Esta historia transcurre en tres
momentos del febrero de 2014, en tres lugares distintos de Caracas. Sin
embargo, como pasó, sigue pasando en simultáneo, en la memoria de much@s. Y ahí,
en la memoria, es donde los tres tiempos se hacen uno.
El viernes 21 de febrero un grupo
de motorizad@s se acercó a las zonas del este con un claro propósito, y no era
precisamente amedrentar en las guarimbas. Ese día l@s motorizad@s se fueron a
limpiar los escombros que habían dejado los grupos de manifestantes en las
adyacencias de Venezolana de Televisión (VTV), en la urbanización Los Ruices.
Más que una solución, era un
llamado, una muestra de la posición del movimiento. Una invitación también a trabajar
por el país, a cambiar las banderas de la destrucción por la construcción de
una Venezuela en calma, encaminada al hacer desde abajo, en colectivo.
Pero ese mismo día, ya en la noche,
una guaya atravesada por manifestantes de la urbanización Horizonte, en el
municipio Sucre, cobraría la vida de un motorizado. Elvis Rafael Durán era su
nombre, tenía 29 años y un hijo de 6. Se dirigía a su casa, pero el temor
irracional, el odio de clases y la inconsciencia se lo impidieron.
La reacción más esperada ante esto
era que los barrios se alzaran, que el dolor ante la injusticia se volviera
rabia, y que esa rabia derivara en enfrentamiento, en un intercambio de sangre,
en la guerra por la que algun@s apuestan como “salida” al Gobierno.
“¿No les interesan los venezolanos?
Ese motorizado que murió también era venezolano”, reflexiona Alcides Rojas,
quien arenga vehementemente a los asesinos de Durán. Es lunes 24 de febrero, y
él está a pocos metros del Palacio de Miraflores, en su moto y con sus
compañeros mototaxistas de Petare.
Como ellos, miles se acercaron en
sus dos ruedas para ratificar su apoyo al Gobierno revolucionario y ponerse a
la disposición de los planes de paz que éste impulsa. “Aquí hay un pueblo
íntegro, un pueblo que ha llamado a la paz”, era la declaración del
representante de la Fuerza Motorizada de Venezuela, Ricardo Vargas.
La respuesta entonces no fue la
justicia en manos de la gente, la venganza, para decirlo con menos floritura.
El presidente Nicolás Maduro habla al fondo, llama a la paz, al diálogo. Pero
sobre todo, invita a la fuerza motorizada a que se involucre en las políticas
de paz, a que sean vigilantes de la misma.
Frente a la tarima, l@s miles de
motorizad@s reivindican la solicitud, se hacen una voz contra la violencia
facha, contra el odio y el temor irracionales. Sentimientos que ese otro sector
-a veces a la calladita, a veces con notoriedad- les tiene, y que se
acrecientan en coyunturas como la que vive el país. “Se ven las caras”,
cantaría Rubén Blades en otro tiempo.
Es 18 de febrero, y en el bulevar
de Sabana Grande los opositores se reunían vestidos de blanco, mientras el
temor se iba estacionando en sus rostros. En pocos minutos se entregaría a las
autoridades Leopoldo López, en respuesta a los cargos por incitación a la violencia
que pesaban sobre él desde la noche del miércoles 12 de febrero.
Pero los que allí esperaban se
dejaban llevar por un temor que iba más allá del arresto de quien fuera su
líder. Eso se verá más adelante. Por ahora, la voz de una muchacha se quiebra y
se hace eco de la sensación: “Tengo miedo”, repetía como quien se da ánimo,
porque el miedo también mueve si se parte de su reconocimiento.
Minutos más tarde se iría aclarando
el miedo, ese que resuena en quienes escucharon al ahora Rambo de los hijos de
la cultura de los videojuegos, donde matar es facilito y depende de un botón y
una pantalla. Respondieron entonces al llamado del retirado general Ángel
Vivas: poner guayas, tumbar motos, matar al distinto, al que se ha aprendido a
temer.
En el bulevar comienza una carrera
teñida de blanco. En este contexto, se podría esperar alguna detonación, uno
que otro botellazo y por lo menos un poquito de sangre, un humito ante estas
carreras repentinas. Pero si se veía en dirección contraria a quienes
arrancaron en segunda, en tercera velocidad, se podría notar cómo lentamente,
en una calma casi malévola, se acercaba un bigote blanco bajo un casco.
Una vez más, el temor se disparaba
al sonar de un motor y el andar de un par de ruedas. No hubo tiros, ni bombas,
ni nada, sólo un grupo que corría por sus vidas, que no estaban en peligro
alguno. El mismo escenario, repetido una y otra vez: ese de la moto es el malo,
a juro, siempre. Criminalización de la pobreza, eco de unos ojos que se han
cerrado voluntariamente ante un país en pleno cambio.
Y ese cambio se refleja en el
rostro de los presentes en Miraflores, gente que veinte años antes no hubiera
tenido la oportunidad de estar ahí, tan cerca de un presidente. Mientras tanto,
ese presidente, Nicolás Maduro, seguía hablándoles a ellos, a los invisibles o
criminalizados, a “los herederos de la caballería de Bolívar”, como los llamó.
A ellos les hace un gesto de
inclusión sin precedentes: la conformación de “una Comisión Presidencial de
Motorizados y Motorizados para ver el Plan Nacional de Paz y Convivencia”, y
que se incorporen “como actores protagónicos del plan”. Pero esto no fue un
caso de generación espontánea, sino el resultado de escuchar una solicitud de
la Fuerza Motorizada de Venezuela, de la voz de Ricardo Vargas.
El otrora criminal a priori se
convertiría entonces en “vigilante, en garante de la paz, la vida y la
convivencia en las ciudades, en los barrios”, como continuaría Maduro. Ser
protectores de la paz es por lo tanto el llamado del Gobierno al movimiento de
motorizad@s, convertirse en “cascos en defensa de la patria”.
Para esto, el anuncio de Maduro
sobre la instalación de una Conferencia Nacional por la Paz y la Vida de los
Motorizados y Motorizadas. La misma estará a cargo de Miguel Rodríguez Torres,
ministro de Relaciones Interiores, Justicia y Paz, y el titular del despacho de
Transporte Terrestre, Haiman El Troudi.
Pero la memoria es caprichosa, ya
se sabe. Entonces, del otro lado siguen corriendo ante el sonido de las motos,
y Elvis sigue cayendo en la memoria de much@s. Sigue cayendo también en las
lágrimas y la voz quebrada de Inés Serrano, conocida como “La China” por sus
compañer@s, al recordar el hecho y pedir justicia. “Cuenten con nosotros en
esta lucha”, fue el complemento necesario ante la solicitud.
Pero de esa memoria, de esa
criminalización de años, nace también el movimiento que hoy plantea, grita lo
nuevo. Una gente que se rehace en el reconocimiento del otro, en la rabia
transformada en amor, en reconocimiento también de sí mismos como un “fenómeno
de movilización de masas”, como diría ahora Vargas, que se hace escuchar
nuevamente en nombre de l@s suy@s.
Pero iría más lejos sobre la
importancia de este grupo de gente hecha enemiga por algún@s: “Objeto de
estudio a nivel nacional e internacional porque nos mueve el apego, la
solidaridad, nuestro corazón”.
A este corazón aluden cuando llaman
a la paz, al diálogo, a la construcción de esa Venezuela que quieren para sus
hij@s. Como la niña de Elvis Durán, que perdió a su padre y ganó unos cuantos,
entre los que se cuenta al propio Presidente de la República, quien anunciara
que se hará cargo de su protección de forma personal.
Texto: Juan Sebastián Ibarra – Prensa MinComunasFotos: Sabrina Porras – Audiovisuales MinComunas
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