Por Rebeca Monsalve
“Venezuela alberga y financia terroristas”: Estados Unidos está dejando correr una falsa conexión de Venezuela con supuestos grupos extremistas para criminalizar al Estado. La narrativa re-emergió en el marco de la “gira internacional” que Juan Guaidó realizó por los países que responden a la matriz del Departamento de Estado.
No es novedoso, las acusaciones en ese sentido vienen construyéndose desde hace algunos años.
Estando en Bogotá a finales de enero pasado, inmediatamente después de acusar que Irán, “con su brazo armado Hezbolá”, estaban en Venezuela, el secretario de Estado Mike Pompeo continuó: “Estados Unidos ha trabajado para luchar contra estos que vienen patrocinados por Irán. Matamos a Qassem Soleimani y venimos trabajando en la disuasión estratégica y otras medidas”.
El mismo Pompeo confirma que no es mera casualidad las acusaciones. Aparentemente, es idóneo para Washington construir nexos entre el asesinato de una figura política iraní de alto nivel y la estrategia que están desplegando para “derrocar” al gobierno de Nicolás Maduro, a pesar de que la primera retaliación de Irán dejó aún peor la reputación de Estados Unidos en Irak y Oriente Medio en general, ya afectada luego del triunfo en Siria del gobierno de Bashar al-Assad sobre las fuerzas del Estado Islámico.
Existen quienes a primera vista les parecerá una ridiculez, pero eso no desestima las intenciones bélicas que haya detrás. El establishment estadounidense está utilizando al “terrorismo”, enemigo moderno que sustituyó al comunismo, para sustentar la ofensiva contra Venezuela, basándose en el desconocimiento general que existe en los países occidentales de Oriente, de su historia y su cultura.
Es mucho más sencillo desmontar las acusaciones contra el gobierno venezolano relacionadas al patrocinio del paramilitarismo colombiano cuando todos los días el ejecutivo nacional expone, con evidencias, las operaciones irregulares del antichavismo anclado en Bogotá.
Con Hezbolá, la manipulación de hechos e indicios de un factor tan ajeno a lo cotidiano venezolano puede hacer incurrir en errores tales como la aceptación simplista y falsa de que se trata de una organización terrorista o su nexo con el chavismo.
¿Qué es Hezbolá?
Hezbolá significa en árabe “Partido de Dios”. Textos que explican desde afuera al mundo islámico se afincan en esa descripción para darle un carácter sectario a la fuerza chiíta radicada en el Líbano.
“No se trata en absoluto de un grupo cerrado dentro de una multitud que reclama para sí el honor de afiliarse al Partido de Dios, con exclusión de los demás creyentes”, rebate la analista política libanesa Amal Saad-Ghorayeb en su libro Hezbolá: Política y Religión (2002). En cambio, explica que centra sus bases religiosas y morales para tratar “la conciliación política y la violencia política en los Estados no islámicos”.
La organización tomó relevancia en 1982, respondiendo a la invasión israelí al sur del Líbano en medio de una guerra civil que se desarrollaba en el país (1975–1990). Encabezados por Abbas al-Musawi y Subhi al-Tufayli, este grupo desaprobaba la visión de otra organización política chií, el Movimiento Amal, y las formas de luchar contra el Estado sionista israelí.
Su estructura organizativa se hizo visible con el tiempo, a medida que se regularizaban las relaciones con el público libanés. Está constituido por un Consejo Supremo de la Shura, el cual tiene 17 miembros, la mayoría de ellos autoridades religiosas.
Las decisiones administrativas del partido, así como los asuntos legislativos, ejecutivos, judiciales, políticos y militares son decididos en votación por el Consejo.
“Hezbolá está dirigido por un liderazgo colectivo en lugar de por una personalidad carismática (…) se parece en cierto modo al tipo leninista de estructura de partido”, sostiene el autor Ahmad Nizar Hamzeh.
De acuerdo al documental Hezbolá: capacidades y su papel en el Medio Oriente (2018), producido por SouthFront, los tres principios de Hezbolá se sintetizan de la siguiente manera:
- Declara que el Islam es una base ideológica, doctrinal y práctica para la función de la organización.
- El objetivo principal es la lucha contra la ocupación israelí en el Líbano y en Palestina, además de la lucha contra la dominación sionista.
- Reconoce la tesis chiíta iraní sobre la necesidad del Wilayat Faqih (teoría que demanda la constitución de una República Islámica que preserve el orden y la justicia entre musulmanes).
Estos tres aspectos son fundamentales para entender la estructura del partido como unidad política y cultural en la región del Medio Oriente.
Beirut en 1982: una aproximación histórica a la formación del partido libanés
El Líbano es un país donde coexisten diversos grupos étnicos y religiosos, entre ellos los chiítas y sunnis (ramas de la misma religión islámica), además de los cristianos y drusos. En 1943, el país mediterráneo se independizó de Francia y, en un intento por mantener el equilibrio de poder entre las facciones, el parlamento y el ejército fueron divididos en proporciones similares, tanto para musulmanes como para cristianos, con una ligera ventaja para estos últimos.
La Guerra Árabe–Israelí (1948) trajo al Líbano decenas de miles de refugiados palestinos, luego de que estos fueran expulsados de sus tierras por el recién constituido ejército israelí. En la actualidad, la población de los asentamientos en el país es de 469 mil 555 palestinos, distribuidos en doce campamentos según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, por sus siglas en inglés).
Desde su desplazamiento forzado, el Estado libanés no ha permitido que tengan acceso a derechos sociales, les limitan el acceso al trabajo y los mantienen confinados a las zonas de refugiados. Por ende, la mayoría sólo depende de los programas de la ONU para poder sobrevivir, situación que contrasta con Siria, país vecino en el que los palestinos gozan de los mismos derechos que los ciudadanos sirios.
A partir de 1967, cuando se desató el conflicto relámpago de Israel contra Egipto, Siria, Jordania e Irak (conocido como la Guerra de los Seis Días), la Organización de Liberación de Palestina (OLP) empezó a establecer mayor presencia en los campos de refugiados palestinos en el Líbano. Tras unas negociaciones secretas concertadas con el comandante del Ejército libanés, general Emile Bustani, los palestinos obtuvieron autorización para controlar legalmente los campos de refugiados y realizar ataques contra Israel, a cambio de mantenerse alejados de los asuntos libaneses.
La OLP tenía su base principal en Jordania, sin embargo, las relaciones políticas se deterioraron y fueron expulsados en 1971. Citando al Institute for Palestine Studies, “las fuerzas de la OLP se reagruparon en el Líbano e hicieron de Beirut su nuevo cuartel general (…) A fines de los años 70, los combatientes de la OLP estaban estacionados por todo el país, particularmente en Beirut y el sur del Líbano, desde donde a veces lanzaban ataques al territorio israelí”.
En medio de este escenario, estalló la Guerra Civil libanesa (1975–1990), un enfrentamiento largo y complejo, principalmente entre los falangistas cristianos de extrema derecha con apoyo de Israel y Estados Unidos y los palestinos, con la confluencia de actores sunitas, chiítas, drusos y cristianos, que no fue ajeno al conflicto geopolítico del momento. Los políticos subordinados a Washington, compuestos en su mayoría por grupos cristianos maronitas con tendencias fascistas, se oponían a la proximidad con la Unión Soviética, que cooperaba con movimientos de liberación nacional en los países árabes, con especial énfasis en la cuestión palestina.
El primer ministro de Israel, Menachem Begin, y el ministro de defensa Ariel Sharon tomaron la oportunidad de aliarse con la falange libanesa para tomar parte en el conflicto. Quedaron “cautivados con el encanto” del líder falangista Bashir Gemayel, dice Jacques Neriah, analista israelí del Oriente Medio. “Logró atraer a un número considerable de israelíes, incluyendo miembros del Mossad, que lo respetaban”, agrega.
El interés de Israel radicaba en la posibilidad de destruir a la OLP y a los palestinos, causa común con los falangistas; sacar a los sirios de Beirut, que también habían entrado en el escenario con interés de instalarse en el norte y este del país libanés, y colocar a Gemayel en el poder.
Cinco meses antes de la invasión, Sharon, acompañado por el Comandante en Jefe del Estado Mayor de Israel en ese momento, Rafael Eitan, hicieron una visita secreta a Beirut. El historiador sionista Benny Morris revela que los altos funcionarios israelíes se reunieron con los líderes del Partido de las Falanges Libanesas, dirigido por Bashir Gemayel, del 12 al 13 de enero de 1982.
La excusa ocurrió el 3 de junio de 1982: Abu Nidal, fundador de Al-Fatah, grupo separatista palestino, intentó asesinar a Shlomo Argov, embajador israelí en el Reino Unido.
No importó que antes del suceso Nidal fuese expulsado y sentenciado a muerte por la OLP, o que para el momento de la operación su base estuviese establecida en Irak y no en el Líbano; Begin y Sharon acusaron a las milicias palestinas e iniciaron la ocupación de los pueblos del sur de Líbano. Bombardearon campos de refugiados durante una semana, y después de un acuerdo de alto al fuego, expulsaron del país a la OLP, incluyendo a su presidente, Yasser Arafat. El movimiento se radicó en Túnez.
Estados Unidos entró a respaldar a Gemayal, enviando tropas de mantenimiento de paz a Beirut. El líder de la falange se presentó ese año como único candidato a la presidencia y resultó electo. Pero no duró mucho. Unas semanas más tarde fue asesinado por los sirios.
El ejército israelí decidió quebrantar el alto al fuego, al permitir que grupos de extrema derecha libaneses tomaran represalias contra los palestinos. El 16 de septiembre unos 150 falangistas entraron a Sabra y Shatila, al occidente de Beirut, violando, mutilando y asesinando a miles de civiles palestinos, la mayoría mujeres, niños y ancianos. La masacre duró tres días con pleno conocimiento del sionista Ariel Sharon.
“Había mujeres acostadas en casas con las faldas desgarradas hasta la cintura y las piernas muy separadas, niños con la garganta cortada, filas de jóvenes a los que se les disparó por la espalda después de haber sido alineados en un muro de ejecución”, escribió Robert Fisk, periodista inglés que cubrió el suceso.
No hay estimaciones oficiales de las víctimas. Según una investigación del periodista israelí Amnon Kapeliouk, las muertes alcanzaron una cifra máxima de 3 mil 500 personas.
En este curso de acontecimientos, nace el partido libanés Hezbolá. Se formó como un grupo de resistencia para responder a los ataques israelíes y la ocupación del sur del Líbano, territorio que era habitado en su mayoría por musulmanes chiítas.
Es necesario mencionar que la toma del poder en Irán por parte de la Revolución Islámica en 1979 también contribuyó al giro progresivo que dio el Líbano iniciando los 80. El partido libanés recibió apoyo estratégico de la Guardia Revolucionaria Iraní, que, recién conformada, envió un contingente al Valle de la Beeka.
Hezbolá ganó la confianza y el apoyo del pueblo del Líbano, en especial de las clases marginadas, compuestas en su mayoría por las comunidades chiíes, desprovistos de instituciones y ejército sólido, a merced de intereses extranjeros. Su aparición logró, 18 años más tarde, la retirada de los sionistas del territorio nacional. En el trayecto, evitaron involucrarse en la violencia musulmana y cristiana de la guerra civil.
De 2006 al “Eje de la Resistencia”
Las alarmas de Tel Aviv sonaron en 2006 durante la llamada Guerra de los 33 días, cuando Israel intentó nuevamente invadir el Líbano. En esa ocasión, retrocedieron por la respuesta del movimiento de resistencia libanés, siendo la primera derrota estratégica que anotó el ente sionista.
Los detalles fueron relatados por el propio Qassem Soleimani en la única entrevista pública que se conoce, hasta ahora, realizada por el portal oficial del Ayatola Jamenei. “El ex embajador estadounidense John Bolton y el embajador israelí me pidieron desesperadamente que ahora debía ser frenada la guerra, pues, de lo contrario, el ejército de Israel colapsaría”, dijo entonces el mártir iraní.
Lo que comenzó como una agresión israelí a las fronteras del Líbano para destruir a Hezbolá, terminó dejando serias consecuencias políticas y estratégicas para el bando sionista. La respuesta de Estados Unidos para salvar la cara de su aliado en el terreno militar se tradujo en la resolución 1701 emitida por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
El documento concertó la prohibición de venta de armas “a cualquier entidad o persona del Líbano”, es decir, un embargo no declarado contra Hezbolá, puesto que es la única organización armada dentro del país que Estados Unidos e Israel desean cortar los suministros.
Sin embargo, no detuvo el progreso militar de la organización y el político en el país, además del reconocimiento y prestigio en el mundo árabe y musulmán. En 2013, fue oficialmente invitado por el gobierno de Assad a formar parte de la resistencia en el conflicto sirio, aliado vital de Hezbolá que también es objetivo de Israel y sus aliados de la OTAN y del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).
Actualmente, es la principal fuerza doctrinal y militar en todo Líbano. Es el único organismo del país que supo infligir una derrota militar sustancial a Israel. Sayyed Hassan Nasrallah es el secretario general del partido y la primera figura política que lo representa, desde que su predecesor Abbas al-Musawi fuera asesinado por Israel en un ataque aéreo (1992).
Es miembro del “Eje de la Resistencia”, un bloque no formalizado del que también son participantes la República Islámica de Irán, el gobierno de Siria, Irak, Yemen y grupos palestinos. La alianza es excepcional en la región, por tratarse de una agrupación política en medio de países divididos en sectas y etnias. Su visión común de autodeterminación política, económica y social prevalece sobre las identidades de sus miembros.
El ejército de Hezbolá ha acumulado una experiencia y fuerza militar que lo equipara fácilmente a ejércitos de un Estado-nación en el mundo. Una de las razones principales por las en Occidente le denominan como “grupo extremista” reside en la derrota que le propinó a Israel y en su participación en los teatros de operaciones contra el Estado Islámico y Al-Qaeda, codo a codo con el ejército sirio y la potencia militar rusa.
La “metamorfosis” del Partido de Dios
Participando en la política institucional, Hezbolá puede considerarse una fuerza política joven. No estuvo en ningún gobierno hasta 1992, convencido de que era más apremiante combatir la opresión israelí (con complicidad norteamericana) en la región antes de involucrarse por completo en las contradicciones internas del país.
“La noción de acción política de Hezbolá es la división del mundo, formulada por Jomeini, en ‘opresores’ (mustakbirin) y ‘oprimidos’ (mustad’afin)”, dice la autora libanesa Saad-Ghorayeb. Es una división del mundo fundamental para la visión del partido, presente en la Carta Abierta de 1985 y en el lanzamiento de su participación dentro del Parlamento libanés.
Lo que no significa que los oprimidos sean exclusivamente musulmanes y los opresores no musulmanes. La protección es hacia todos los grupos asediados económicamente, oprimidos políticamente y reprimidos culturalmente.
En el caso libanés, el enfoque de la lucha se concentra en el pueblo chií al sur del país, aunque también hay cristianos y drusos. Pesa tanto las privaciones económicas y la marginación a la que está sometido ese grupo dentro de la sociedad libanesa, como su identidad religiosa a la que Hezbolá responde.
En 2009 la organización libanesa presenta su segundo manifiesto y confirma una progresiva transformación pragmática que estuvo dando desde su creación. Mantiene su unidad cultural y política islámica, pero se abre a consolidarse como un actor activo en el sistema político libanés, bajo una “democracia consensuada” en el Oriente Medio.
En las elecciones de 2018 obtuvo, en alianza con el Movimiento Patriótico Libre, partido cristiano al que pertenece el presidente del Líbano Michael Aoun, 67 de los 128 escaños al Parlamento. Demuestra que ha forjado a pulso su representatividad en la sociedad libanesa.
Unidad por encima del sectarismo
Contrario al sectarismo que le quiere endosar Occidente, Hezbolá profesa valores universales que coinciden con otras religiones y etnias.
Hezbolá no es enemigo del pueblo judío. Está luchando contra la ocupación ilegal y el sionismo en tierras palestinas y contra las intenciones de extenderse por el Líbano y el resto de la península arábiga. Igualmente, se opone al proyecto hegemónico de Occidente que divide al mundo en países desarrollados y tercermundistas (la dicotomía opresores/oprimidos).
Hezbolá no ataca a los que profesan el sunismo. De hecho, cuentan con un ala militar no confesional, las Brigadas de Resistencia (Saraya al-Muqawama), compuesta por voluntarios de otras religiones o que no tienen ninguna, dispuestos a combatir a grupos terroristas. Suníes, pero también cristianos y chiítas no practicantes, ingresan en las filas del movimiento, donde reciben la misma formación militar, con un entrenamiento ideológico distinto al chiísmo.
En el presente, Hezbolá lucha también fuera del Líbano contra el Estado Islámico y Al-Qaeda, dos organizaciones terroristas que son ideológicamente takfiríes, primos hermanos del wahabismo de Arabia Saudí, país que patrocina su predicación en el mundo. Vinculado a los suníes, este grupo no tolera la existencia de otras ramas del Islam y le ha declarado la guerra a los chiítas. Para muchos musulmanes el wahabismo “no es parte del sunismo y es una deformación del Islam que lleva al extremismo y al terrorismo”.
El desempeño en el campo de batalla sirio le ha ganado el afecto de los grupos minoritarios perseguidos por los grupos takfiristas. Son populares las imágenes de militantes de Hezbolá rindiendo homenaje a las iglesias cristianas en Siria, luego de ser liberadas.
Ocurre igual fronteras adentro: el 62% de los cristianos libaneses creen que Hezbolá ha actuado mejor que cualquier otro actor en la defensa de los intereses del país en la región.
El terrorista es Occidente
“El antagonismo del Islam hacia Occidente no se limita a la CIA o al Departamento de Defensa, sino a Occidente como una civilización”, afirma Saad-Ghorayeb. La autora libanesa explica que, siguiendo la descripción coránica, los musulmanes están de lado de los oprimidos, aquellos “que son económica, política o culturalmente débiles” y no se distinguen por clases sociales ni religiosas, sino por su rechazo a la opresión arrogante de Occidente (Estados Unidos en particular) y el sionismo.
Ambos proyectos se oponen y chocan. El de Estados Unidos, penetra el territorio árabe en búsqueda de recursos naturales y posiciones estratégicas que le garanticen su hegemonía. Para ello, no escatiman en recursos: dotan de armamento a sus satélites israelíes y saudíes, inventan armas de destrucción masiva a Irak o financian grupos extremistas en Siria.
Al contrario, en su corta aparición en la escena, Hezbolá se prefigura como un brazo de resistencia militar, que en paralelo unifica a la comunidad libanesa sin distinciones de religión y establece alianzas estratégicas con países árabes. Si se quiere, una semejanza con este lado del planeta es Venezuela resistiendo políticamente mientras forja un componente militar que disuade de acciones precipitadas al enemigo.
El punto en común de no sucumbir ante la dominación extranjera es lo que hace a Pompeo lanzar un bulo de “amenazas terroristas” que protagonizan Hezbolá y Venezuela.
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