la palabra resistencia nunca fue tan mencionada, tan manoseada y repetida hasta el cansancio dentro de Venezuela como en este momento histórico.
Cada fracción del país le ha sacado su jugosa ganancia al hecho de resistir. Mientras unos voltean la cara negando su existencia y subestimándolo, otros se soportan con orgullo sobre ello.
Más allá de todo esto, ningún venezolano podría sentirse ajeno a una serie de nuevas acciones cotidianas, en las que se ha venido sustentando su vida, poblando de otras formas, maneras y sentidos. Ese imaginario colectivo que hace unas décadas parecía inamovible, inmutable, inalterable, lo que representa un verdadero cambio que sucede ante nuestros ojos, en una medida de tiempo muy corta.
Estas acciones se sintetizan en la formulación de nuevos criterios para la toma de decisiones en temas vinculados con los ámbitos más íntimos y habituales de la vida, lo que redimensiona nociones ya naturalizadas sobre: ¿Qué es consumir? ¿Cuáles son las necesidades reales? ¿Cómo alimentarnos? ¿De dónde extraemos los alimentos? ¿Que significa vivir en la ciudad? ¿Que es la obsolescencia programada? Preguntas que siempre son el fondo, que tienen una respuesta cultural y que determinan nuestra vida cotidiana.
La resistencia para la mayoría de los venezolanos hace mucho dejo de ser una palabra para convertirse en un hecho, en una expresión real, en un mecanismo cultural para adaptarse a las condiciones históricas que impone un tiempo signado por el asedio y el bloqueo, como parte de una guerra híbrida que persigue enloquecidamente quebrar a un país que decidió sublevarse al dominio hegemónico de Estados Unidos y ser libre.
Estos elementos culturales, aunque nuevos, se han convertido progresivamente en formas cotidianas, que se dan por obvias y se naturalizan a tal punto que apenas notamos la manera en que van cambiando el sentido de las cosas, de nuestras realidades, de la vida misma.
Visibilizar estos procesos culturales resulta una tarea pendiente, pero no cualquiera; es una necesidad fundamental. Aunque suene exagerado, estos procesos encierran la clave que asegurará nuestra supervivencia como pueblo soberano y la posibilidad, soñada por el Comandante Hugo Chávez, de pasar a un verdadero punto de no retorno y crear las bases de un sistema distinto al dominante.
Comencemos por el principio. Muchos se preguntarán qué tiene que ver la resistencia con la cultura y de qué manera se vincula la cultura con la creación de un nuevo sistema político y social. Especialmente porque la discusión parece siempre centrarse aguas arriba, en la esfera de la alta política, donde se toman las decisiones, subestimándose lo que ocurre en los mal llamados micro espacios, donde se ejerce el poder, donde se desenvuelve la comunidad organizada, donde se planifica, se resuelve, se debate, se sufre y se asumen cada una de las contingencias impuestas en este momento crucial.
LA CULTURA: EL PODER SUBVERSIVO AGUAS ABAJO
El maestro Ludovico Silva siempre llamó la atención sobre la importancia de la cultura para la transformación de la sociedad. En este sentido, criticó fuertemente esa tendencia que nos acompañó y sigue acompañando, en la que se establece la revolución puramente en términos económico-sociales, al nivel de la estructura productiva material, pensando que a partir de allí se generaría de manera espontánea la indispensable transformación de las conciencias.
Igualmente la profesora Iraida Vargas, en muchas oportunidades, ha planteadoque la transformación cultural es imprescindible para la Revolución Bolivariana:
"La transformación cultural es el mayor desafío que enfrenta la Revolución Bolivariana, por lo que constituye un reto permanente para ella; ya era un desafío cuando Chávez y lo sigue siendo porque aunque hemos avanzado en la construcción de un sistema de valores y una ética socialista, el adversario en esta lucha -las transnacionales de la industria cultural- son poderosas y ejercen hegemonía a nivel mundial en la generación de significados culturales".
Desde luego, estos pensadores se referían a una cultura que nos incluye a todos, es decir, la cultura entendida desde el punto de vista antropológico, como proceso que es reproducido por cada uno de los venezolanos, que no se limita solo a sus expresiones tradicionales, artísticas.
Tal vez sea reiterativo, pero es importante señalar que la cultura supone todas y cada una de las acciones cotidianas que realizamos en la vida. Sentarse en una visión que excluye de la cultura a gran parte de los venezolanos, constituye un ruidoso descuido que hace totalmente imposible pensarla como un elemento transformador, quedando sin el altísimo valor que tiene como palanca de cambio del sistema imperante.
Si los cambios que puedan establecerse desde el ámbito económico no se sostienen sobre elementos culturales que puedan expandir la conciencia social, estos pierden la posibilidad de mantenerse en el tiempo y generar otra sociedad.
Posiblemente este tema podría parecer irrelevante para los que invisibilizan los cambios culturales, que como consecuencia de la situación de asedio, se están generando en este momento en el país como respuesta del pueblo venezolano, con la resistencia como elemento transversal.
EL CALDO DE CULTIVO: EXPRESIONES DE LA RESISTENCIA EN VENEZUELA
No son pocas las nuevas prácticas cotidianas que han adoptado los venezolanos para resistir a la situación de asedio que atraviesa el país. Algunas formas aprendidas por generaciones han cambiado de manera inexorable. Las dimensiones de todo este ataque son muy amplias, pero sin duda se enfocan en lo psicológico.
Luego de la efervescencia política que situaba a los venezolanos en el centro del debate continuo y la movilización, surge esta arremetida que trata de activar el cerebro reptiliano, exacerbando los miedos, limitando el pensamiento solo a los temas vinculados con la inmediatez de la vida.
Si hablamos de expresiones de la resistencia, uno de los aspectos importantes se vincula con la alimentación, desde luego, debido a la difícil situación que generan los altos precios. El hecho de alimentarse -entendido desde la perspectiva cultural; es decir, desde todas las nociones y significados simbólicos que encierra- se está construyendo desde una lógica distinta.
Son otros los criterios que pesan en el momento de decidir sobre cuáles alimentos comprar y en qué cantidades. La elección de lo realmente necesario, en cuanto al tema del aporte nutricional, estará por encima de las marcas y lo que se inocula desde los medios de comunicación.
Igualmente se incorporan nuevos sentidos sobre cómo cocinar, lo que incluye la combinación de los alimentos, sustituyéndose unos y sumándose otros cuyas potencialidades se desconocían.
También se agregan procesos para el manejo de los alimentos. La molienda, que es una técnica usada de manera habitual en los campos venezolanos, se transforma en un medio para procesar los granos de café; también el maíz blanco, para hacer las arepas, evitando comprar la harina que alcanza precios que la hacen muchas veces inaccesible.
Se redimensiona la siembra, que es una actividad considerada como muy lejana de la ciudad. Muchos venezolanos no solo comienzan a entender de qué se trata la agricultura para la subsistencia, sino que lejos de obtener un tubérculo, un aliño dentro de una bolsa, en un supermercado, descubren que pueden sembrarlo y aplicar todo un cúmulo de conocimientos para lograrlo, lo que se desechaba por no considerarse moderno, vinculado con el campo, espacio que se asume como opuesto a la ciudad.
Es importante señalar que todas estas formas no son nuevas, son más bien parte de la vida cotidiana de muchos campesinos, que en la década de los 70 se desplazaron a las ciudades, donde estos conocimientos no poseían el mismo sentido cultural. Si nos enfocáramos en los distintos estados de Venezuela, seguramente tendríamos otros elementos de análisis, ya que la diversidad de nuestro país supera por mucho unos cuantos párrafos.
Estos significados sobre la alimentación se transmiten y reproducen dentro de las comunidades, estableciéndose así intercambios de recetas, de alimentos, se comparten espacios para la siembra, lo que se traduce en la realización de cayapas/convites donde se juntan todos los vecinos para realizar cada una de las fases del trabajo, hasta que se logra la cosecha.
En este sentido, se van tejiendo redes de organización social como soporte para enfrentar la coyuntura.
Otro aspecto relevante tiene que ver con las apreciaciones sobre el valor de uso de los objetos, ocurre una verdadera resistencia sobre la obsolescencia programada. Perder la capacidad de consumo genera una redefinición de lo que significa consumir. Este proceso está en pleno desarrollo, pero debe estudiarse.
Observamos una verdadera lucha por alargar la vida útil de los equipos, objetos, artefactos, enseres, prendas y artículos de vestir. Bajo esta premisa todo puede repararse; pegarse, coserse, remendarse, pintarse, etc. Se van generando espacios donde se exhiben objetos de segunda mano que pueden reciclarse, canibalizarse.
Toda esta lógica se expresa en una visión distinta sobre el tiempo, el ahorro, el presupuesto, que ya no son realizables bajo los parámetros que existían. En este momento es la inmediatez de la vida la que sustenta las decisiones, lo que impacta en cualquier proceso de planificación.
Finalmente, es importante recalcar el rol de la mujer dentro de esta coyuntura, como principal agente de socialización de todos los nuevos valores que comienzan a poblar el imaginario del venezolano.
Nosotras nos hemos convertido en un verdadero muro de contención de la violencia que siempre muestra su garra como posible salida, la salida esperada, la que se planifica desde laboratorios muy lejos de aquí, que se proyecta en una fórmula que no funciona, para un pueblo que decidió resistir y ser libre.
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