del capitalismo en Cuba. Como en varias oportunidades, el propio Raúl señalara, queda claro que el socialismo, y todo lo que su esencia ideológica implica no se negocia ni se negociará.
Sin titubeos ni especulaciones de ningún tipo, Raúl también la emprendió contra los que hacen de los derechos humanos una expresión de chantaje o politizan esa bandera tan necesaria para los pueblos. Así, fueron desfilando por su voz, todos los derechos humanos existente en Cuba, como ser una educación privilegiada y gratuita, al igual que la atención médica, y una buena cantidad de valores con los que la Revolución Cubana satisface a su pueblo. Quien podría dudar de lo que significan médicos y alfabetizadores cubanos y cubanas acudiendo a los sitios más remotos del mundo para prestar servicios solidarios y desinteresados a las capas más sufridas de la humanidad. O lo que representa el concurso de esos mismos “héroes anónimos” en Haití o luchando contra el Ebola en Africa. Ni Estados Unidos ni ninguno de los países europeos detractores de Cuba Socialista pueden jactarse de hazañas semejantes. Todo lo contrario: para ellos y sus aparatos de dominación la única receta a la que pueden apelar son las guerras y las invasiones criminales tanto en lo político, en lo económico, en lo militar como en lo cultural.
Promediando el discurso, Raúl habló de un tema que suele poner al borde del ataque de nervios a muchos políticos occidentales tanto de derecha como de cierta izquierda que jamás entendió a la Revolución Cubana, y es la referencia al partido único. Primero usó el humor, recordando que en cierta ocasión le dijo a un funcionario estadounidense que se jactaba de que en USA hay dos partidos, el Demócrata y el Republicano, a lo que Raúl les contestó: "Eso es igual que si en Cuba tuviéramos dos partidos, Fidel dirige uno y yo el otro”. Las risas y la ovación del millar de delegados sirvió para ratificar que gracias a esa decisión de la Revolución de no caer en el pantano de la partidocracia burguesa, hoy puede mostrarse al mundo como un país consolidado y vital, a pesar de soportar el más criminal de los bloqueos que recuerda la historia contemporánea del continente.
En cuanto a las recientes relaciones con EE.UU. Raúl volvió a insistir que para que todo siga andando por buen carril, es imprescindible que Obama o sus sucesores levanten el bloqueo y devolver Guantánamo, de lo contrario. Si eso no sucediera, todo lo charlado, acordado y comprometido, sería sólo papel mojado.
Por último, para que a los eternos agresores de Cuba no se les ocurra intentar una agresión armada -como ya lo hicieron en Bahía Cochinos o en el Escambray en los comienzos de la Revolución, y fueron derrotados-, Raúl recordó que están en alto todas las espadas de la Defensa. Se refirió a aquellos preceptos que surgieron en el Primero Congreso y que expresaban textualmente: “Mientras exista el imperialismo, el Partido, el Estado y el pueblo, le prestarán a los servicios de la Defensa la máxima atención. La guardia revolucionaria no se descuidará jamás. La historia enseña que los que olvidan este principio no sobreviven al error”. Por si alguien no lo hubiera entendido en Washington o en alguna de las guaridas de sus aliados, concluyó: “Si el agresor intentara ocupar Cuba, tendría que enfrentar a millones de cubanas y cubanos en un mortal avispare sin frente, retaguardia, ni flanco, ni descanso tampoco. Día y noche”.
En momentos que la derecha y el imperio intentan nuevamente apoderarse del continente, escucharlo a Raúl, sabiendo además de la firme presencia de Fidel y de la potencia rebelde del pueblo cubano, resulta difícil caer en la ola pesimista que por momentos parece invadir cualquier análisis. Como ocurriera en las últimas décadas la Isla caribeña sigue irradiando dignidad y potencia revolucionaria. Si hay algo que Cuba le enseñó a los revolucionarios de todo el mundo es que para que se consolide el proceso gestado con las armas en la mano, han sido la unidad, la solidaridad y la lucha constante, tres elementos más que indispensables. Algo de lo que hay que tomar nota en toda la región, con los tiempos difíciles que ahora toca vivir.
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