Caracas, 19 Nov. AVN.- Dijo el presidente de Ecuador, Rafael Correa: "Creo que el gran desafío de la humanidad en el siglo XXI es la supremacía de los seres humanos sobre el capital... de los ciudadanos sobre los grandes negocios".
En la reciente reunión anual del Secretariado de la Federación Latinoamericana de Periodistas, FELAP, celebrada en Esmeraldas, Ecuador, los días 12,13 y 14 de noviembre, nuestra organización continental subrayó su compromiso histórico con quienes en el campo de la comunicación se expresan a favor de la vida y contra la barbarie.
En esa línea se tomó nota, nuevamente, de la sostenida ofensiva de los medios de comunicación del gran capital –y sus periodistas dependientes– dispuestos a desgastar y, si pudieran, eliminar a los gobiernos progresistas de América Latina y el Caribe, los cuales hace aproximadamente una década y media han retomado, después de muchos años de genocidios e impunidades a mano del llamado neoliberalismo, el largo y para nada sencillo camino de la independencia de nuestros países y la reivindicación de los sectores más postergados de la sociedad.
Hasta no hace mucho los gobiernos señalados eran, según los dueños del dinero y sus medios de transmisión ideológica: populistas, demagogos e incapaces. Y ahora han pasado a ser, lisa y llanamente, "fascistas".
En el encuentro, realizado gracias al gran esfuerzo de convocatoria hecho por la periodista Carmen Intriago, Vicepresidenta de la FELAP por Ecuador, el periodista Edgar Quiñones, destacado luchador social y maestro de periodistas, y el Colegio de Periodistas de Esmeraldas, presidido por el colega Juan Almeida, la FELAP denunció que detrás de los reclamos de "libertad de expresión" y "democracia" con que se pretende desestabilizar el actual proceso de integración regional, se esconde la idea de volver a los tiempos de la obediencia debida a los poderes fácticos, con el Estado como rehén del Capital.
La decisión es retornar a los días de las criminales políticas económicas y sociales que provocaron millones de desocupados y el desespero de millones de familias acorraladas en la incertidumbre, la pobreza y la indigencia, luego del paso, durante los años setenta y ochenta del siglo pasado, de las dictaduras militares, encomendadas todas ellas a instalar –a sangre y fuego– planes estratégicos en lo económico y social, con la finalidad de afianzar y expandir la dominación del gran capital y el imperialismo de Estados Unidos.
Un pensamiento único y un discurso hegemónico –nazi-fascismo puro y duro–, arreció entonces a caballo de las transnacionales de medios de comunicación que, como partícipes necesarios –en muchos casos empinados en el rol protagónico–, multiplicaron las campañas propagandísticas con las que –se decía– las masas ingresarían a la modernidad, la postmodernidad y el bienestar general.
El gran anuncio de aquellos años era el "fin de la historia" –un despropósito teórico– y "la muerte de las ideologías", una monumental maniobra de distracción que desactivó a más de un intelectual proclive a claudicar frente a la abrumadora demostración de fuerza desplegada por los dueños del dinero.
Para poder llevar a cabo semejante reorganización de piezas en el proceso de acumulación capitalista a escala global, los "demócratas", defensores de "la libertad de expresión", echaron mano a las dictaduras militares. O sea: a los asesinatos y desapariciones de decenas de miles de personas, entre ellas miles de mujeres y hombres dirigentes y militantes de organizaciones políticas, sindicales, estudiantiles. Todas y todos –también niñas y niños– fueron borrados del mapa.
La "democracia" y la "libertad de expresión" de los poderosos, hizo de marco al lobo para disfrazarse de cordero. Nazi-fascismo puro y duro.
Resulta ser que quienes llevaron adelante el genocidio y posteriormente los planes de desempleo y agrandaron la pobreza extrema y la exclusión social, hoy acusan de fascistas a quienes asumen la defensa integral de los derechos humanos de nuestros pueblos, desde la administración del Estado y desde diversas formaciones políticas y sociales, incluidas las de los trabajadores de la prensa, como es el caso de la FELAP.
En Esmeraldas, por lo tanto, hemos dado otro paso en la lucha contra la mentira organizada y por la unidad de la verdad dispersa, como lo requiere incansablemente el compañero Ernesto Vera, presidente de honor de la Unión de Periodistas de Cuba, UPEC, y de la FELAP.
Juan Carlos Camaño es presidente de la FELAP
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