jueves, 11 de octubre de 2018

De la progrecracia a Bolsonaro

Santiago Díaz

El poder corrompe, reza aquel cliché. Y si es absoluto, corrompe de manera absoluta, remata la coletilla. Lo que nadie parece decir es que esa moneda tiene otra cara: el antipoder puede ser tremendamente contraproducente y, si se convierte en obsesión, hasta termina embruteciendo a los monjes que lo practican. Para guardar apariencias, para que las “civilizadas” democracias occidentales no los vieran feo, varios líderes latinoamericanos cayeron redonditos en la trampa de la alternabilidad como un bien absoluto que todo lo puede y todo lo cura si le rezas con suficiente devoción. Uno de ellos está exiliado y traicionado, el otro está preso y a la otra ya le están preparando la celda.
Sé que lo que acabo de decir suena tremendamente crudo, pero hay verdades que son feas y ni siquiera maquillándolas como a los tipos de Kiss se van a ver mejor. Lamentable y dolorosamente, pensar en esta situación me hace recordar a Lula sentado al lado de Felipe González y el dueño del Grupo Prisa haciéndole fo a Maduro cuando las cosas se pusieron más difíciles para el chavismo. El gustico del antipoder, según parece, es que hace que creas que todo el mundo te quiere porque eres el bueno de la película. Entonces pierdes la perspectiva de quiénes son tus aliados y quiénes te están sobando el ego para cocinarte a fuego lento o, en algunos casos, devorarte crudo.
En nuestra región hay una izquierda que tiene que dejar atrás sus problemas de autoestima y entender que lo primero es que nos apoyemos entre todos; caerle simpático al enemigo histórico no sirve para nada. Después de llenarte de halagos, igualito te van a dar matica de café cuando te distraigas. Es más, este asunto ni siquiera se trata de quién nos caiga bien o mal. Daniel Ortega jamás se me ha hecho simpático, pero ni a balazos voy a quedarme callado mientras tratan de acorralarlo con una revolución de color. Además, celebro haberme equivocado hace unos meses cuando lo vi rodeado y casi derrotado. Evidentemente, el tipo siempre supo lo que estaba haciendo.
Bolsonaro es lo mismo que Trump aprovechándose del hecho de que todos sus oponentes, durante las primarias y durante la elección, lo subestimaron. Bolsonaro también es JJ Rendón inventando un nuevo rumor loco después de ver que un progre confundido creyó el anterior. Bolsonaro es lo que se cuela por las rendijas cuando quienes llevan las riendas de la Patria Grande empiezan a alejarse de sus verdaderos amigos para ver si los poderosos del mundo les dan una sillita en sus reuniones. Y digo esto porque ya huelo las ganas de algunos de decir que el surgimiento de ese monstruo del fascismo brasileño también es culpa de Chávez y Maduro, y ante tal acusación nadie debe quedarse callado.
@letradirectasd

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