Existe una conexión de vital importancia entre cuatro hechos, que ha sido poco analizada, y que bien puede servirnos para dar cuenta de cuáles son las preocupaciones militares de Estados Unidos y sus aliados en Venezuela.
Vayamos a finales de enero de 2019
Mientras los cuerpos de inteligencia del Estado venezolano capturaban al coronel retirado de la Guardia Nacional, Oswaldo García Palomo, un enlace clave en la conspiración para derrocar al Gobierno de Nicolás Maduro, los movimientos populares del 23 de Enero, hacían lo propio con Emin Ozmën, de nacionalidad turca, periodista que saltó a la fama por fotografiar la decapitación de cuatro soldados del Ejército sirio en Alepo.
Días antes, 130 militares israelíes llegan a Brasil en medio del reconocimiento de Netanyahu a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela. Mike Pompeo, completa el cuadro diciendo que en Venezuela “hay células activas de Hizbulá”.
¿Qué une a García Palomo, Emin Ozmën, los soldados israelíes y a Pompeo en el marco de unas fechas tan políticamente tensas en Venezuela?
El ministro de Comunicación, Jorge Rodríguez, detalló que el coronel retirado habría dicho al momento de su captura que “tenía tres días para perpetrar el golpe de Estado, (…) para los últimos días de enero o el 2 de febrero” y que, en su confesión, dijo estar en conocimiento de que “en el primer trimestre del 2019, Estados Unidos iba a “aprobar una decisión de carácter militar contra Venezuela”.
Sin embargo, aquello que engrana cada pieza no es solo la conspiración para provocar un cambio de Gobierno obligatorio en Venezuela, sino la doctrina usada para hacerlo.
Conexión híbrida
Un informe publicado por el Colegio de Guerra de Estados Unidos, titulado ‘La relevancia estratégica de América Latina en la Estrategia de seguridad nacional de EEUU’, afirma que “las megaciudades latinoamericanas también son un laboratorio para el Ejército de EEUU”, en el contexto de posguerra fría. Especialmente por la necesidad que tienen de entender cómo se debe combatir “una guerra convencional en un entorno no convencional” y medir sus propias capacidades y armamento táctico.
El documento afirma que “las megaciudades son el nuevo escenario para los conflictos en el siglo XXI” y, por esta razón, “el Gobierno y el Ejército de EEUU no pueden darse el lujo de ser tomados por sorpresa cuando se les pida que ejerzan y cumplan su misión”.
En el caso venezolano, dentro de cualquier planificación militar, la ciudad de Caracas está considerada como ‘la joya de la corona’. El bastión a conquistar para asegurar la gobernabilidad y estabilidad en el caso de un cambio de Gobierno. Uno de los quebraderos de cabeza, el enigma que no logran descifrar los estrategas del Pentágono es qué hacer con las organizaciones populares conocidas como ‘Colectivos’, que se identifican con el proyecto bolivariano.
Para hacer frente a ese problema, el Ejército de EEUU ha desarrollado una doctrina conocida como Guerra Híbrida, impulsada por el teniente coronel de Marina, Frank Hoffman, definida en su libro ‘Los conflictos en el siglo XXI: El auge de las guerras híbridas’ como confrontaciones polimorfas que “pueden ser conducidas por Estados, así como por una variedad de actores no estatales. Incorporan una variedad de modos de guerra diferentes, incluyendo capacidades convencionales, tácticas y formaciones irregulares, actos terroristas incluyendo coerción, violencia indiscriminada y desorden criminal”.
Inspirado por la segunda guerra del Líbano en 2006, Hoffman utiliza la confrontación entre el Ejército de Israel y Hizbulá para definir la naturaleza de los nuevos conflictos que se van a desarrollar en lo sucesivo en las grandes urbes o en terrenos complejos, que presentan para el adversario convencional (Ejércitos estatales o multinacionales, léase Cascos Azules, Cuerpo de Marines, Fuerzas Especiales Navy Seals) serios desafíos para desplegar su capacidad.
El analista Sebastián Tepedino detalla con precisión cómo este ejemplo histórico sirvió a Hoffman para desarrollar su doctrina:
En 2006 “encontramos al Ejército de Israel, que ingresa en la llamada ‘Ratonera del Líbano’ con capacidades de lucha contra elementos irregulares y termina topándose con un oponente que le plantea un enfrentamiento del tipo convencional, y no solo del tipo convencional, sino que la guerra se libró también en los medios de comunicación. Israel sopesó su experiencia y, si bien no salió del todo derrotado, sí lo suficiente como para que Hizbulá le reclamara un “empate”.
Durante muchísimo tiempo, las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) adecuaron sus fuerzas, cambiaron su adiestramiento, modificaron su doctrina de un ejército convencional a uno de contrainsurgencia preparado para situaciones de ‘Close Quarters Battle’ o CQB —combate en espacios cerrados—, de combate en localidades en geografías urbanas difusas, contra los palestinos en la Intifada, contra el terrorismo, etc. De allí que se concluyera que hubo un descuido de la evolución del armamento, la instrucción de las fuerzas blindadas, lo que derivó en la sorpresa del recibimiento no en forma irregular, sino en forma convencional. Posteriormente, la Comisión Winograd redactaría un lapidario informe puntualizando las falencias —carencias— en el conflicto.
La doctrina de la Guerra Híbrida nace para evitar que Estados Unidos y sus aliados, especialmente Israel, cometieran errores tácticos y estratégicos al enfrentar en el futuro (¿Venezuela?) conflictos similares.
Criminalización del movimiento popular
Las organizaciones populares, en particular las que hacen vida en la Parroquia 23 de Enero, llevan tiempo bajo la mira del Pentágono y sus socios de la OTAN.
Desde que el presidente Hugo Chávez propusiese en 2001 aglutinar los movimientos sociales en torno a la figura de ‘Círculos Bolivarianos’ comenzó una operación propagandística de parte de la oposición venezolana, que alcanzó su punto crítico cuando los medios de comunicación los acusaron de ser los responsables de los hechos de violencia que se registraron durante el golpe de Estado de abril de 2002 contra Chávez.
A partir de allí, en el imaginario mediatizado de la población venezolana, la palabra ‘colectivo’ fue usada como sinónimo de terror. Sin embargo, estas organizaciones populares se definen como verdaderos protectores del legado del chavismo, unos ‘guardianes de la revolución’ en sentido estricto.
Sputnik
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