En septiembre tres comités de la Cámara de Representantes del Congreso, liderados por los demócratas, anunciaron el inicio de las investigaciones sobre el actual mandatario de EEUU, Donald Trump, en el seno del llamado impeachment, acusación o impugnación, que puede desencadenar en la destitución, reprobación o proceso de revocación del mandato.
En EEUU el proceso se inició por una denuncia de un informante anónimo –miembro de los cuerpos de inteligencia– que reveló la existencia de una conversación telefónica en la que Trump le sugería al presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, que investigara al ex vicepresidente Joe Biden, quien se perfila como uno de los dirigentes demócratas con más probabilidades de competir contra Trump en las elecciones de 2020.
Por cierto, típico de las prácticas del poder, la llamada se produjo poco después de que Trump decidiera congelar cientos de millones de dólares en ayuda militar a Ucrania.
No obstante, la respuesta de la Casa Blanca fue un no rotundo al impeachment en una carta enviada a los líderes demócratas, pues consideró el proceso “sin fundamento” y “constitucionalmente inválido”. La respuesta de la presidenta de la Cámara de Representantes, la líder demócrata Nancy Pelosi, tampoco se hizo esperar al advertir al Presidente que él no está “por encima de la ley”.
En EEUU no va
En naciones como Estados Unidos, Brasil y Paraguay, entre otras, aplica esta figura jurídica. Sin embargo, la posibilidad de que pueda prosperar un juicio político en contra de Trump es un intento de algunos sectores del partido Demócrata por la transversalidad de la política al estilo latinoamericano. “Es un hecho más publicitario, una campaña, que en nada se corresponde con la realidad estadounidense. Se trata de forzar una copia de lo ocurrido en Brasil”, argumentó el abogado y analista en temas internacionales Martín Padrino, quien agregó que “existe una suerte de declive de los partidos”. A lo anterior se suma que el presidente Trump fue escogido por las corporaciones, no por las instituciones democráticas.
Lo anterior, señala Padrino, no implica desconocer las otrora experiencias de renuncia por un inquilino de la Casa Blanca, siendo la más famosa la que escenificó Richard Nixon en el año 1974, como consecuencia del caso Watergate. Lo cierto es que las condiciones han cambiado al igual que los actores. La realidad política que hoy muestran los partidos se ha visto resentida por el fenómeno del populismo. “Los populistas, también perturbados de racionalidad histórica, han hecho de la política y sus instituciones una inacabada falacia, sin sentido, sin orden y, peor aún, sin mañana. Esto fue lo que hizo posible la llegada de Trump a la Casa Blanca. Pero su estadía no responde a la majestad y audacia de la maquinaria partidista que en su caso eran los republicanos”. La explicación: el actual Presidente de EEUU pertenece a una élite económica y empresarial. Es un representante de las más importantes corporaciones, lo cual hace que se vea reducida cualquier posibilidad de aplicación de un impeachement en su contra. “Hoy no son las corporaciones las que lo han sentado en el banquillo, sino unos partidos que se juegan su existencia”, finalizó Padrino.
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