Venezuela, sus crisis y sus circunstancias, son en esencia un hervidero para la reflexión, pero más allá de la coyuntura es en la subjetividad estructural que nace al calor de la Revolución Bolivariana, donde nace una Venezuela politizada que piensa, que debate, que discute y que confronta ideas.
Es ésta también la Venezuela que, en medio de las circunstancias actuales, incurre también en viejos errores y se produce la reedición de buscar responsables de lo que sucede, aunque a veces en tal búsqueda muchos terminen criminalizando a quienes menos responsabilidades tienen de los grandes males que aquejan al país. A lo largo de nuestra historia reciente, demostrado está que, desde la lógica de las élites y su intersubjetividad forjada a pulso en el marco de nuestro capitalismo rentista petrolero, el dedo acusador va siempre directo contra las clases populares como explicación “acertada y concluyente” de las crisis.
Dicho de otra forma: cada vez que nuestro país entra en alguna situación económica adversa el tema de “trabajar más por el país” regresa al tapete, y sobre la resaca de precios petroleros altos que se vinieron abajo, el caldo con huevo en la mesa termina siendo el culpar a las clases populares de “flojos” y “mantenidos del Gobierno”. Tal aliciente va y viene como reflexión pasajera con las oleadas de nuestra economía rentista y hoy se encuentra de nuevo en un punto alto.
La intersubjetividad de la élite
La transversalidad del imaginario petrolero pequeño-burgués es un condicionante subjetivo inocultable en nuestro país. Se trata de la cultura de élite extrapolada a la sociedad en su conjunto, que da cuenta de nuestras relaciones culturales parasitarias y dependientes de la renta petrolera. Es la explicación de la “inconformidad venezolana” que empuja a los pobres a aspirar a ser clase media, y a los clase media a aspirar a ser ricos de manera fácil y rápida.
Es la explicación a nuestra cultura gastona, derrochadora. Madre de “la viveza criolla” como expresión del pensamiento de la élite en su adaptación “popular”, nuestra cultura (extractivista, de riqueza fácil) ha creado esperpentos con forma de misses que se ganan la vida “explotando su belleza”, galanes de telenovelas, tipos con camionetas de ruedas grandes y sonido estruendoso, estudiantes sin trabajo con teléfonos inteligentes de última generación, mujeres operadas y muchas otras obscenidades. Nuestra cultura asociada al “american & criollo dream” desarrolló consigo una rara cultura del trabajo. Aquella que da cuenta de que quienes más cerca se encuentran de los beneficios de la renta (como centrífuga de riqueza) imponen la tesis de que los que más lejos se encuentran de tal epicentro (es decir, los que están en los márgenes, los marginales) son los más “flojos”, pese a ser una verdad económica que la riqueza generada en el marco de una economía parasitaria y dependiente de la renta es, en esencia, una riqueza fácil.
La flojera, pese a llegar a ser tan cruda como la realidad más palpable, está repleta de mitos y ambigüedades. La dimensión real de las expresiones de lo que realmente es flojera y lo que no es, se desdibujan en el entramado de clases sociales.
Expliquemos esto de manera más sencilla: el empresariado que depende de los dólares de Papá Gobierno para importar y revender, es el sector que más acumula ganancias, es de los que menos invierte y es el que menos desarrolla sus capacidades productivas (si es que podemos llamarlas así). A ellos le siguen los sectores empresariales que también dependen de las divisas petroleras, pero para importar insumos que transforman, así como bienes de capital fijo, en una economía deficientemente industrializada. Estos son los sectores más ricos en Venezuela. Gestores, mercaderes y beneficiarios de la renta, son al mismo tiempo los gendarmes de la mercadotecnia, el “tá barato” y el consumismo. Son los que importan los perolitos que solemos comprar, son los que procesan artículos que solemos consumir, tanto por banalidad como por necesidad concreta, como sucede en el caso de los alimentos. Son promotores del pensamiento de élite, que aguas abajo en nuestra sociedad se traduce en el comerciante que le gana el 100% ó 150% a todo lo que revende.
El “pequeño emprendedor” que tiene un amigo que da créditos en un banco. El que quiere volverse rico de un día para otro e invierte esperando márgenes de ganancias imposibles en muchos países del mundo. El prestamista. Son estos personajes clásicos, típicos de una economía basada en el beneficio de unos a expensas del dinero de otros. Y por estos últimos tiempos han adquirido protagonismo esperpentos como “el emprendedor que trabaja con los dólares”, raspacupos profesionales, bachaqueros y demás rémoras productos de nuestro capitalismo enfermo.
Finalmente, en el siguiente eslabón se encuentran los asalariados, pequeños trabajadores independientes y excluidos estructurales de la economía. Es decir, nuestra economía tiene la forma de una espiral en cuya frontera marginal se encuentran los que más lejos están de las dádivas de la renta.
Desde el epicentro de la renta donde se encuentran los verdaderos ricos del país, pasando luego por la clase media acomodada y hasta las clases populares (clase media baja, pobres y excluidos estructurales), hay un conjunto de relaciones sistémicas de captación de renta, como fuente medular de la riqueza. Y en este marco de relaciones objetivas forjadas por esa espiral estructural, yacen nuestras relaciones subjetivas, nuestro imaginario, nuestra cultura, la cual es centrífuga, surge en el corazón económico del país y se impone hasta la periferia.
La intersubjetividad de élite impone una cultura de pillaje articulado a la riqueza medular petrolera, pero impone la pauta del trabajo (que ellos no practican) a los sectores que no forman parte del epicentro económico del país. “Deben trabajar mucho para ser como nosotros”, dicen desde el gran empresario heredero hasta el comerciante revendedor.
Esta relación estructural se ha visto parcialmente distorsionada desde 1999, dada por las transformaciones sustanciales en el modelo de distribución de la renta petrolera. Aunque hay relaciones sobre la captación de renta que persisten, la política social ha desviado muchos de los ingentes recursos que tradicionalmente iban a dar de manera exclusiva a las arcas de la élite y ahora van a dar al beneficio de familias de las clases populares. Para este tipo de situaciones la élite tiene paneles de economistas y “teóricos sociales” que tienen el término para estigmatizar tal cosa: la llaman “populismo”. Y en tiempos de baja en el precio petrolero y guerra económica articulada como mecanismo de extorsión generalizada a la población, el discursito clasista regresa con fuerza, ahora, con los pobres y beneficiarios de las políticas sociales, ya no como invisibles, sino como puntos focales de un modelo de inclusión social, siendo declarados “responsables de la crisis”.
La cultura de élite, casi como en un acto de metástasis subjetiva, criminaliza de inmediato a los pobres como centro del “despilfarro” y al mismo tiempo como expresión de una “carga” de la riqueza pública. “Flojos”, es el calificativo más empleado en estos días. La sociedad venezolana, en medio de la coyuntura actual, es también un espacio crítico diverso. También se conjuga el cuestionamiento a los privilegios de la alta clase económica expoliadora de la renta, a los funcionarios corruptos que han tenido que ver con la expoliación de la renta, y a los pequeños saqueadores de la renta, cadiveros, bachaqueros y demás vampiros de pequeño y mediano tamaño.
Pero el recrudecimiento de la estigmatización de las clases populares pasa por el desconocimiento de los sectores socioeconómicos vulnerables como sujetos políticos y sociales, articuladores, integrantes de una consistente fuerza de trabajo, sistemáticamente esclavizada y estructuralmente condenada a mantenerse en los márgenes de la centrífuga económica. En otras palabras propias de la era esclavista: a los esclavos de la hacienda les llaman, al mismo tiempo, los flojos mantenidos de la hacienda, responsables de la crisis de la plantación.
Desentramando la cuestión de la flojera
La flojera, pese a llegar a ser tan cruda como la realidad más palpable, está repleta de mitos y ambigüedades. Para explicar esto, pensemos en un estudiante universitario, quien estudia en una universidad privada y al cual sus padres pagan por sus estudios, el que sin graduarse ya tiene vehículo propio, el que no ha tenido que trabajar para mantenerse, el que tiene estudios, salud y educación garantizados. Muchas veces hemos escuchado de jóvenes como éstos afirmar que la solución a la pobreza consiste en “no darle el pez a los pobres, sino enseñarlos a pescar”. He ahí una incongruencia.
En Venezuela es típico escuchar un discurso de un empresario heredero, nieto de los creadores de un emporio empresarial, llamándonos al trabajo y al esfuerzo. Y hay quienes le compran la labia. También es común que llamemos “personas trabajadoras” a personas cuya única actividad es administrar y multiplicar su propio dinero, como suele pasar con el comerciante que ya es “jefe” y tiene empleados. Hay demasiadas ambigüedades en esto de la flojera y sus expresiones.
Si el Gobierno da apartamentos a la clase media, dicen que es una política “para enchufados”. Si beneficia a familias muy pobres con apartamentos, dicen que es una política que “mantiene a los flojos”. Incongruencias.
Por otro lado, si una familia muy pobre que vivía a orillas de una cañada resulta damnificada y luego reciben un apartamento por la Gran Misión Vivienda (y cuyo valor sería exorbitante en el mercado capitalista), el discurso de la flojera reaparece, y señalan que tal familia obtuvo ese apartamento “sin esfuerzo alguno”, confundiendo el restablecimiento de los derechos fundamentales a esa familia como un “regalo” o “estímulo” a su “flojera”, la misma que los hizo vivir a orillas de un caño. Ambigüedades.
Más allá de las incongruencias de un madurado discurso clasista reeditado con las crisis, tenemos el componente de identidad de clase como telón de fondo, aderezado con la crítica teledirigida a la política del Estado, signada por el oposicionismo que todo lo utiliza, que todo lo resemantiza para atacar al Gobierno. Si el Gobierno da apartamentos a la clase media, dicen que es una política “para enchufados”. Si beneficia a familias muy pobres con apartamentos, dicen que es una política que “mantiene a los flojos”. Incongruencias.
Los ejemplos son interminables. La dimensión real de las expresiones de lo que realmente es flojera y lo que no es, se desdibujan en el entramado de clases sociales y las variantes de la subjetividad capitalista, pequeño-burguesa rentista. Pobres que piensan como clase media tienen una visión de la flojera, y personas clase media que piensan como ricos también la tienen.
Una breve historia lo explica mejor
Esta historia viene de un integrante de ese grupo de gente que suele cargar con la etiqueta de “flojo” en la frente. Es la historia de una persona común como cualquier otra. Es la historia de esa gente que llaman “carga”, “mantenidos del Gobierno”, por ser beneficiarios de alguna política social. Es la historia de quienes no tienen real y a quienes en medio de las duras condiciones estructurales de la pobreza, los rematan con ese discursito de “no tuvo real porque no quiso”, “es pobre porque es flojo”, “es pobre porque no tiene la capacidad”, “es pobre porque no luchó por sus sueños”. Una vez escuché de alguien este relato, que quedó casi intacto en mi memoria:
“Yo me levanto a las 4:30 am, me pongo a preparar los pastelitos, a las 6:30 am ya estoy en la calle vendiéndolos. A las 11 am ando en las compras de los pastelitos para el siguiente día. Llego a casa, preparo comida, almuerzo rápido y le dejo la comida a la mujer y a los chamos. A las 2:00 pm estoy en clase, depende del día. A las 6 pm salgo y llego a la casa como a las 7:30 pm, atiendo a los chamos, ceno y veo TV durante una hora, casi siempre el programa Dossier. A veces toca lavar ropa, o ayudar a la mujer a limpiar la casa. A las 10 de la noche debo ponerme a macerar y preparar el guiso pa’ los pastelitos. Me acuesto a las 11 y media. Una de esas noches en que no me quise dormir temprano, prendí la TV y por Globovisión tenían a un tipo diciendo que por el mero hecho de ser chavista o por ser pobre, la gente como yo somos flojos. Que este país no avanza por culpa de los flojos. Y él insistía en que los chavistas somos los flojos. Yo sé que hay gente floja por ahí, eso no se puede negar, hay gente quienes quieren que les den todo, pero ricos flojos, y profesionales bien pagados por hacer nada, también los hay, ¡y bien flojos que son! Los pobres no somos los flojos. Más flojos son los que quieren que nosotros les trabajemos a ellos. La mayoría de los que nos jodemos no somos flojos un carajo. Si supieran lo que uno tiene que pasar, y vivieran lo que uno tiene que vivir, no le dirían flojo a uno”.
Misión Verdad
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