“Aquí no había nada, puros carrizos
–caminos de tierra-. No había luz, no había agua, la traíamos en pimpinas”,
recuerda la abuelita Petra Carvajal mientras desmaleza y limpia unos cultivos
que resaltan en el paisaje árido de la periferia de Maturín.
A partir del siglo XX, el
descubrimiento de yacimientos petrolíferos en la capital del estado Monagas
hizo que esta ciudad experimentara un amplio desarrollo vial y un crecimiento
demográfico con profundas desigualdades sociales.
El oro negro trajo a la geografía
monaguense un gran número de inmigrantes nacionales y extranjeros que buscaban
oportunidades de empleo, educación y un mayor acceso a servicios públicos, pero
también trajo como consecuencia el abandono del campo, la agricultura y la
ganadería, principal actividad económica antes de los hallazgos petroleros.
Sin embargo, el éxodo campesino
experimentado en Venezuela a lo largo del siglo XX -en busca de la concreción
del anhelado sueño petrolero- originó que muchos de estos hombres y mujeres se
trasladarán a las ciudades y no obtuviesen siquiera la posibilidad de tener un
techo propio. Ejemplo de esto se evidencia en el origen de la comuna “El
Rosillo”, cuyos antecedentes datan del año 1999. Provenientes de la misma
Maturín, de otras ciudades de Venezuela e incluso desde fuera de nuestras
fronteras, un grupo de personas que no tenían vivienda se unieron para tomar
las tierras ociosas del Parcelamiento El Rosillo, terreno ubicado al suroeste
de la ciudad que estaba en manos de las familias Palacios y Bianchi.
Carvajal también señala que para el
año 2002, específicamente el 11 de abril -en pleno desarrollo del golpe de
estado contra el presidente Hugo Chávez-, los que se hacían llamar dueños del
parcelamiento -con tractores y maquinaria pesada- intentaron derrumbar los
ranchos levantados en estos terrenos. “En ese momento todos nos movilizamos y
nos pusimos en la entrada con nuestros hijos, nietos, todos evitamos que nos destruyeran
nuestras casitas”, cuenta.
“Tengo más de 12 años luchando en
mi comunidad. Yo fui de las primeras que pensé en organizar a todos aquí. Nos
fuimos uniendo poco a poco para que nos llegaran los servicios públicos.
Comprendimos que a otros sectores les llegaban y a nosotros no porque nos
faltaba lo más importante: la organización”.
Organizarse para convivir
Los habitantes de El Rosillo
entendieron la necesidad vital de organizarse. Primero comenzaron en comités de
tierras, de aguas y de salud para el 2004. Más adelante realizaron asambleas de
ciudadanos y ciudadanas y se fueron conformando en consejos comunales. Para el
2009 contaban con la sala de batalla “Luisa Cáceres de Arismendi”, que se
encargó de sentar las bases para la comuna, que en la actualidad ya está
registrada e integrada por 12 consejos comunales.
Oscar Ramos, comunero y popular
pescadero de la zona, habla sobre uno de los proyectos más representativos que
hasta ahora como comuna han consolidado y que aún sigue en marcha: el Plan de
Transformación Integral del Hábitat (PTIH), impulsado por el Ministerio para
las Comunas.
“En el 2011 construimos 40 viviendas y desde
el 2013 estamos haciendo 40 más. Ya sólo nos quedan 70 ranchos por sustituir”,
informa Ramos, al tiempo que sostiene que – a pesar de sus 58 años- aún tiene
mucho que dar para el desarrollo de su comunidad y que la mejor manera de
materializar los cambios es hacerlo por sí mismos: “Nosotros ponemos la mano de
obra, construimos nuestras propias viviendas y llegamos a feliz término”.
En el desarrollo del PTIH en la
comunidad, todos los voceros y voceras integrantes de la comuna colocan su
granito de arena para consolidar el sueño de tener viviendas dignas para ellos
y sus familias.
Rosmery Brito es una de ellas.
Colabora poniendo a disposición su propia casa “para guardar y cuidar los
materiales con los que se construyen las casas de todos”. Y es que eso parte de
una consigna básica: “Aquí idea es ayudarnos todos, los unos a los otros”.
En su vivienda de un solo ambiente
y casi ocupada en su totalidad por los materiales de construcción que alberga,
Rosmery afirma: “Es una responsabilidad muy grande pero me siento orgullosa de
que hayan guardado las puertas, tubos, cableado y todo aquí porque eso
significa que mi comunidad confía en mí”, agrega entusiasta.
Pero organizarse y concretar
acuerdos que la mayoría apruebe no es tan fácil. Carlos Arias, mejor conocido
como “Toto”, lo sabe de primera mano: “al contrario, fue difícil, costó
reunirse, costó enemistades, discusiones. La desunión reinaba pero todo este
proceso nos enseñó dos cosas muy importantes: la unión y la humanidad”.
Este colombiano de 50 años, que
tiene más de 35 viviendo en estas tierras, llegó a Maturín buscando
oportunidades de empleo que no conseguía en su país de origen. “Toto”
manifiesta vehemente: “A Venezuela le agradezco todo y sobre todo agradezco
vivir la Venezuela actual, la que nos dejó Chávez, la del pueblo organizado que
construye, que decide. Ojalá mi país coja ejemplo y cambie”.
Sentado en un tronco de madera, con
el sol de mediodía sobre sus hombros y comiéndose un higo, Alejando Lima, habla
de los principios de la comuna: “Nosotros aquí queríamos una comuna de verdad
verdad, no de papel sino de realidades”. Lima, quien destaca que además del
proyecto de las viviendas, en comuna han logrado una escuela y la consolidación
de las mini fincas productivas, asegura que “solo el poder popular sabe mejor
que nadie cuales son las necesidades de su comunidad y cómo solucionarlas”.
Las mini fincas productivas
La geografía de la comuna El
Rosillo es rica en tierras agrícolas y comprende un espacio de 749 hectáreas.
De estas, 345 son fértiles, aptas para la siembra y producción de más de 25
rubros.
La mayoría de los hogares de este
sector poseen una mezcla encantadora de aromas, que van desde el olor a pasto,
a orégano pasando por el malojillo, la flor de jamaica y hasta la leña en la
que muchos de ellos cocinan. Y es que esto se debe a que las familias de este
sector casi en su totalidad tienen patios productivos en sus viviendas.
Los habitantes de esta zona ya como
comuna materializaron la puesta en marcha de mini fincas productivas, en las
cuales hay gallinas ponedoras, pollos de engorde, cría de porcinos y siembra de
diversas frutas y verduras.
La señora Marcela Rangel muestra
orgullosa el huerto en el patio de su casa, de cuya producción hace un
recuento: “Yo aquí produzco casi de todo, desde mango, guama, tamarindo, flor
de jamaica, onoto, quinchoncho, orégano orejón, aguacate, lechuga, pimentón,
berenjena, malojillo, albahaca, auyama. Yo aquí siembro todo lo que la tierra
me da para sembrar y que sea beneficioso para nuestra alimentación”.
Del mismo modo, Marcela participa
en actividades de la comuna: “Colaboro activamente en el consejo comunal,
recibo material, superviso las obras, soy beneficiaria y comparto con mis
vecinos y con mi comunidad en general todo lo que mi huerto produce”.
Pero los sueños de esta comunera no
finalizan ni en la concreción de un techo, ni en los frutos comestibles: “Mi
sueño de tener una vivienda digna ya se me está haciendo realidad pero lo que
pienso seguir haciendo siempre es sembrar y sembrar, quiero tener un gran
vivero y llenar de alimentos y de muchas flores a mi comunidad. Me encantan las
flores”.
Por su parte, Elizabeth Rodríguez,
productora de las mini fincas, explica que “el trabajo del productor es fuerte,
no es sólo sembrar la mata, es regarla, cuidarla, estar pendiente y esperar con
paciencia sus frutos”, y resalta la constancia necesaria para la labor: “Aquí
los productores empezamos a trabajar desde bien tempranito y desde luego que
hay matas que te dan más trabajo que otras, por ejemplo el tomate”.
El amor a la tierra se siente en
sus palabras: “Yo aprendí a sembrar viendo. Mis abuelos eran campesinos de
Caripe. Desde pequeñita me gusta sembrar, eso es herencia, lo llevo en la
sangre. Esto me encanta, me desestresa, hace que me olvide de cualquier
problema que tengo. Uno aquí quiere tanto lo que hace que hasta mi hijo menor
duerme aquí en los cultivos, agarra los cochinos, los inyecta, lava las
cochineras”.
De igual modo, Rodríguez destaca la
importancia que tienen estos espacios productivos, que considera como “un
logro, una ayuda” para todos. “Aquí producimos de todo un poquito, mi niña”,
concluye.
Reinaldo Montaño es el productor
encargado de las gallinas ponedoras, que hasta la fecha ya suman 200 y producen
un estimado de 180 huevos diarios que van directamente a la comunidad. “Son
huevos frescos que la comunidad sabe que no están malos, batidos o intervenidos
(…) Lo bueno de las gallinas es que uno las cuida pero ellas solitas se
mantienen y le dan el sustento a uno, a la comunidad”, cuenta con el entusiasmo
que proporciona observar cómo el fruto del trabajo propio contribuye a la sana
alimentación de los vecinos.
La comuna: construir
realidades con hechos
La Ley Orgánica de las Comunas
define a la comuna como “un espacio socialista que, como entidad local, es
definida por la integración de comunidades vecinas con una memoria histórica
compartida, rasgos culturales, usos y costumbres, que se reconocen en el
territorio que ocupan y en las actividades productivas que le sirven de
sustento, y sobre el cual ejercen los principios de soberanía y participación
protagónica como expresión del Poder Popular, en concordancia con un régimen de
producción social y el modelo de desarrollo endógeno y sustentable, contemplado
en el Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación”.
En la comuna El Rosillo, todos
tienen clara la importancia de esta forma de organización, más allá de una
simple palabra, un registro oficial o una definición legal.
“La comuna es la mejor manera de
ayudar a la gente. Yo soy comunera porque me involucro en mi comunidad al 100%.
Me gusta resolver los problemas que tenemos, que todos vivamos mejor. Yo gano
muchísima alegría de ver a mi comunidad bien establecida”, dice Lilibeth
Aguilarte.
El brigadista Juan Solórzano ve
como elemento clave para una comuna la organización, pues sin ella “no se logra
nada. La comuna es construir realidades y las realidades se construyen con
hechos, más nada”.
A lo que la vocera Mallyuris
Bandres acota que ser comunera es ser “luchadora”. Por esto exhorta a sus
compañeros y compañeras a continuar con el legado de la comuna como nueva forma
de organización popular, sabiendo que es una lucha continua en la que no pueden
decaer.
El principio zapatista de “La
tierra es para quien la trabaja” es patente en el recorrido que han trazado los
comuneros y comuneras de El Rosillo. Han convertido unas tierras que estaban
ociosas y sin uso social en núcleo productivo. Tal y como lo cuentan sus
protagonistas, supieron sortear dificultades a través de la organización,
consolidaron proyectos para el bienestar colectivo y han construido su propio
sistema de producción y auto sustentabilidad, muy a pesar de vivir en una
región obnubilada por el petróleo.
Texto: Natalí González –
Prensa MinComunas.
Fotos: Gustavo Lagarde –
Audiovisuales MinComunas.
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