miércoles, 19 de septiembre de 2018

La farsa colombiana

Alberto Aranguibel B.- Desde siempre nos referimos al saqueo que hace Colombia de nuestras riquezas, denunciando el atropello a nuestra soberanía que representa el contrabando de extracción, de alimentos, medicinas, combustible, así como del robo del dinero que se llevan a ese país para multiplicarlo y afectar nuestra moneda a través de sórdidos mecanismos financieros.
Cada vez que hablamos de los hermanos colombianos que cruzan la frontera buscando rehacer sus vidas, nos referimos solamente al carácter solidario de quienes les abrimos desinteresadamente los brazos para ofrecerles cobijo en nuestro suelo.
Las élites colombianas del gran capital abusan hasta lo indecible de la naturaleza profundamente amorosa de nuestro pueblo, que no accede (al menos de buenas a primeras) a la fórmula de la confrontación con su vecino para solventar esa injusticia a pesar de las penurias que padecen los cientos de miles de venezolanos que se ven afectados con la misma.
Más allá de eso existe una realidad inocultable asociada a la naturaleza perversa del modelo neoliberal que impera en Colombia, y que demuestra de manera irrefutable el fracaso y la inviabilidad de ese modelo.
Que Colombia lleve a cabo ese inmoral saqueo que tanto atenta contra el bienestar de los venezolanos, es solo una parte de la ecuación. La otra es el inmenso ahorro que representa para el fisco de ese país evadir la obligación de atender a los millones de colombianos que se han venido para Venezuela en busca de un mejor destino.
El supuesto bienestar económico del que esa nación se enorgullece, está determinado fundamentalmente por tres factores; la mayor industria de producción y tráfico de drogas del mundo, el saqueo a Venezuela, y la descarga que representa para el fisco colombiano el no tener que atender a la más numerosa población de desplazados del planeta.
Cinco millones y medio de colombianos a los que los gobiernos de ese país no tienen que dotarles de educación, salud, alimentación, vivienda, luz, agua, transporte público, gas doméstico, o combustible para sus vehículos, son una descarga gigantesca para cualquier presupuesto nacional.
Si se cuentan los cientos de miles de desaparecidos en fosas comunes y sicariato, el resultado es todavía más siniestro. Pero también mucho más revelador.
Alberto Aranguibel B
@SoyAranguibel

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