Laurentino Chitaraque Mozalbete / Resumen Latinoamericano / 19 de febrero de 2020
Hace mucho no me molestaba tanto un escrito, muy a pesar de lo acostumbrado que estoy a tener que soportar los absurdos de, por ejemplo, Paloma Valencia, o los disparates de Vicky Dávila. Sin embargo, lo afirmado en “La rebelión de la pequeña burguesía” de Héctor Abad Faciolince molesta porque está escrito con mucha mala saña.
A pesar de eso, se le debe reconocer que escribe con “buen estilo”, es decir: facilongo y directo, para que cale entre las “masas” a las que se dirige el mensaje, a fin de lograr que lo hiriente y letal de las palabras funcione como parte del tejido destinado a dominarlas; efectividad multiplicada al posar de progresistas.
Es evidente que Abad Faciolince domina el arte de esa retórica, desvelada hace ya tiempo por Chomsky, mediante la cual se tejen estrategias cuyo propósito es engañar, desmotivar, dividir y frenar a quienes luchan por mejores condiciones de vida.
La prominente técnica, en este caso, labora con mezquindad, a fin de infantilizar a todo el movimiento social que viene protestando sistemáticamente en las calles.
Distorsionar y manipular conceptos como forma de confundir
En esa descripción de las protestas solo aparecen jóvenes de la clase media, que con el arte de la pluma son reducidos a niños malcriados capaces de terribles pataletas en las que destrozan buses y ciudades. ¿Acaso se los confunde con los niñitos que celebran sus cumpleaños en caros parques temáticos y son transportados en aviones presidenciales?
Menoscabar de esa manera las fuerzas y formas de la protesta social da juego a quienes justifican el proceder de la cachiporra y los tiros para limitarla, postura que tiene como trasfondo el “ecuánime adulto represor” que pide más sangre, más tiros, más sacrificios, ¡más muertes como los de Dilán Cruz!
Abad Faciolince procura ubicarse más proclive a una tercería social que ve con buenos ojos la reforma, pero parece no escapar del lado de Geovanny Sartory, ese gran defensor de la democracia de opinión, forma predilecta de Uribe. Sartory, en su libro “qué es la democracia”, argumenta que el mayor peligro que ella enfrenta es el de exigir mayor democracia, debido a que se sacan las cosas de casillas y se da lugar a que los comunistas hagan fiesta. ¡Ni Bolsonaro, ni Chávez! se argumenta, como si en los dos casos no se tratara de facilitadores del capitalismo. Por lo tanto, para que ningún “extremismo” tenga chance, rebrota el ecuánime censor pidiendo portarse bien, es decir, tragarse la mala vida con todo su agobio y sin rechistar: ¡nada de más derechos sociales, económicos o políticos!
Y es que en el país que describe el escrito, existe ese “ingenioso” invento de la sociología norteamericana sobre una tal “clase media”, que por demás ha sido bendecida por los efectos de irrigación del capital, gracias a la gestión de una socialdemocracia: ¿la de Santos?
Cierto es que desde 2002 al capital le va bien en Colombia, tanto que no hay referencia sobre un ciclo de crecimiento económico tan largo, del que no hay que olvidar que es en mucho resultado del reino del terror bajo el cual se somete a los trabajadores.
A pesar de ello, el desempleo real no ha bajado, y por eso 60% de los trabajadores permanece bajo relaciones salariales precarias, de modo que cerca de la mitad gana menos de un salario mínimo.
En consecuencia, menos del 30% puede cotizar a pensiones, y –para no alargar- esto significa que cada vez menos personas tienen acceso a ese beneficio. Es por esto que el proletariado con ingresos medios (diferente a clase media) salió a protestar con tanto ahínco, y no porque sean pedigüeños insaciables y mal agradecidos.
La mala saña se embadurna con serias tergiversaciones conceptuales, como esa que iguala el proletariado al trabajador fabril –craso error que algunas izquierdas reproducen-.
La lógica totalitaria del capital reduce los trabajadores a una fuerza productora que compra por salario, y esta relación le permite succionar tiempo excedente, fuente de la ganancia. Esa fuerza le es benéfica al capital con indiferencia de la actividad a la que se dedica, tanto, que aún lo es permaneciendo en desempleo, debido a que empuja el salario a la baja. Por eso, el proletario puede estar localizado, o girando, entre la fábrica, la oficina, el hogar, o la esquina.
Aún más, los jóvenes que estudian son mano de obra de reemplazo, por tanto, en su mayoría, proletarios a futuro. Por eso nada de imberbes haciendo pataletas. En las calles del país real se puede ver al proletariado moderno en su lucha, a pesar de que en ellas falten más trabajadores de las fábricas, tal como lo crítica el artículo.
Otra cosa es la amañada interpretación que busca dividir su capacidad de acción, mediante la figura literaria que pinta a quienes protestan como si se tratara de niñitos barrigones, bien vestidos, mal acostumbrados, y, por sobre todo, como parranda de mal agradecidos, que con su peligrosa pataleta afectan a los pobres que sí quieren ir a trabajar, perorata que repite hace años la burguesía.
La narrativa actúa como instrumento de la burguesía
De que las diestras artimañas literarias trabajan en favor del capital no queda duda, puesto que sus dardos han sido lanzados en el momento que la ultraderecha inicia su contraataque, al crear una organización movilizadora contra el paro proletario. Con ese proceder remarcan la división social que crean, sostienen y representan, aunque también de ese modo ayuden a aclarar las cosas:
De un lado la retrógrada forma bicéfala que dirige el ejecutivo (Uribe-Duque), ahora acompañado de los “representantes” que conforman la mayoría del Congreso. Junto a ellos sus partidos (La U, Liberal, Conservador, Cambio Radical, Centro Democrático, Verdes…), y los grandes medios de comunicación, todo un sindicato mafioso presto a burlarse de los trabajadores, o de las víctimas.
De ese proceder también dio cuenta la aprobación de la reforma tributaria en diciembre del año pasado. Unidad de acción que indicó un giro entre algunos políticos y medios que apoyaron el paro de noviembre, eso sí, tras cobrar lo suyo. Sobre esto, lo más palpable es el “transfuguismo” de Vargas Lleras, quien no deja de auto-encandilarse con su imagen dirigiendo el Palacio de gobierno.
Atrincherados en las desgastadas instituciones de la fantasmal democracia “representativa” están quienes se han impuesto como sustitutos del pueblo colombiano, una caterva de bribones que han desarrollado la industria de la corrupción, y no dudan en arrodillar su “democracia” ante el capital; junto a ellos un ejército de anunciantes y escribidores que como acolitantes permanecen prestos a recoger los billetes de premio que desde las alturas de la infamia se les deja caer.
Del otro lado de la línea quedan los proletarios -de fábrica, oficina, universidad, calle y esquina-, quienes han empezado a construir una democracia permanente, popular y constituyente a través de las asambleas populares, verdaderos espacios de encuentro, reflexión y decisión que van permitiendo avanzar desde una agenda reivindicativa y para la “negociación” (empleo, pensiones y salarios) hacia una visión alternativa de país, en la que se incluyen los más de cien puntos con los que se renueva el llamado a la protesta.
En medio de este proceso se desarrollan las formas, aún “dispersas y diversas”, en las que todavía aparece y se hace representar el proletariado moderno, pero a pesar de ello, construyendo medios organizativos propios y una agenda de futuro. Es este momento histórico prometedor, el que es temido y atacado sin piedad por todos los que toman posición en defensa del capital, entre los que se encuentran autores y medios que se venden como progresistas.
[1] Laurentino Chitaraque Mozalbete – Líder Social , integrante del equipo de formación del Movimiento Político de Masas Social y Popular del Centro Oriente de Colombia.
** Las opiniones, análisis y/o similitudes expresadas por los autores son su responsabilidad, por tanto Trochando Sin Fronteras no se hace responsable
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