lunes, 19 de noviembre de 2018

La Historia nos compromete

Elías Jaua Milano.
El próximo 21 de noviembre de este año 2018, se cumplen 61 años de la rebeldía de los estudiantes venezolanos contra la dictadura oligárquica y militar del General Marcos Pérez Jiménez. Esa acción revolucionaria del 21 de noviembre de 1957 fue el inicio del proceso de la caída del régimen dictatorial pro imperialista, que finalmente colapsó ante la presión popular y de los militares patriotas el 23 de enero de 1958.
Se correspondía ese accionar estudiantil con la trayectoria histórica de lucha por la Independencia, la democracia y la igualdad social de la juventud revolucionaria venezolana. Como correspondió también, la insurgencia armada que los y las jóvenes, protagonistas de aquella jornada de noviembre de 1957, tuvieron que asumir contra la traición a esas banderas. Traición perpetrada a través de la firma y la instauración autoritaria del llamado Pacto de Punto Fijo, pacto de élites que entregó nuestra soberanía, conculcó la naciente democracia y profundizo la desigualdad social.
De esa historia abrevamos los y las jóvenes estudiantes de los 80 y los 90.
La primera vez que salimos a la calle a protestar fue en 1982, en Higuerote, Barlovento, contra la construcción del llenadero de combustible de PDVSA, en Carenero, obra negativo impacto ambiental que además afectó el hermoso paisajismo de la costa del Cabo Codera. El pueblo pedía que se tomara en cuenta su opinión. Nunca se nos escuchó y se construyó y punto. Y la pregunta entre la juventud liceísta de nuestro pueblo quedó en nuestras mentes y corazones. ¿Cuál es la democracia?
Al poco tiempo, 1983, por razones familiares nos mudamos a Maracay, estado Aragua. Aquella ciudad llena de núcleos universitarios de la UCV, UC, Pedagógico, fábricas textiles y cuarteles militares era un hervidero revolucionario que hizo ebullición el 19 de septiembre de 1984, cuando en el peaje de Tazón varios autobuses repletos de estudiantes de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la UCV, se dirigían a Caracas en demanda de mayor presupuesto para las universidades, fueron ametrallados por la Guardia Nacional por órdenes del entonces Ministro del Interior Octavio Lepage. El saldo, más de 35 estudiantes heridos, algunos y algunas quedaron con graves lesiones de por vida.
Las protestas fueron generalizadas en Maracay y en varias partes del país, los y las liceístas maracayeros nos sumamos con indignación. En ese contexto, muchos decidimos iniciar nuestra militancia revolucionaria. Nuestra generación comprendió a balazos que en Venezuela, no había ninguna democracia, y que la primera batalla que teníamos que librar era por el derecho a protestar, a participar, a ser escuchados.
A partir de allí se inició un periodo de intensa lucha, pero también de un sistemático ejercicio de la violencia del Estado contra la organización popular. La Masacre de Yumare, Yaracuy, cometida contra un grupo de estudiantes y campesinos, en 1986; la brutal represión contra la rebelión de la Ciudad Mérida, conocida como Marzo Merideño, 1987; La Masacre de El Amparo, Estado Apure, en 1988, contra un grupo de pescadores que luego intentaron presentar como un grupo armado colombiano.
Esta violencia generalizada nos llevó a asumir entonces, la bandera de la lucha por la garantía de los derechos humanos, empezando por el derecho a la vida.
Aquella serie de masacres, que había iniciado en ese periodo de la historia del puntofijismo con la Masacre de Cantaura, Anzoátegui, en 1982, fueron lamentablemente el preludio de la brutal masacre que se ejecutaría en Febrero y Marzo de 1989 contra el pueblo Venezolano, por parte del recién reelecto Presidente Carlos Andrés Pérez.
Un pueblo harto de la reducción de sus derechos fundamentales a la educación, la salud, a la estabilidad laboral y salarial, a la alimentación. Un pueblo asqueado de la grosera desigualdad social generada por el enriquecimiento ilícito, a través de los más variados sistemas de corrupción. Un pueblo que hasta ese momento había observado pasivamente el sacrificio de sus estudiantes hizo estallar en mil pedazos, el 27 de febrero de 1989, la vitrina de la conciliación democrática de clases que el Pacto de Punto Fijo reflejaba ante el mundo, cuando en verdad era un modelo sustentado en la alienación mediática, el clientelismo y métodos sofisticados de exclusión y represión.
Pero el modelo populista autoritario, siempre tiene patas cortas, y en especial cuando no puede sostener los mecanismos clientelares que le sostienen. Es allí donde los gobiernos elitistas apelan a los mecanismos masivos de represión, como fue la masacre cometida en 1989.
La repuesta criminal frente a la rebelión popular, dejó un saldo registrado de cerca de 400 asesinados, miles de heridos y decenas de desaparecidos. El movimiento estudiantil revolucionario rindió de nuevo, con vida de compañeros y compañeras, su tributo al pueblo al que pertenece.
Nos tocó a los y las estudiantes asumir la denuncia nacional e internacional de la masacre, hasta lograr que el gobierno reconociera la fosa común, La Peste, en el Cementerio General del Sur, donde había echado a los y las centenares de compatriotas asesinados y asesinadas. Acompañamos el proceso de exhumación de los cadáveres y de la verdad.
El gobierno de Pérez no se detuvo, a sangre y fuego continuó aplicando el paquete neoliberal. Los y las estudiantes seguimos en la calle, pero ya no estábamos solos. Los trabajadores y trabajadoras marchando en lucha por sus salarios, contra los despidos masivos y contra la privatización de las empresas del Estado; los y las campesinas se alzaban en resistencia contra el atropello de los terratenientes; los pobladores de los barrios se organizaban y luchaban por agua, servicios públicos en general y contra la generalizada ejecución extrajudicial contra los y las jóvenes del Barrio.
Ni cárcel, ni balas, ni asesinatos detuvo la rebelión que todos los días el pueblo venezolano protagonizó en aquellos primeros años de los 90. Rebelión contra la exclusión del pacto de las elites empresariales, partidistas, sindicales, militares y eclesiaticas.
La Semana del Estudiante de noviembre de 1991, fue una semana triste. El día 14 aquel mes, de ese año, el dirigente liceísta del Andrés Bello, Jimmy Hernández fue asesinado en la puerta de ese liceo. Ese crimen desató una verdadera insurrección de liceístas en toda Caracas. El 19 de noviembre, en Caricuao y Macarao el pueblo se sumó masivamente y el gobierno se desesperó, temiendo un nuevo Caracazo, ordenando disparar a mansalva. El resultado, tres jóvenes asesinados, dos liceístas y un soldado del Ejército venezolano que salió en defensa de aquellos compañeros estudiantes.
El 21 de noviembre de 1991, Día del Estudiante, fuimos a darles cristiana sepultura. Coincidimos con dolor y rabia, en el Cementerio General del Sur, los y las estudiantes de Caracas con los soldados del Batallón de Cazadores Genaro Vázquez del Ejército Nacional, con su Comandante Ortiz Contreras al frente, ya para entonces miembro del Movimiento Bolivariano 200.
20 años más tarde, el 21 de noviembre de 2011, el Comandante Chávez me contó que aquel día vio, en una breve noticia trasmitida por una canal de televisión privado, la imagen de la sepultura de los estudiantes y el soldado asesinados por la Policía Metropolitana. Y con lágrimas en los ojos, me narró lo que pensó: “Hoy, soldados y estudiantes se unen en el entierro de sus muertos, en algunas semanas estaremos unidos en la lucha”.
Así fue, a partir del 4 de febrero de 1992 la mayoría de la generación de estudiantes a la que pertenezco se incorporó a la lucha por la liberación de los oficiales militares rebeldes del Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 y paulatinamente asumimos el liderazgo del Comandante Chávez, en el camino hacia la victoria popular del 6 de diciembre de 1998. Victoria que conquistamos bajo las banderas enarboladas por generaciones y generaciones de estudiantes venezolanos y venezolanas: Independencia política, soberanía económica, igualdad social, lucha contra la corrupción, democracia popular y respeto a los derechos humanos. Banderas que el Comandante Chávez enarboló con honestidad y valentía y por eso lo acompañamos hasta siempre.
Todas las banderas de lucha de los y las estudiantes de las décadas de los 80 y 90 quedaron plasmadas y aprobadas por el pueblo en nuestra Constitución Bolivariana de 1999 y fueron desarrolladas a plenitud a lo largo de la primera década de este siglo XXI.
Esta historia nos compromete a seguir luchando y mostrar a la juventud venezolana del presente que si vale la pena luchar, que siempre valdrá la pena luchar por Venezuela, nuestra Patria, por nuestros derechos como pueblo.
A la juventud revolucionaria y chavista la alentamos a seguir perseverando en la transformación democrática de la sociedad, a construir desde presente un buen porvenir para la Patria, como nos orientó Chávez, por la vía venezolana al socialismo, en democracia, con amplia participación popular, en amplias libertades.
¡Honor y gloria al histórico, patriótico y revolucionario movimiento estudiantil de Venezuela!. ¡Por nuestros mártires, ni un minuto de silencio, toda nuestra vida en combate!
 

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