La promesa de dolarizar Venezuela en el contexto de un eventual gobierno capitaneado por Henri Falcón, en apariencia, consiste en dar vuelta de hoja al bolívar como signo monetario. Pero el objetivo profundo de tal evento sería mucho más intrincado y complejo.
Es necesario entender que la sustitución de un signo monetario nacional por la imposición de la moneda estadounidense no consiste en una simple medida monetaria o instrumental con propósitos exclusivamente económicos. Esto es un hecho tratándose de cualquier país, pero esto adquiere más relevancia tratándose de Venezuela por dos particularidades evidentes: Venezuela es el país con las principales reservas petroleras del mundo y es además un factor contrapuesto en el ámbito geopolítico a la posición de EEUU. Hay que considerar estas variables políticas.
Es necesario entender que la sustitución de un signo monetario nacional por la imposición de la moneda estadounidense no consiste en una simple medida monetaria o instrumental con propósitos exclusivamente económicos. Esto es un hecho tratándose de cualquier país, pero esto adquiere más relevancia tratándose de Venezuela por dos particularidades evidentes: Venezuela es el país con las principales reservas petroleras del mundo y es además un factor contrapuesto en el ámbito geopolítico a la posición de EEUU. Hay que considerar estas variables políticas.
Una de las características que se está imponiendo en el hecho político de nuestro tiempo es que para las relaciones exteriores el desarrollo de los mapas de inestabilidad en el mundo y el auge de la guerra también viene acompasada de una consistente política de avasallamiento y desmantelamiento por parte de los Estados nación, desde y a favor de los grandes centros del poder global. ¿En qué consiste esto?
Se trata de la premisa de la política neoliberal en el marco de un debilitamiento consistente de la acción política de los Estados, su reducción y confinamiento al conjunto de inercias impuestas desde países que fungen como factores de poder global. Lo que Fernand Braudel definió en su tesis de "sistema-mundo" como un entramado de relaciones que desarrollaron gravitaciones desde los centros hasta las periferias, es en el hecho un factor modulador de la política internacional.
La imposición de las inercias de los viejos y nuevos imperios en el ámbito político, el confinamiento de regiones y países en vías de desarrollo al saqueo de sus recursos, la creación de zonas de conflicto perenne y la fragmentación de los bloques regionales, son presentaciones que, aunque no son nuevas del todo, tienen elementos mucho más peligrosos en estos tiempos de inflexión entre el orden mundial vigente y el mundo multipolar que se está configurando.
La posición de EEUU y la vieja Europa occidental persiste en el desarrollo de una sinergia que cada vez más se respalda en los conflictos bélicos para sostener bases de influencias y acceso a los recursos a naturales de los países periféricos que pugnan por superar sus condiciones de vasallaje. Este es el mundo donde ahora asumen las potencias emergentes un papel cada vez más pesado, de contrapeso en realidad, en las grandes definiciones globales.
Por lo tanto, el avasallamiento de los Estados nación, que no es una novedad, toma un nuevo impulso como método, como fórmula en estos tiempos de conflicto sistémico. Consiste en la confiscación por vía pacífica (política) o violenta (golpes de Estado o guerras) de naciones enteras para desmantelarlas, inhabilitarlas y secuestrar su base de recursos.
En referencia a las economías nacionales y sus monedas, estas van a la dinámica de los mercados globales a lidiar en condiciones de competencia frente a la divisa estadounidense, acorde a dinámicas desiguales y bajo los términos de la dictadura del dólar como referente del comercio exterior.
Tratándose de Venezuela como país en guerra económica hay más particularidades a sopesar. El signo monetario venezolano viene decantándose en el marco de un proceso de destrucción inducida mediante la construcción de un mercado paralelo influido por variables políticas y manejado desde el extranjero.
El tipo de cambio propagado desde Colombia, la extracción de la moneda física y el consecuente escamoteo interno por parte de los factores domésticos de la economía, son componentes que apuntan no sólo a la propagación de la espiral hiperinflacionaria venezolana, sino también la destrucción del bolívar como referente soberano nacional.
En consecuencia es necesario reconocer que en medio de la diatriba electoral venezolana proyectada para las elecciones presidenciales del 20 de mayo, lo que es hoy en apariencia una propuesta de campaña electoral es en realidad la evolución de un proceso que ya viene articulándose en años de severa coyuntura económica.
Si revisamos la propuesta de Francisco Rodríguez, el eventual abanderado de la materia económica en el hipotético gobierno de Henri Falcón, el proceso de monetización de la economía venezolana alrededor del dólar consiste en primer lugar en la colocación de todo el apresto financiero de la República para tales fines.
La referencia apunta al ingreso para el 2018 de unos 28 mil millones de dólares por exportaciones petroleras y el uso de las reservas internacionales, de unos 9 mil millones de dólares, para efectuar un canje de bolívares a dólares en una tasa de 75 mil bolívares por dólar. Esto, recalcamos, con el fin de monetizar al dólar en la economía real y convertirlo en el medio de pago con el cual se realizarían las transacciones económicas rutinarias de bienes y servicios. Ese sería el primer evento de desmantelamiento de la base financiera nacional en ese escenario.
Esos montos son todavía insuficientes para monetizar de manera armónica al dólar en la economía real. Dejan de lado además el pago de compromisos de deuda vigente, unos 8 mil millones de dólares anuales o unos 80 mil millones de dólares en 10 años, el orden de importaciones venezolanas de unos 17 mil millones acordes a datos de la CEPAL en 2017, el financiamiento de misiones sociales, el pago de la nómina estatal de unos 6 millones de empleados y pensionados y la inversión en obras y servicios del Estado.
Incluso es desestimado la promesa de campaña de Henri Falcón de dar tarjeta en dólares a 30 millones de venezolanos, a razón de 25 dólares mensuales a cada adulto y 10 dólares a cada niño. Una promesa que costaría unos 7 mil millones de dólares al año o 70 mil millones de dólares en 10 años. ¿Venezuela tiene la capacidad para adquirir esa base de recursos en dólares mediante la generación de renta interna (impuestos) y externa (exportaciones)? Definitivamente no.
El déficit seguirá siendo una realidad en una Venezuela dolarizada. Ante una desaparición del Banco Central de Venezuela, cosa que es explícita en una dolarización, se perdería la capacidad de emitir moneda nacional. La cobertura del déficit sería sólo posible en un marco de adquisición de megadeudas en dólares por instancias acreedoras como el Fondo Monetario Internacional, o en otro caso, fondos de riesgo, que en las condiciones de la economía venezolana podrían asumir el rol de capitales buitre.
El desmantelamiento total de la base económica en el marco de una dolarización vendría acompañado de una megadeuda que tendría una cualidad de "oasis" para los tenedores de bonos, justo en medio de la debacle en ciernes del sistema capitalista internacional, signado por turbulencias en los mercados financieros y la proliferación de instrumentos tóxicos, como los que el mundo conoció en el 2008 y que se decantaron en la crisis financiera que sigue estremeciendo a EEUU y Europa.
Avasallar al Estado nación venezolano y a su moneda implica confinar a un endeudamiento en dólares que para empezar podría alcanzar los 100 mil millones de dólares en 10 años, según estimaciones de economistas neoliberales como Ricardo Hausmann.
Una economía con una base enorme de recursos petroleros aún por desarrollar, como la venezolana, sería entonces el hervidero de una economía estructurada alrededor del dólar y la deuda de manera perenne, o al menos durante los próximos 30 años. Si Venezuela adquiere para empezar una deuda de al menos 100 mil millones de dólares, podría tener sobre sus hombros en los próximos 20 años un pesado servicio de deuda anual de unos 20 mil millones de dólares. Que sería un negocio con sumos beneficios para los tenedores de bonos y capitales de riesgo, pero no necesariamente para las grandes mayorías venezolanas que vienen del proceso de pauperización económica generado durante la destrucción del bolívar. Se lidia con un enorme costo financiero y en consecuencia social.
Otro detalle a sopesar es que no hay sentido de inocencias en las propuestas de dolarización. Henri Falcón y el jefe del banco Torino Capital, Francisco Rodríguez, aupados por Steve Hanke, un economista de Harvard que legitima internacional el mercado paralelo y promueve la dolarización en Venezuela, ofrecen a EEUU el capitaneo financiero de Venezuela. Para EEUU esto supone confiscar la esta economía como bien de respaldo petrolero al dólar.
Como sabemos, el auge de las criptomonedas, el comercio en Eurasia mediante monedas nacionales y especialmente el auge del yuan chino en las transacciones financieras globales y en específico en el comercio petrolero (contratos de futuros bajo nombre de petroyuan), socavan el rol del dólar como moneda hegemónica.
La emisión de futuros petroleros en yuanes por parte de China ha abierto ahora un sentido novedoso para el desplazamiento del comercio petrolero en dólares, cuestión que había facilitado el dominio de EEUU sobre el comercio de energía y la base de finanzas globales. Todos los caminos han apuntado al petrodólar si queremos explicar el dominio de EEUU posterior a la Segunda Guerra Mundial. Así que el rol empleado ahora por China como principal importador de crudo del mundo, enciende las alarmas en EEUU.
Es ahora una cuestión de urgencia para EEUU avasallar naciones petroleras para imponer el dólar y emplearlas como base de recursos de respaldo para reanimar y darle continuidad al petrodólar como instancia y factor geopolítico. Esa es la dirección profunda de una eventual dolarización de Venezuela.
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