lunes, 6 de enero de 2020

El cuasidictador Guaidó.



Por: Richard Canan
El benemérito por la gracia divina, su excelencia el príncipe don Juan Guaidó, ya se cree el ungido por los santos cielos para atrincherarse a perpetuidad entre el mobiliario y demás recovecos de la presidencia de la Asamblea Nacional. Como todo un pichón de dictador decidió, por la fuerza y a la brava, que él será el presidente emérito de dicha institución. Lleno de ínfulas y vanidad, producto principalmente del encandilamiento que le produce el nefasto apoyo del inefable Donald Trump y los agentes lacayos de la derecha continental. Le han hecho creer al pretendido usurpador Guaidó que mágicamente se elevará sobre las aguas termales del Olimpo, pasará por encima del pueblo soberano y se instalará cómodamente a perpetuidad en el Palacio de Miraflores. Casi un asalto al cielo pero estrellado de bruces en el carruaje de Faetón.
La tozudez, miopía y el egoísmo del cuasidictador Guaidó queda perfectamente en evidencia ante todas las maromas que ha estado intentando (como los votos virtuales de sus diputados hologramas) para forzar su permanencia a perpetuidad en la presidencia de la Asamblea Nacional. Echando por tierra los acuerdos de alternabilidad, al negociar solo con la macolla de los cuatro partidos mayoritarios de la extrema derecha. Esta pugna de seguro le mellará aún más el capital político ante sus alicaídos seguidores.
Guaidó está cegado de ambición. Perdió por completo la chaveta y se niega a reconocer la innegable realidad del fracaso de su torpe gestión del año 2019. Raterías y corrupción, nepotismo, de todo dejó sembrado el “equipo” golpista de Guaidó por todo el planeta. Eso sí, nada de poder tumbar al imbatible Gobierno Revolucionario que sigue enfrentando incólume el bloqueo comercial y financiero implementado por Estados Unidos a petición de los rastreros agentes de la derecha venezolana. La facción de apátridas la encabezan Juan Guaidó, Leopoldo López, Julio Borges y Carlos Vecchio. Miserables traidores que algún día pagarán con cárcel por sus oprobiosos crímenes.
La confabulación del cuasidictador Guaidó con los cuatro partidos de extrema derecha cercenaron las válidas aspiraciones de los grupos más pequeños, que ahora se ven impedidos de acceder a los distintos cargos tanto en la directiva como en las distintas comisiones de la Asamblea Nacional.
En paralelo va también la procesión de los diputados de la derecha señalados por corrupción, los cuales están molestos ya que han sido excluidos de la jugosa piñata que genera la repartición de los dólares desperdiciados por el Tío Sam, así como los cambures, cargos y comisiones exclusivos para los más allegados a la elite opositora. Guaidó representa cabalmente el putrefacto sectarismo, las miserias humanas y la ambición personal de una pequeña camarilla de sifrinos y mercaderes provenientes todos de las filas de Voluntad Popular y Primero Justicia.
Las mamarrachadas, improvisaciones y potes de humo montados por el cuasidictador Guaidó, han hecho mella en su credibilidad. Esto es un desastre para sus promotores, ya que pocos creen a estas alturas que tenga capacidad alguna para lograr sus fantasiosas e ilusas metas golpistas. En vez de salir en hombros luego de un año de “gestión” en la Asamblea Nacional, está pataleando histérico, suplicante y tembloroso tratando de parir un milagro para sumar votos y así continuar enquistado en la presidencia de la Asamblea Nacional por otro año más. No le quedan más dotes y fortunas que repartir en la maraña de intereses que pululan en el circo montado por la derecha en el seno del poder legislativo.
La inviabilidad del proyecto golpista de Guaidó puede mirarse en el espejo de los pavorosos descalabros de Afganistán o Libia, donde los Estados Unidos y sus aliados se empeñaron en derrocar a los gobiernos legítimos para montar a sus presidentes títeres (como el cuasidictador Guaidó), los cuales solo pueden “gobernar” escondidos en unos bunker, pues su seguridad no está garantizada en ningún lugar, ni tienen el mando real dentro de su país.
Corre el reloj y este 5 de enero Guaidó ratificará ante todo el país su escaso talante democrático. Brotarán sus malignos dotes de intrigante y conspirador. Ya no puede ocultar su fervientemente inclinación hacia el Gatopardismo (“Si queremos que todo siga igual es necesario que todo cambie”), para defender los exclusivos intereses de la burguesía que en mala hora representa. Es clara la diferencia de clases entre esta fauna opositora y el pueblo humilde, el cual jamás votará o apoyará a sus históricos expoliadores. Guaidó y sus asociados lo saben muy bien. Tienen la claridad de que su proyecto político carece de pueblo, carece de identidad nacional, amor patrio o justicia social. Por eso juegan todas sus cartas a las salidas de fuerza, al golpe y la confrontación violenta. Sin dudas que en este año 2020, nuevamente fracasarán.

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