Yo soy un hombre, y lo que tengo que recobrar es todo el pasado del mundo. No me siento responsable únicamente de la rebelión de los esclavos en Santo Domingo. Cada vez que un hombre ha contribuido a la victoria de la dignidad del espíritu, cada vez que un hombre ha dicho no a un intento de subyugar a sus compañeros, me he sentido solidario con su acto (…) Me encuentro a mí mismo en el mundo y reconozco que sólo tengo un derecho: el de exigir del otro respeto humano.
Frantz Fanon
Este mensaje que aquí se escribe va sobre todo a ese sector de la militancia y del chavismo que se concibe a sí misma como la más genuina portadora y heredera de las grandes tradiciones revolucionarias y que sin sufragio alguno se autodenominan la conciencia crítica del proceso. A ese segmento de la población chavista que siempre se asume como “la vanguardia” y que ha sido (y probablemente será) incapaz de poner en un ápice de duda lo que ostenta haber aprendido como “formación política” (y que se la desprecia al resto de la gente de a pie).
A la militancia pro que se indignaba con el consumismo de las colas por electrodomésticos en noviembre/diciembre y que ahora se sintió profundamente vulnerada en sus derechos humanos fundamentales porque le bajaron 100 dólares del cupo pa comprar por internet, y que ahora cesudamente afirma y asevera “críticamente” que la Revolución Bolivariana se fue al mismísimo carajo, que el gobierno del Presidente Maduro ha tomado posiciones socialdemócratas y que en combo han traicionado el legado del Comandante. Y no hablo exclusivamente de Toby Valderrama y su amigo imaginario, Antonio Aponte.
Al espectáculo y el estremecimiento que significó la contraofensiva económica de noviembre y diciembre le siguió una calma chicha, seca. Algo así como el tedio después de una batalla ganada. Por un lado se entiende, esa sensación se cruzó con la habitual resaca post diciembre haciendo de estos días francamente áridos y pesados, pero no por eso vacíos de actividad y movimiento.
Todo lo contrario: vamos a alta velocidad, pero como cuando se está en carretera, si vemos por la ventana, pareciera que vamos más lento. Pero no es así, toda falta de movilidad es ilusoria. No es el estado frenético de diciembre, pero la guerra económica (y la psicológica) arrecia(n), la contraofensiva gubernamental continúa, se levanta una nueva arquitectura legal para darle permanencia a la estabilidad, y el fascismo criollo entrompa con todo lo que le va quedando (que sigue siendo bastante) para que precisamente esto no pase sino que siga creciendo la tensión social.
Pero es que en parte ahí opera un elemento incómodo que todos tenemos instalados después de miles de horas-culo de televisión y Cine Millonario, una vez que asumamos que no tenemos esa preclaridad que sólo se siente reconocida si sale en aporrea. Para una considerable mayoría sensibilizada con los valores convencionales de la izquierda, se le resulta más cómodo y sexy representar al Che sólo como el guerrillero heroico (que fue) sin ahondar en su expresión más clara de ser revolucionario: el Che funcionario público.
Es más sexy y espectacular la toma heroica del Cuartel Moncada o la entrada de los barbudos en La Habana que ponderar las proporciones épicas de lo que significó el período especial de los 90, carente de todo clímax narrativo, o a los ciclos de resistencia de 2002 frente a un año 2013 que nadie parece darse cuenta de que resistimos una ofensiva salvaje, gigantesca, bestial cuando estábamos heridos. Así, desde esa sensiblidad, analizan el momento actual.
Nadie de ese combo pareciera haberse dado cuenta de que eso que pretenden llamar pueblo resistió discretamente y sin aspaviento alguno un capítulo de la guerra contra Venezuela Bolivariana completamente inédito con la ausencia de nuestro taita Comandante. Como si se hubiese agotado el relato chavista.
A pesar de que muchos hablan en nombre del Pueblo, de las Bases, del Movimiento Popular Organizado y no logran superar de ninguna manera la dispersión histórica de estar en un ciclo radicalmente diferente y culpan al resto de ser los que están pelando bola; pero no porque ellos digan que no exista no hay un ciclo de luchas y de avances. Esos que les cuesta aceptar, como dijo Glauber Rocha, que “el pueblo es el mito de la burguesía” se conforman con una inconformidad. Pero su egolatría no les deja vislumbrar que apenas son una tendencia dentro de un mar mayor. Ellos son la izquierda emo.
Y que ese es el concepto oportunamente inmóvil de pueblo que heredamos de la tradición izquierdosa occidental y por el cual un Nícmer Evans (por ejemplo) nos quiere hacer creer que él es el portavoz de la disconformidad de esas bases y ese pueblo que nunca ha tenido la decencia de definir. Que él u otra persona son, también, los más capacitados a hablar de los malestares, problemas, fallas del Gobierno y de la Revolución en general.
Ese insoportable combo de opinadores que se asumen “los más herederos de todos” del legado del Comandante y lo emplean de manera ridículamente extorsiva, como si el chavismo no fuera algo más amplio, complejo, y contradictorio. Como si las contradicciones no fueran revolucionarias.
Y como si fueran capaces de pensarse como poder y hacerlo mejor que los que gobiernan ahora. Pero que a la postre sin un gobierno como este no serían medianamente capaces de sostener ese discurso como lo sostienen ahora. Como si no viviéramos un tiempo de contradicción que para estar a su altura nos obliga a ir contra nosotros mismos.
Porque cuando Nicolás dijo ayer que en este preciso instante, en este momento de nuestra historia y ante los peligros que vienen emergiendo (que suelen ser muchos más ciertos que las críticas que muchos de estos esgrimen), nos dice que es necesaria la unión y confrontar al divisionismo se refería precisamente a este sector que subutiliza las ventajas que podría tener su echona “formación política” por creer que sentenciando a la revolución como traicionada le abren paso a la nueva alternativa. Como pretendieron hacer los troscos en Nicaragua. Como si “profundizar” la revolución se tratara de eso.
¿Silencios estratégicos para que no se entere el enemigo? No. No seamos pendejos. Pero precisamente por eso, no creamos que las critiquitas agonistas, la aporreología, son crítica de la más revolucionaria sin confrontar lo que hemos venido creyendo y lo que el presente obliga a repensar de acuerdo a su nueva complejidad, y no en esos valores absolutos, incuestionables y generalizadores que lo único que demuestran es una soberana tranca moralista, y la impotencia de volver a ver que sus ideas no anteceden a la realidad material pura y dura.
Y la realidad más real ahora es que el país (y la humanidad en su conjunto) pasa por un momento radicalmente crítico y harto peligroso, que las amenazas que se ciernen sobre cualquier proyecto medianamente justo a nivel global se encuentra en este momento en asedio con las nuevas técnicas de intervención extranjera, que también nos usan a nosotros mismos en la medida en que pisamos peines sofisticados (y vaya que mucho de ese sector los ha pisado), y en un momento indiscutiblemente difícil donde nos toca hacer algunos sacrificios si nos preciamos de tan hombres nuevos y tal.
Pero no hace falta que desembarquen los marines para sentir el exagerado nivel de asedio en el que estamos. Porque, muy a su pesar, estamos en un contexto de guerra y no en el del deber ser del funcionamiento político (idea muy burguesita, por cierto). Y como si la paz no entrañara conflicto y contradicciones (supongo que aquí no me tengo que explayar mucho en la cárcel mental del funcionario público promedio que le resulta igual trabajar en el Ministerio de Alimentación que en McDonald o las fantasías de ayer y hoy de VTV).
Hay tiempos de unidad de mando y tiempos de caernos a carajazos entre nosotros, y sobre todo en el segundo caso no hemos sabido cómo aprovecharlos y cómo hacerlo sin caer en las desazones de siempre y en las sentencias exageradas, o en otro lado en las sorderas calculadas de algunos bastantes demasiado aplaudidores con su sendo rabo de paja burocrático.
Pero eso no es culpa de Maduro precisamente, si no de ser incapaces de ir en contra de nosotros mismos, y de que nuestras ideas tan bien custodiadas por años como inamovibles se tambaleen frente a una situación en la que aquellos que no tienen todo ese constructo ideológico saben muy bien qué y cómo se está jugando lo que está en juego en nuestro país, en nuestra historia y en nuestra alma.
Así las cosas, personalmente prefiero errar del lado de Maduro que tener alguna “razón” que les dará a los izquierdólogos un supuesto escenario en que sus predicciones supersticiosas se den a rajatabla. Y si no están en esta etapa, que es con el Presidente Maduro, hablen claro y de una vez. Allá los espera Gabriel Puerta, Orlando Chirinos y Baduel. Y también Leopoldo López.
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