viernes, 29 de noviembre de 2019

Arde Colombia



Rueda nuevamente el Cartel del Lima. Otro presidente lacayo, peón de los designios del imperio norteamericano, se deja ver las costuras por la terrible realidad social, económica y política al interior de su país. Lo que se supone es el mayor ejemplo de “plenitud” democrática para todo el planeta, resulta que es una bufa, un vil engaño mediático. La exclusión y las desigualdades sociales son las variables que más se repiten en cada país gobernado por la extrema derecha, las fuerzas oligárquicas y sus demás derivados neoliberales.
El impoluto muñequito de torta, Iván Duque, está en medio de este candelero. Su proceder es clásico, descargar todo su odio de clase contra el pueblo humilde, oprimirlo y expoliarlo para generar el máximo de ganancias para las poderosas fuerzas oligárquicas que controlan todos los poderes del país. Por eso arde Colombia, por la exclusión social y la pobreza. Estallan protestas simultáneas en todo el país y la respuesta de las autoridades es ignorar y desatender los reclamos de los gremios, estudiantes y sectores sociales.
Más que actitud para el diálogo, el gobierno de extrema derecha de Duque montó un agresivo dispositivo de seguridad, con la evidente intención de criminalizar las actividades de preparación previas al Paro Nacional convocado para el 21 de noviembre. Colmados de temor llegaron al punto de cerrar las fronteras terrestres y fluviales con todos los países vecinos; prohibieron los portes de armas; autorizaron la aplicación a discreción del toque de queda; allanaron “preventivamente” espacios de movimientos sociales e hicieron arrestos selectivos; autorizaron el uso de fuerzas militares en las protestas; y hasta amenazaron con grabaciones biométricas a los manifestantes desde helicópteros de la policía. El Gran Hermano pues, haciendo de las suyas intimidando y amedrentando al pueblo colombiano. Toda esta “creatividad” represiva montada a gran escala por los supuestos mayores demócratas del Continente. Duque se ha revelado como el gran farsante.
En el mágico mundo de Duque todo es maravilloso y perfecto. Pero las protestas evidencian una realidad inocultable para los colombianos. Expresa el descontento de la clase trabajadora, de los jubilados, de los estudiantes y una gran cantidad de movimientos sociales. Las protestas tienen varias aristas. El intento de paquetazo de Duque siguiendo las clásicas recetas neoliberales de flexibilización laboral, cercenando los derechos de los trabajadores al pretender “eliminar el fondo estatal de pensiones Colpensiones; aumentar la edad de jubilación; y reducir el salario para los jóvenes hasta ubicarlo en 75% del mínimo”. Las protestas estudiantiles se fundamentan en el incumplimiento de los acuerdos de incremento de las inversiones en las universidades públicas. También se suman las protestas por la impunidad en el asesinato de docenas de indígenas y líderes sociales. Otro punto de gran de indignación y molestia es la abierta resistencia de Duque al cumplimiento de los acuerdos de paz firmados con las FARC en el año 2016. El Balance de la represión policial y militar se ubica temporalmente en la lamentable cifra de 3 muertos, más de 270 heridos y 98 personas bajo el estatus de “capturados”.
Duque rápidamente se reunió con sus pares de clase, los empresarios, y con algunos sindicatos afectos, para ofrecer (a regañadientes y por la presión popular) el establecimiento de una “Mesa de Concertación Laboral” y una jornada de “Gran Conversación Nacional”, por ahora solo con alcaldes y gobernadores. Patada de ahogado para minimizar el gran descontento social. Nadie puede detener las acciones de protesta, las trancas y los cacerolazos. Sus niveles de impopularidad son más altos que el pico Cristóbal Colón.
Para complicar los problemas de Duque, han “pinchado” a su novísima canciller Claudia Blum en “amena y franca” conversación con el embajador colombiano en Estados Unidos, Francisco Santos. Las perlas allí reveladas reflejan la vil realidad de la injerencia del gobierno de Duque en contra de Venezuela, comportándose vergonzosamente como un rastrero peón del imperio norteamericano. Con cándida honestidad, el embajador reveló frases que pasarán a la historia por el descarado complot que han montado en contra de Venezuela: “Lo del Tiar, el Departamento de Estado lo quería, la Casa Blanca no. Pero aquí todavía no se ponen de acuerdo. Trump no se va a meter en Venezuela”; “Pero si este señor no se va (Maduro), Colombia no tiene futuro. Si este señor no se va, nos va a hacer la vida imposible”; “Yo lo único que veo es con acciones encubiertas allá adentro, para generar ruido y apoyar a la oposición que allá está muy sola”. Y responde Blum: “La gente ya no cree. Esa ayuda humanitaria fue un fiasco. Colombia tiene que jugársela, porque como está, estamos retrasados con Venezuela. La gente ya no cree, no cree en lo que hizo el Gobierno”. Que descaro compadre. Además evidencia la expresa participación en la conjura de Guaidó, Vecchio, Borges y demás apátridas de la extrema derecha venezolana.
Mientras todo esto pasa, el bellaco Almagro está tragando grueso. Vive viendo para otro lado, con la mirada perdida en el horizonte. Está haciendo mutis, morisquetas y malabarismos para distraer a su cada vez más indignada audiencia en los pasillos de la OEA. Su doble rasero es inocultable. Hace rato que perdió la mesura y el equilibrio. Subordinado del imperio norteamericano, sabe que jamás le podrá pegar a ninguno de los miembros del Cartel de Lima. No puede morder la mano que lame y le da de comer. Así que debe inventar colosales excusas (con detergentes y suavizantes incluidos) para minimizar los crímenes de Estado que sus socios están cometiendo impunemente. Piñera en Chile, Lenín en Ecuador, los golpistas de Bolivia y ahora sus panas de la derecha colombiana. Almagro tiene un guion escrito por sus patrones: debe radicalizar sus acciones de odio para que la agenda política y mediática solo apunte a sus archienemigos Venezuela, Cuba o Nicaragua. Es un inmoral.
Richard Canan

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