En los países donde el capitalismo más rapiñero y neoliberal ha secuestrado al aparato gubernamental y se ha enquistado dentro del Estado, las “deficiencias” para atender (y entender) las necesidades de la gente han aumentado de manera exponencial, generando inocultables desigualdades y contradicciones. Corporaciones y elites prosperas, cada día más ricas, versus ingentes sectores subsumidos en la miseria, pobreza y exclusión.
La crisis del modelo neoliberal evidencia una inocultable premisa: los gobiernos y los decisores se han olvidado de la gente. Los pobres son solo un daño colateral en sus propósitos de acumulación de capital. La cara más perversa de esta lógica, es que mercado, democracia y libertad son una misma moneda de doble rasero, donde por un lado siempre obtienen beneficio y están bien protegidos los banqueros y sus capitales y por el otro están los pueblos, las grandes mayorías, con escasos ingresos o desempleados. Siempre sobreviviendo sin viviendas, sin pensiones y sin futuro.
Como el modelo neoliberal ha conseguido debilitar a los gobiernos, “asalariando” a las élites políticas, no hay transformación posible que genere un cambio social en las condiciones actuales de dominación de la derecha mundial. El secuestro es total y nadie en Occidente tiene la capacidad y autonomía para privilegiar a las mayorías. Ello significaría, quitarle los privilegios a las burguesías y a las depredadoras corporaciones mundiales, las cuales, como el nuevo gobierno de Trump (con sus agentes ya instalados y operando cómodamente desde la Casa Blanca), van a seguir transando al mundo con total impunidad. Desde la lógica Occidental, los gobiernos seguirán secuestrados bajo los designios de Wall Street, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Todos sinónimos de apocalipsis y de quinto infierno para los pueblos del mundo.
En el marco de esta visión neoliberal, los yuppies de Wall Street miran con horror que países soberanos e independientes como el nuestro, se hayan rebelado para intentar “Otro mundo posible”. Un modelo donde la transformación política, la construcción de un nuevo Contrato Social, se base en una distribución justa y equitativa de la riqueza, procurando siempre dar más a quién más lo necesita y reducir las desigualdades con justicia e inclusión social en áreas estratégicas del devenir humano: educación, salud, alimentación. La única forma de lograrlo es derrocando a las elites y sus lógicas enquistadas en todas las estructuras de poder, para darle ese poder al pueblo, ejerciéndolo en base al interés colectivo de las grandes mayorías. Esto jamás será tolerado y permitido por la elite mundial, que concentrará todo su fuego en aislarlo, atacarlo y destruirlo. Solo así se entiende tanto odio descargado contra los países independientes y soberanos del mundo.
Para lograr superar las presiones y espejitos del modelo neoliberal, se requiere conciencia histórica, se requiere independencia para gobernar junto al pueblo. Recordemos que el concepto de gobernar (del latín Gubernāre) significa “Mandar con autoridad o regir algo; Dirigir un país o una colectividad política; Guiar y dirigir”. Pero gobernar, no para las oligarquías y grupos de poder, sino gobernar en beneficios de todos, “obedeciendo al pueblo”.
En circunstancias difíciles, los más débiles y sin conciencia son los primeros en abandonar el barco. Los reformistas, como señala Juan Carlos Monedero, totalmente vencidos moralmente, claudican ante el conservadurismo y pretenden abocarse descaradamente a “gestionar los logros del pasado”, a reproducir la lógica de dominación. Ignoran que el enemigo espera sigiloso, puñal en mano para desmembrarlo. No se puede pactar con el adversario neoliberal, un verdugo sanguinario, que solo espera el momento oportuno para tomar venganza, pasando nuestros cuellos por su filosa guillotine.
Por el contrario, un revolucionario vive en permanente resiliencia (del latín resiliens: “Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos; Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”), y con suma conciencia se crece ante los retos y adversidades. Un revolucionario tiene como objetivo inquebrantable “desbordar el capitalismo porque es responsable de que tres cuartas partes de la humanidad apenas tengan posibilidades; porque amenaza la supervivencia humana; porque degrada la existencia de las personas al basarse en la explotación. Desbordar el capitalismo porque en su fiesta, deslumbrante desde fuera y desde adentro, hay muy pocos comensales y demasiados servidores” (Monedero, “El gobierno de las Palabras”, 2012).
La fuerza y consciencia revolucionaria nos permitirá resistir junto al pueblo todos los ataques y agresiones de la derecha mundial. Debemos mantenernos en modo rebeldía, como aquel 27 de Febrero de 1989.
Richard Canan
Sociólogo
@richardcanan
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