Alí Rojas Olaya
E l 14 de abril de 2013, Jeanine Áñez escribió en su cuenta de twitter: “Sueño con una Bolivia libre de ritos satánicos indígenas, la ciudad no es para los indios, que se vayan al altiplano o al Chaco”. El 5 de octubre de 2019, Áñez escribió el tuit: “aferrado al poder el pobre indio”, junto a una ilustración del presidente Evo Morales abrazado a una silla. El 12 de noviembre fue autoproclamada presidente e inmediatamente Donald Trump la reconoció.
Entre 1550 y 1551 se efectuó en el Colegio de San Gregorio de Valladolid un debate que hoy tiene una vigencia espeluznante. El tema sobre el tapete era la polémica de los naturales (indígenas americanos o indios), y que enfrentó dialécticamente dos modos antagónicos de concebir la invasión de América. De las Casas, pionero de la lucha por los derechos humanos, abogaba a favor de los pueblos originarios, y Sepúlveda, sostenía que los indios eran seres inferiores, por lo tanto debían quedar sometidos a los españoles. Para este teólogo cordobés nacido dos años antes del holocausto, el indio era malo no por haber nacido así, sino porque su cultura lo pervirtió: “Digo que los bárbaros, se entiende como los que no viven conforme a la razón natural y tienen costumbres malas públicamente entre ellos aprobadas….ora les venga por falta de religión, donde los hombres se crían brutales, ora por malas costumbres y falta de buena doctrina y castigo”.
El historiador santacruceño Gabriel René Moreno (1836-1908) propuso el Programa de Modernización Nacional en el que resaltan tres puntos: “(1) Que se extinga el indio bajo la planta de la inmigración europea; (2) que se proceda a la depuración racial para conseguir la unificación de la raza nacional; y (3) que se vaya a una mestización con el indio camba, pero jamás con el aymara y el quechua”. ¿Por qué expresa esto? Porque “el indio y el mestizo incásicos racialmente no sirven para nada en la evolución progresiva de las sociedades modernas. Tendrán tarde o temprano, en la lucha por la existencia, que desaparecer bajo la planta soberana de los blancos puros o purificados”. Es importante resaltar dos aspectos de este bibliógrafo, considerado por Enrique Finot como el “príncipe de los escritores bolivianos”, la universidad pública de Santa Cruz lleva su nombre y el billete de 100 bolivianos su imagen.
Hoy, Bartolina Sisa y Tupak Katari están en las calles bolivianas hechos millones y le dicen a la oligarquía: ¡Evo no está solo, carajo!
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