martes, 6 de noviembre de 2018

Un país capitalista sin burguesía: las anomalías históricas del caso venezolano


Entre los pasos que daba la recién naciente burguesía mundial, arraigada en Europa y reproducida en todos los rincones del planeta a través de las rutas mercantiles que fueron trazando para obtener recursos materiales y energéticos que contribuyeran a la acumulación de capital, sucedió que en Venezuela, ese espacio geográfico dotado por vastos terrenos fértiles, subsuelos cargados con riquezas mineras latentes y una población nativa carente de grandes parapetos militares, los representantes del recién estrenado mundo moderno mutaron en una clase social que controló la estructura económica venezolana sin realizar muchos esfuerzos en ello.
Acusarlos de burgueses, según la definición tradicional que implica la cultura del trabajo, es atribuirles méritos que no fueron construidos por estos grupos económicos. De allí, la revisión necesaria de la estructura económica venezolana, más allá del pasado inmediato con el surgimiento del rentismo petrolero en el siglo XX, para conocer el proceso de acumulación de capital, que los antepasados de las familias ahora distribuidos en el aparato financiero y supuestamente industrial del país efectuaron.
En este contexto se ubican las relaciones híbridas económicas que se mantuvieron durante el largo periodo de invasión y saqueo, con la llegada de los colonizadores españoles a las costas caribeñas. Las formas económicas que se fueron elaborando no tenían una planificación previa ni proyección a futuro, sino que respondía a intereses inmediatos de los que iban controlando gentes y territorios.

Elementos germinales de una burguesía no tradicional

Los elementos comunes de los que operaron en el primitivo Estado colonial fueron el de vivir apertrechados en las ciudades por la afrenta que significaba para ellos el trabajo manual, delegando las haciendas a encargados que disponían de los peones y la de "mantener unos sofisticados niveles de consumo de bienes suntuarios satisfechos en la precariedad de esa sociedad, a través de importaciones, notablemente del Reino Unido".
Así lo relata el historiador Jesús Mora Contreras, en su artículo de investigación La estructura económica venezolana que encontró la industria petrolera: una aproximación. Más adelante, explica que entre el momento de conquista y hasta culminar el periodo colonial, existían dos grupos económicos importantes: los terratenientes y los grandes comerciantes.
Los primeros brotaron de la apropiación privada del territorio, tanto desde el sistema colonial que extrajo experiencias de grupos señoriales que basaban su control en la posesión de tierras (con base al modelo feudal importado de España) y de individualidades como la Iglesia, que hacía lo propio con la expansión de las misiones y corporaciones que fueron dando pasos en el latifundismo, tomando propiedad de grandes extensiones territoriales mediante actividades lícitas e ilícitas.
Además, en las relaciones políticas posteriores a la independencia venezolana, también se hicieron adjudicaciones de propiedades, todas ellas dentro de los márgenes de la oligarquía local y que se mantuvieron buena parte de ellas en calidad de ociosas.
La relación con la fuerza productiva era una mezcolanza de esclavismo, trabajo asalariado y servilismo que confluyó con el amasijo interracial inducido por los mismos europeos. La tarea de dominar y someter a la población ancestral del continente se aplicó mediante instituciones coloniales como la encomienda, que sirvió para establecer poblaciones de indígenas y utilizarlos para trabajar las tierras de sus inmediaciones en beneficio de los encomenderos.
Instauradas las poblaciones nativas en regiones que ellos ya habitaban, pero ahora organizadas a la fuerza con la traza española y bajo un marco mínimo de comprensión por parte de los invasores de la cultura aborigen, tomaron posesión de los territorios. El investigador Héctor Publio explica que "a pesar de señalarse que la encomienda no implicaba derechos sobre la tierra, sí se fue estableciendo una conexión real (factual) entre encomienda y hacienda, surgiendo con ello muchos propietarios de tierras". 
Esta potestad fue acentuándose gracias a los pregonados (y dudosos) títulos nobiliarios de los conquistadores, pues en lo concreto, los que emigraron al continente americano pertenecían a clases mucho menos influyentes o con nulas capacidades autónomas en lo económico. En torno a esta ficción y gracias al apoyo que recibían de la corona española, edificaron la categoría de "nobleza criolla", herencia que luego será defendida por generaciones futuras.

El latifundismo improductivo en territorio venezolano

En el territorio venezolano, que al final de siglo XIX se dividía en un 50% controlado por el Estado y el otro por particulares, se cimentó una estructura económica basada en las ansias de riquezas que los latifundistas presentaban. Así, las relaciones comerciales monoproductoras, de poca inversión en infraestructura y tecnologías, tienen un origen más remoto que el de la cultura petrolera.
Una realidad fraguada por centurias, que se constata como señala Mora, al examinar el panorama económico de mediados de 1800: "la evidencia estadística lo que muestra es un proceso económico productivo caracterizado por violentos altibajos, sin una acentuada tendencia positiva".
Las grandes haciendas encargadas de producir un solo rubro, según las prematuras exigencias especulativas (primero el cacao, sustituido por el café gracias a su alto rendimiento por hectáreas, la posibilidad de almacenamiento por periodos de tiempo más extensos, engorde de precio y la ruptura de relaciones comerciales con España después de la guerra), no contaban con una división marcada de las tareas, la tecnología agraria para la faena se reducía al machete y al garabato, y las jornadas, si no estaban atribuidas al esclavismo, eran pagadas con especies o estaban signadas por relaciones serviles.
Otro retrato de la improductividad económica venezolana se alberga en este dato de Jesús Mora: a pesar de que en una oportunidad, Venezuela estuvo entre los cinco mayores productores de café, elevando la producción de 15% a 45% entre 1830 y 1924, del total de suelos cultivados, esto solo representaba el 1% de todo el territorio.
Una costumbre de lo que más adelante vendría a conformar rasgos del extractivismo petrolero es que era más barato, por la cantidad de buenos suelos cultivables, cosechar un producto y trasladar el nuevo cultivo a otro terreno, en vez de invertir en preparar la tierra ya utilizada.
Por otro lado, tampoco se hizo una inversión significativa en las vías de comunicación con el interior del país debido a que el consumo del círculo ilustrado caraqueño y sus alrededores estaba enclavado en las importaciones europeas. Los campesinos que trabajaban la tierra en conucos, logrando autoabastecerse y generar excedentes para el consumo de los centros de comercio, eran frenados por el alto costo de traslado y las precarias condiciones. Las pocas rutas de transporte establecidas, como en la región de la cordillera andina para acceder al mercado del café, responden al interés comercial de grandes ganancias con poca inversión.
Es el imaginario del latifundista con poco interés en hacer raíz dentro del país, amplias espacios productivos exentos de grandes presupuestos y una masa trabajadora gestada en el látigo de la violencia, que irá evolucionando en su dependencia directa al capital que agentes secundarios forjan.

Contrabando mercantil: expresión del comercio colonial

Los comerciantes fueron otro grupo que derivó del sistema colonial en Venezuela, sintonizado con la expansión global del capitalismo y el establecimiento de rutas comerciales específicas entre las periferias y el viejo continente. Rechazado, solo en apariencia, por el conjunto de terratenientes que consideraban el comercio como un trabajo no noble, se nutrió con una nueva ola de inmigrantes europeos así como de la creciente preponderancia que tuvo el cacao como producto de exportación en el siglo XVIII, una vez que el saqueo inicial de recursos minerales fue completado.
Su máxima expresión en la práctica fue el contrabando. La Compañía Guipuzcoana, fundada en 1793 por el imperio español para monopolizar el control de las exportaciones e importaciones coloniales, proporciona un ejemplo de cómo reaccionaban las castas locales ante cualquier pretensión imperial de regular, lo que favoreció las redes de comercio ilegal: los blancos criollos recibían importaciones de holandeses y franceses a menor precio, a su vez que estos le pagaban mucho más alto el precio del cacao que lo que la empresa española estipulaba de forma arbitraria.
Por más que su origen lo vinculaban al primer mundo, el comerciante criollo no restringía las opciones de comercio a lo pautado por la Compañía Guipuzcoana, si detectaba posibilidades de multiplicar los bienes. Esto a pesar de lesionar grupos económicos españoles en beneficio de otros emergentes, como los ingleses y alemanes.
La pugna intercolonial por intervenir en la dinámica mercantil de sitios geográficos estratégicos hizo que en Venezuela se concediera un privilegio a las clases económicas nacionales: se instauró en 1793 un Real Consulado, encargado de velar y proteger las actividades económicas de los señores agrarios y los altos comerciantes. Gravitados en este recurso, la línea divisora entre ellos fue cada vez más indeterminada, fusionándose por el poder político que adquirían.
El periodo de guerras independentistas sufre del abandono de estas castas, que esperaron hasta la estabilización del país para regresar y participar en la delineación de la sociedad postcolonial. Los intentos de reactivar el aparato productivo agrícola dedicado al comercio exterior, ahora conducidos por el Estado nacional, fueron intervenidos por las preocupaciones de la burguesía criolla.
Cuando en la década de 1820 se prohibió la venta al exterior de ganado para conservarlo como consumo nacional y de cría, se siguió realizando el tráfico ilícito. A su vez, al establecerse impuestos a productos importados, con el objetivo de recaudar fondos para el Estado, crecieron los canales de comercio ilegal. De nuevo, el contrabando fue el camino paralelo que eludía las obligaciones con el país para ejercitar el músculo productivo.
Con el apogeo del monocultivo cafetalero en la región de los Andes, el comercio fue desplazado del centro del país. La reconfiguración económica del territorio hacia aquella zona se debía a su aislamiento natural, protegida por el sistema montañoso de los desmanes de la guerra.
Acá el desarrollo agrícola no estuvo dominado por monopolios sino por pequeñas unidades productivas, lo que tonificó las habilidades de los comerciantes en la disposición de capital para préstamos y adelantos a productores que garantizaban el pago con la cosecha o hipotecando la finca.
Al momento de saldar las deudas, los productores no podían pagar, teniendo que entregar sus propiedades y dejando así el control agrícola a las casas comerciales que volcaban la producción en el comercio internacional.

La conexión orgánica de esto con el presente económico

En síntesis, es de este modo que se preparó profesionalmente la anómala "burguesía" venezolana para recibir el auge petrolero. Pasa de depender de las casas comerciales europeas, haciendo gala de sus facultades como alcabala latifundista y distribuidora entre la producción y la exportación de recursos agrícolas, a someterse a los designios de corporaciones petroleras estadounidenses con tarea afínes. Siempre presta a ser segundona entre las verdaderas élites globales.
La irrupción del oro negro en el horizonte económico del país no interrumpió el ritmo de acumulación de capital comercial, ausente de cultura de trabajo, que familias pudientes amasaron durante siglos de adaptación a la geografía venezolana. En cambio, apresuraron el curso de las actividades especulativas que giraron en torno al petróleo.
Conseguir ganancias con menos riesgos que los pocos acumulados en el periodo colonial (la mayoría relacionados a malos periodos de siembra, la baja de precios internacionales y la inestabilidad política y social) fue un aditivo extraordinario de los negocios que se perfilaban con la industria petrolera. Con el Estado a disposición de las élites nacionales, se configuraron los gestores privados que conectarían el recurso energético directamente con las transnacionales interesadas, captando en el proceso un residuo de los beneficios en la renta del petróleo.
Las destrezas de la clase pudiente para repartirse el territorio y lucrarse sin sacrificio, esbozadas por extranjeros y después distorsionada con los años en una categoría criolla, alcanzaron al precario aparato industrial de ensamblaje, convertido en excusa de los empresarios para dominar los flujos de importación en el país. Tampoco se salvó la población que sí sudó la labor de producir el beneficio agrícola: abandonados los campos, fueron a reproducir en menor escala la captación rentista del recurso.
Aún sin resolver las consecuencias de maniobrar una nación que se sostiene en una estructura económica obtenida de este flojo atrevimiento en lo productivo de traficantes y hacendados, el país debe superar las agresiones comerciales y financieras internacionales, apoyadas por la mal nombrada burguesía local.
Alejada de los parámetros occidentales y desvinculadas de una impronta nacionalista, las clases altas locales que emergieron de la violencia e improvisación colonial, cínicamente maquillan sus orígenes para justificar el reclamo del poder político que hoy le hacen al Estado venezolano, chantajeando con una fuerza económica financiada por agentes externos.
Su desgaste en la confrontación actual contra el gobierno venezolano, traducido en la imposibilidad de lograr un cambio de régimen en el país, a pesar del saboteo impuesto al aparato productivo nacional, demuestra la limitada autoridad y control de un grupo que solo existe si hay subsidiarios de por medio.

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