martes, 31 de julio de 2018

Si no queremos morir de arrechera criticando, es mejor actuar pensando


Hace más de cuarenta años, en el mundo, la izquierda clase media, en nombre de nosotros los pobres, sufría la más grande y aplastante de las derrotas. La lucha del productivismo liberal contra el comunismo, socialismo, anarquismo, utopismo y otros ismos, había dado sus resultados: el capitalismo se había impuesto como amo y señor, mientras la Unión Soviética, China, Vietnam, Cuba y hasta el más recóndito lugar de este planeta se había cubierto con el manto destructor y consumidor del humanismo a velocidad inaudita. Todo se había vuelto mercado y control del capitalismo.
No hubo rincón en el planeta que no lo controlara el intercambio de la mercancía, todas las culturas habían sucumbido a la vorágine del humanismo, todas fueron gremializadas, cada una vende sus retazos de arte, religión o tecnología en las calles planetarias del mercado capitalista con todo y sus rituales. Sus remedos de imaginario colectivo son vendidos por las más modernas y cibernéticas redes para engañar a incautos y mantener una caterva de profesionales universitarios, charlatanes que cobran por remachar y vender mitos, pasados idílicos, épicos, mágico-religiosos, retazos de pensamientos, artes y lenguas de los sometidos, donde todos imitan o se parecen sospechosamente a los mitos del dueño.
Preguntémonos: ¿Cuáles eran los castillos indígenas que habían en Venezuela o el Caribe, donde habitaban cortes y princesas indígenas, o cómo es que los jefes indígenas se llamaban capitanes, si ese era el título de máximo poder de los invasores, ladrones, violadores, asesinos y saqueadores que llegaron de Europa?
Todos los pobres fuimos gremializados al infinito, con el invento o implementación de partidos, sindicatos, asociaciones, cooperativas, oenegés; feminismo, negrismo, obrerismo, campesinismo, género, color, religión, sexo, celebraciones mundiales de días del universo, la neurona, el charco, el diarréico, la madre, el padre, el caruto y una chorrera infinita de divisiones buscando reivindicaciones y derechos en el marco de un sistema imposibilitado de afectos. Gremios todos convertidos en sostenedores del sistema, mientras reclaman mieles, donde sólo quedan piquetes de avispas.
Gremios sin análisis de la realidad, gremios que sólo se miran sus ombligos, gremios que no comprenden que existe la herramienta gobierno, con la que podemos dar pasos agigantados si dejamos de pedir o buscar satisfacciones imposibles. Mientras la llamada izquierda se quedó en el pasado, tirándole piedras al trapo rojo del Estado, con las viejas y manoseadas consignas que un día fueron aliento de mayorías heroicas, sin intentar comprender los nuevos tiempos y sus hechos (que muy bien supo descifrar la frescura chavista), sin entender la gran apertura de este plano maravilloso, en este devenir, en el que podemos soltar las ataduras del estanco humanista.
Lo que no había podido el poder de la guerra en miles de años, lo había logrado en décadas: la sistematización de experiencias del humanismo. El humanismo definitivamente se había impuesto en todo el planeta, pero todo ese poder también terminaba el juego y los poderosos lo sabían, de allí la teoría del gran caos controlado en el planeta.
La dinámica del sistema lo lleva a destruir sus propios constructos físicos e intelectuales. El avance de las fuerzas productivas es arrasadora. No respeta -ni que así lo quisieran los dueños- sus propias definiciones éticas o morales, con las que nos ha sometido durante siglos. Sus propias construcciones, escuela, familia, ejército, Estados-naciones, fronteras, fábricas, arte, con todas ellas acaba sin piedad alguna, todas se le vuelven cadenas. Su deseo de libertad absoluta no se puede detener; cada individuo expresado en su nada, pequeño o máximo poder, desea y busca el control absoluto sobre el todo; nadie se conforma con la pequeña particularidad.
Finalizando el siglo diecinueve, la crisis mortuoria atacó al muy joven humanismo. A pesar de las advertencias de los especialistas e intelectuales, a pesar de que se inventaron y aplicaron las leyes antimonopolios, los controles y triquiñuelas para detener al tren sin freno del capitalismo, para evitar el descarrilamiento y sus consecuencias desastrosas, nada pudo detener a la desenfrenada maquinaria. Esto fue como echarle gasolina al fuego, no les quedó de otra que apelar al viejo truco de la guerra, pero esta vez (buscando siempre la máxima ganancia) ya no sería al descampado sino que se realizarían en las propias ciudades. Esto les permitiría destruir activos, de todo tipo, y sobre todo mercancías, y con ellas la más incómoda, la mercancía gente, que se reproduce a sí misma porque es viva. La dinámica del capital los llevó a estrellar el tren contra la gente y el planeta.
A pocos años de haber terminado la segunda gran guerra del humanismo para mayor control del planeta en pocas manos, los señores dueños se encontraron con una grave sorpresa. Lo que pretendieron fuera un remedio, se convirtió en una virulenta enfermedad; tanto activos como mercancías, sobre todo la gente pobre, habíamos crecido desmesuradamente. Entonces continuaron las guerras focalizadas en todos los continentes, en nombre de la liberación nacional y la aplicación de un bodrio al que se le llamó ingeniería de la obsolescencia programada. Con esto terminaron de copar al planeta, pero ¡ah mundo! se percataron de que seguía ocurriendo a un ritmo acelerado, que de nada había servido haber destruido miles de fábricas y sistemas accesorios del capitalismo, haber asesinado a más de 100 millones de personas entre la primera y la segunda guerra y las que continuaban sucediéndose, es decir, había aumentado el aparato de producción, la mercancía gente había crecido a un ritmo indetenible. Para 1850, la población mundial se estimó en 150 millones de personas; en la actualidad somos aproximadamente 7 mil millones y creciendo.
Los espacios de mercadeo se agotaron, la llamada guerra fría o guerra contra el comunismo terminó por dar sus frutos: el heroico esfuerzo de los pueblos del mundo, europeos, soviéticos, chinos, vietnamitas, africanos, asiáticos, americanos, oceánicos, terminaron todos siendo engullidos por la gran maquinaria capitalista, la derrota de una ideología -que no de una idea- se había consumado, pero con ella también se había sellado el inicio de la disolución del aparato de producción capitalista, porque al no tener enemigo de su tamaño, ni territorio para su crecimiento, no podría sostenerse en el tiempo sino como un desastre, mordisqueándose las nalgas para ver qué come. De nada valdrá el juego de inflar y hacer estallar las burbujas financieras, de llevar la inflación a su máxima expresión, porque cada paso que dan es para ampliar el hueco de la tumba.

Que todo el territorio, venezolano y planetario, sea un manantial del pensamiento

La posibilidad de su reinicio está en el asesinato masivo de al menos 5 mil millones de personas y una destrucción de activos proporcionalmente inconmensurable, pero para la mala leche de nosotros los pobres y el planeta en general, se repetiría al igual que las otras veces, porque eso está en su naturaleza. Pero esta vez con mayor virulencia, los recursos naturales no estarían en las proporciones necesarias a ese crecimiento, y no estamos hablando de petróleo: hablamos de agua, de ríos, lagos, mares, selvas, montañas, sabanas, humedales. Y no lloramos por supervivencia o sobrevivencia de la especie, estamos pensando en la producción capitalista: por esa vía el sistema colapsará.
Los estudiosos o tanques de pensamiento del humanismo decidieron entonces proponer la única salida posible: mantener en caos a la población planetaria, es decir, mantener pequeñas guerras infinitas en todos sus países, perdón, sus minas, creando una zona de control y confort donde habitarán los dueños. Esto ha sido anunciado a través de Hollywood, el aparato de propaganda del Imperio. Los juegos del hambre, Laberinto, La purga, Terminator, Robocop, y otras que forman parte de este chorizo apocalíptico, en donde los dueños tienen sus espacios de confort y los pobres vivimos envueltos en un inmenso caos, matándonos unos a los otros por oxígeno, agua potable, combustible, comida, vivienda, vestimenta y calzado, totalmente deformados como seres, consumiendo la basura como comida y en medio del más extraviado derroche de drogas, y ellos nos abastecerán -como cochinos- de drogas, armas y forraje mientras les trabajamos.
Estos planes los aplican en África del Sur, todo un continente separado en pequeños e infinitos países acorde con los recursos naturales, inclúyase gente; es el continente que usan como laboratorio de la bacteriología y las prácticas del crimen masivo. Todo esto ha ocurrido con el silencio cómplice de todas las pequeñas élites del planeta, quienes han avalado este genocidio bajo la creencia de que nunca les tocaría, porque piensan que ellos estarán en el futuro invitados a la mesa de los dueños, no comprenden que serán arrasados y sustituidos por nuevos mayordomos y capataces que cobrarán muchísimo menos y que se conformarán con ser invitados de vez en cuando a las ferias de plaza para que contemplen la casa magnífica de los dueños.
Ahora bien, esta teoría del caos permanente para las mayorías y el disfrute del confort para las minorías es sólo una ilusión de la clase pensante y dominante, porque sólo alarga la agonía del sistema. Lo detestable de esta realidad es la posibilidad de eliminación de las condiciones de vida de la especie, sucediéndonos lo que le ha sucedido a miles de especies ya extinguidas por el funcionamiento del capitalismo.
A la fecha de hoy, estos planes avanzan aceleradamente en la destrucción del Medio Oriente, después de haber destruido los ya innombrados tigres del Asia, a los cuales les saquearon todos los recursos y sólo les dejaron el tráfico de drogas y las guerras intestinas de las mafias, que trafican con carne humana y todo lo que le puedan arañar al gran capital.
Esta guerra ya no la libran a favor de religiones, nacionalismos, fronteras o tráfico de mercancías, sino que la aplican en nombre del vaporoso argumento del terrorismo, único argumento con el que pueden aplicar una guerra global de las magnitudes y formas que desean, porque con el terrorismo pueden mover un ejército global sin los grandes gastos de un ejército regular, pero con la suficiente fuerza para destruir los Estados-naciones y aplicar el chantaje logrando el objetivo del dominio y control de la mano de obra y los recursos que hacen posible la riqueza. Para muestra, la voladura de las torres gemelas en 2001 realizada por comandos dirigidos por la élite dueña del mundo, y de lo cual acusaron a Al-Qaeda, grupo terrorista creado y financiado por los dueños, al igual que el Estado Islámico, los paramilitares colombianos, la Mara Salvatrucha de Centroamérica o la dirigencia de la oposición venezolana, un grupo de chucos y parásitos, disfrazados de políticos, al servicio de los dueños del mundo.
Ante este panorama, los pobres del mundo estamos obligados, porque sí, a constituirnos originariamente en todo el planeta en una constituyente del pensamiento y su comunicación, para buscar la creación de una cultura que sustituya a la actual. Ningún pasado resolverá el problema, ninguna fórmula conocida, ni económica, ni religiosa, ni artística, ni política nos sacará del atolladero en que se atascó el humanismo. Sólo pensando y creando otra cultura es posible que esta especie sobreviva. Si no queremos morir de arrechera criticando, es mejor actuar pensando.

Antes de cerrar este escrito

Los venezolanos y venezolanas pobres hoy tenemos muchos roles que jugar. Chavistamente nos dimos una Constituyente, hemos detenido la guerra circunstancialmente, tiempo ganado por nosotros. Esto deriva en unas tareas y conductas. Mantener el gobierno, única garantía de creación y pensamiento, crear condiciones para que florezca el pensamiento, amarrar las tripas del deseo y el consumo, no hacer caso de las voces que piden a gritos soluciones mágicas, reunirnos para entender mejor este plano del proceso, no obligar a salidas desesperadas. Dejar que la Constituyente haga su trabajo, que para eso la elegimos, no para que nos resolvieran los problemas particulares; el que no tenga mujer o marido que busque, pero no pida a la Constituyente.
El tiempo actual es extraordinario, seamos seres históricos en la trascendencia sustancial, seamos la esencia intracultural y telúrica de los ancestros.
Seamos leales al voto decidido. Si no, ¿para qué carajo atravesamos ríos y nos expusimos a las balas? ¿Para un miserable paquete de arroz y una harina de maíz? Quienes quieran permanecer en sus miserias, perdónennos su ignorancia, pero los pobres vamos juntos a crear la historia, el futuro. Que todo el territorio sea un manantial del pensamiento.

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